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Columna
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El Liber

Llegó el Liber al Campo de las Naciones como si llegara una tormenta tropical: lleno de vientos vandálicos y nubes negras que amenazan con convertir nuestras bibliotecas y librerías en un montón de escombros. Sí, porque los editores sonríen cuando miran hacia lo lejos y ven que España es el cuarto exportador de libros del mundo, pero se ponen fúnebres cuando echan un vistazo a su alrededor y comprueban que aquí los libros siguen siendo lo mismo de siempre: una rareza o, en el mejor de los casos, un detalle ornamental al que todos recurren para adornarse, pero por el que casi nadie hace casi nada. Casi más casi, igual a cero.

El presidente de la Federación de Gremios de Editores, Emiliano Martínez, hizo en el Ifema un análisis casi apocalíptico que, básicamente, consistió en sumar otros cuatro factores que también son igual a cero: en primer lugar, el bajo índice de lectura de nuestro país, que, según cifras dadas por la Unesco, es sólo del 39,6%, sólo superior a los de Grecia (35,6%) y Portugal (35,4%), y muy por debajo de los de Suecia (71,8%), Finlandia (66,2%), Luxemburgo (55,8%), Dinamarca (54,9%), Holanda (52,9%) y Alemania (49,8%). En segundo término, la bajísima cantidad y calidad de nuestras bibliotecas, que, de acuerdo con un reciente Eurobarómetro, también nos pone en el vagón de cola de Europa: en nuestro país se sacan de las bibliotecas públicas 0,2 libros por habitante al año, mientras que en Finlandia, por ejemplo, son 20; en Francia, 7, y en Lituania, 6.

En tercer y cuarto lugar, Martínez habló de los libros de texto y explicó que los descuentos que les aplican las grandes superficies comerciales y la gratuidad que se está implantando en algunas comunidades autónomas propician la desaparición de numerosas librerías, que es el primer y el último paso para la desaparición de las editoriales.

Demasiados agujeros como para que el barco pueda mantenerse a flote. Los dos primeros problemas son, en realidad, la cara y la cruz de uno solo. No hace falta más que ser escritor e ir de vez en cuando a hablarles a los alumnos de los institutos para ver cómo son las bibliotecas que hay en la mayor parte de ellos: pocos libros y, en gran parte, de baja calidad. Es difícil conseguir que la lectura sea una actividad central de la población cuando en los centros educativos las bibliotecas suelen ser un espacio complementario y desabastecido. Hace tiempo se propuso que las bibliotecas de los institutos se abrieran los fines de semana al público, pero la idea no prosperó. ¿Por qué? ¿No sería eso mucho más eficaz y más rápido que construir nuevas bibliotecas? ¿Se imaginan la cantidad de libros que podría comprar un Ayuntamiento con el dinero que cuesta levantar un edificio?

Seguro que con la mitad se llenaban de buenos libros muchas bibliotecas de los institutos, se podía pagar a sus empleados y aún sobraba. El asunto de los descuentos es una metástasis del viejo tema del precio fijo, que al haber sido suprimido por el anterior Gobierno, está causando una crisis enorme a las librerías, que no pueden competir con los descuentos libres que ofrecen los grandes almacenes. Mal asunto, si tenemos en cuenta que los libros de texto suponen, de media, más del 40% de su facturación. Y si a un hipermercado le quitas los libros no pasa nada, porque lo que no vende en novelas de Pío Baroja o en libros de Ciencias Naturales, lo vende en calcetines de rombos o en chuletas de ternera; pero cuando le quitas a una librería el 40% de sus ganancias, la hundes. Así de sencillo. Vayan a una gran superficie y encontrarán, naturalmente, todos los libros del momento, lo cual es magnífico y no le va a hacer ningún mal a la literatura, sino todo lo contrario. Pero luego miren a ver cuántos libros de Galdós o de Tolstói encuentran. Cuántos de poesía. Cuántos de filosofía. La novedad no es uno de los ingredientes de la cultura, sólo lo es del mercado. Menos mal que a algún que otro genio ya se le han ocurrido dos grandes soluciones: que los libros de texto sean gratis y que en las bibliotecas se cobre un canon extra por prestar los libros. Bueno, pues para qué andar con rodeos: mejor que quemen la Biblioteca Nacional y a otra cosa.

El Liber acaba de abrir sus puertas en Madrid. Ojalá no sea la última vez.

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