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Columna
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Demagogia

La demagogia en pequeñas dosis es consustancial con la política, pero si se usa en dosis exageradas llega a ser repugnante. Nadie de buen corazón puede permanecer indiferente ante cientos de desesperados que intentan huir del hambre, ante quienes recorren a pie miles de kilómetros y sufren todo tipo de penalidades para escapar de la miseria. Menos aún si tras ser rechazados en la frontera son trasladados en condiciones inhumanas al desierto. Ahora bien, defender sin más que se permita entrar en España a miles de personas por haber sufrido en sus países de origen el hambre y la miseria y haber superado de manera heroica el desierto y todo tipo de abusos es una irresponsabilidad propia de irresponsables. Abrir las fronteras provocaría trastornos mucho mayores y alteraría la convivencia, aparte de suponer un incumplimiento flagrante de los compromisos de España. Hay que exigir a Marruecos que actúe con respeto a los derechos humanos. Es necesario establecer mecanismos para la devolución a sus países de origen a quienes entran de manera ilegal en España. Hay que extremar las medidas de control de las fronteras, pero no se puede pedir a Marruecos que proteja 2.500 kilómetros de fronteras terrestres si nosotros no podemos proteger unos tramos. Hay que encauzar la inmigración mediante una oferta de cupos. Hay que diferenciar entre quienes huyen por hambre y los refugiados de conflictos o persecuciones. Hay que establecer un plan de ayuda a África. Hay que eliminar las subvenciones agrícolas para que los países del Tercer Mundo puedan crear riqueza y así evitar que sus ciudadanos quieran emigrar. Hay que aumentar la ayuda al desarrollo. Pero mientras todo esto ocurre, no queda otro remedio que evitar el ingreso masivo en España de personas sin los debidos requisitos, salvo que queramos ver un conflicto aún mayor dentro de nuestro país. Está muy bien, desde la comodidad del salón, censurar a todos los gobiernos, expresar la solidaridad con los pobres que arriesgan su vida por el porvenir propio y de sus familias, apoyar a quienes huyen del hambre y criticar con ardor vallas y las alambradas. Pero no podemos ser unos necios sin pensar una solución que no traslade de sitio los problemas o los aumente de manera considerable. A veces la sensatez parece un bien tan escaso como el agua.

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