La marcha
Hace más de diez años tuve oportunidad de ver la película La marcha. Narraba la historia de un grupo de personas refugiadas de no importa qué campo de refugiados, de no importa qué país subsahariano. Cansados de su encierro y de las penalidades cotidianas sin ninguna esperanza, decidieron marchar a Europa, el lugar de la libertad y el bienestar. Naciones Unidas intentaba desesperadamente frenarlos, tratando de negociar, cuando no comprar a quienes la lideraban. La película terminaba en Melilla, justo en el momento en que las primeras personas desembarcadas deambulaban por la ciudad y el ejército español les apuntaba a cierta distancia. El director dejaba una puerta incierta, pero abierta a la esperanza.
Después de una década, la realidad supera a la ficción. Pero no se le denomina marcha sino avalancha y con ello se le confiere un carácter más espontáneo, menos político, más marginal, que nos impide ver al otro como sujeto de derechos, más bien lo consideramos como víctima que en su desesperación pone en peligro nuestra frontera, nuestra libertad, nuestro bienestar. Mientras, Carlos Sanz presenta su nuevo coche, para el Dakar en Marruecos.
Hace unos días una amiga buscaba consuelo, no podía más ante un mundo tan injusto. Hoy, soy yo quien quiere bajarse de este mundo, quien siente vergüenza de estar de este lado de la frontera. Quien siente desesperación por no poder ni saber qué hacer. Mientras, mi gobierno (democrático) fortifica la frontera y reactiva tratados que ponen en peligro los derechos humanos. Esto es Europa.
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