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Reportaje:

Un futuro sin salir de Senegal

Dos ONG impulsan con ayuda del Gobierno un proyecto para favorecer el desarrollo de una comunidad rural del país africano

Hasta que hace tres meses comenzó a ocuparse del mantenimiento de las granjas de pollos que el Gobierno vasco ha financiado en el poblado senegalés de Ndieye-Nadiaye, Pape Ayigdndiane, de 39 años, pensaba en emigrar a Italia. "Durante cuatro o cinco meses, cultivaba mijo, alubia y cacahuete, y el resto del año trabajaba en Dakar conduciendo una carretilla. Pero apenas me daba para vivir", recuerda. Ahora piensa en administrar algún día su propia finca.

El sueño de este campesino de sacar adelante a su esposa y a sus cuatro hijas sin necesidad de emigrar es compartido por el resto de sus vecinos y gran parte de la población de Senegal. Gracias a un proyecto que desde hace año y medio impulsan en la comunidad rural de Bandagne, al noroeste de este país africano, las delegaciones en Euskadi de las ONG Médicos del Mundo y Solidaridad Internacional, cerca de 5.500 habitantes de diez aldeas sienten ahora que ese sueño puede hacerse realidad. "Se trata de que vuelvan a confiar en que pueden ganarse la vida sin salir de su entorno rural, porque hasta ahora el cultivo de las tierras sólo les mantiene durante tres meses", explica Makhtar Ndiaye, coordinador de este programa que tiene un presupuesto de 980.00 euros, de los que 727.000 euros proceden del Gobierno vasco.

Saben que el uso de mosquiteras evita la malaria, pero muchos no pueden comprarlas

La aldea de Ndieye-Nadiaye, como la mayor parte de las de su entorno, es un pequeño conglomerado de chozas, sin luz ni agua corriente, en el que viven unas 300 personas. Abundan los niños, cuya mayor ilusión es la de ser futbolistas famosos. Junto al pozo, donde las mujeres se aprovisionan de agua y lavan la ropa, ha sido edificado un complejo compuesto por una clínica y cinco granjas con 2.500 pollos y gallinas ponedoras, y una sexta de engorde de vacas, que en breve albergará a treinta animales. Además, se ha instalado una motobomba para extraer el agua a 105 metros de profundidad y una red que la canalizará hasta un nuevo depósito de 150.000 litros, para distribuirla luego por aldeas y prados.

Financiado en un 20% por la federación de desarrollo local FADEC, el proyecto se completa con una huerta. Medio centenar de mujeres acude cada tarde a esta plantación de una hectárea situada frente a las granjas para aprender a cultivar pimientos, tomates y berenjenas, productos que hasta la fecha no se daban en esta zona. En buena parte de Senegal los campos son labrados sólo durante la estación de las lluvias, mientras que de octubre a julio, pero, según apunta Makhtar Ndiaye, en muchas zonas del país existe agua subterránea que puede permitir obtener cosechas durante todo el año.

Aunque a primera vista la población no parece hambrienta, casi la mitad de los niños sufre de desnutrición, según datos de Solidaridad Internacional. Los menores sólo prueban la leche materna y en la mayor parte de los hogares la carne es un manjar que rara vez se sirve. Por eso, la posibilidad de criar pollos y vacas en poco tiempo generalizaría su consumo. "Ya sabemos que son más sabrosos los pollos que crecen libres en el campo, pero, en un país con problemas de alimentación, la posibilidad de reducir a un mes y medio el periodo de cría resolvería muchos problemas", sostiene Makhatar, quien fue presidente de la Federación de Asociaciones de Inmigrantes Senegaleses en España.

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La idea es enseñar en estas granjas a los hombres y mujeres modernos sistemas de cría y cultivo para que luego sean capaces de establecerse por su cuenta. Para ello, los campesinos podrán solicitar un microcrédito de unos 200 euros, con el que financiar su pequeña explotación. "Queremos impulsar la iniciativa privada, de forma que varias familias puedan unirse y crear su propia granja con 50 o 100 pollos", apunta este senegalés nacido en Ndieye-Nadiaye. Se frenaría así el éxodo, generalmente masculino, hacia las grandes ciudades o el extranjero.

Mientras el marido de Mame Seye, de 27 años, trabaja en una panadería de la ciudad cercana de Kébémer, ella atiende en la aldea a sus cuatro hijos y, desde hace unos meses, aprende nuevas técnicas de riego. "Cuando tengamos agua para regar, confío en crear mi propia huerta y poder cultivar productos que luego venderé en la ciudad. Así tendré un dinero extra y mejoraré la alimentación de mis niños", planea.

A su amiga Binta Sar, de 45 años, la clínica abierta recientemente junto a su aldea le tranquiliza, porque sus nueve hijos han contraído la malaria y el puesto de salud más cercano está a diez kilómetros a pie. El nuevo centro, que cuenta con una maternidad y una farmacia con medicamentos genéricos, es atendido por la enfermera Khady Cissé. Además de pasar consulta, Khady dará charlas en las aldeas sobre prevención de enfermedades y salud. En ocasiones, el problema sigue siendo la falta de recursos económicos: "Saben que con el uso de mosquiteras evitan la malaria, pero algunos no pueden comprarlas".

El pasado verano, Khady Cissé fue ayudada por Ainitze Oñativia, una donostiarra que durante tres meses trabajó en la aldea gracias al programa Juventud Vasca Cooperante. Su experiencia en Senegal ha cambiado su percepción del mundo. "Estamos tan metidos en nuestra rutina, que no nos damos cuenta de que existen otras realidades. Las hemos visto por televisión, pero que no llegas a comprender hasta que no las tienes cerca", observa Ainitze.

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