La 'mami' de media África
Un matrimonio lleva 15 años ayudando en Melilla a extranjeros, con los que ha creado fuertes lazos de amistad
Charo Anarte y Paco Marín, de 62 y 63 años, respectivamente, esperan con paciencia en la puerta del Centro de Estancia Temporal de Inmigrantes (CETI) de Melilla. El matrimonio hace carantoñas a los niños subsaharianos y charla con los guardias de seguridad. Tras más de media hora, llega su cita, Samuel Patrick, liberiano, pantalón verde, camisa roja y corbata también verde, que les saluda afectuosamente. Samuel es uno de los muchos sin papeles a los que esta pareja, ama de casa y militar en la reserva, ha ayudado en los últimos 15 años, desde que ambos empezaron a colaborar con Cáritas en la parroquia del Sagrado Corazón.
"Me llama mami", dice Charo. "La verdad es que ya soy la mami de media África", bromea. Samuel les cuenta qué tal están él y otros amigos. Se conocieron hacia marzo o abril en la iglesia, cuando el inmigrante, que había logrado saltar la valla, se acercó a pedir algo de ropa y de comida. En mayo, lo trasladaron a la Península. "Estaba contento de ir, pero a mí me daba pena, porque yo ya sabía que a muchos los deportan", explica la mujer, con dos hijos guardias civiles, aunque no en Melilla.
Quizá por error, Samuel, que prefiere no hablar con la prensa, fue enviado a Nigeria. "Me escribió desde Ghana para mandarme toda su documentación, fotos de su familia, incluso el móvil, para no perderlo o que se lo quitaran por el camino". A principios de julio estaba otra vez en Melilla. Esta vez llegó por mar. Charo estaba durmiendo cuando la avisaron desde la parroquia de que Samuel preguntaba por ella. Desde entonces se suelen ver una vez por semana, aunque cuando el inmigrante necesita asistencia legal o médica urgente va a casa de la pareja.
Paco recuerda al primer subsahariano al que ayudaron, en 1990. Togolés, se ha quedado a vivir en la ciudad autónoma, aunque tardó años en conseguir la tarjeta de residencia. Ahora trabaja en la construcción y sigue en contacto con la pareja. "Fuimos testigos de su boda", se enorgullece. "Tienen una niña de ocho años preciosa".
La llegada masiva de inmigrantes en los últimos meses no sorprende a Charo, que recuerda que en los noventa también llegó a haber en algún momento más de un millar. Melilla es una ciudad "bastante acogedora con la gente de fuera", aunque reconoce que hay quien se queja de la presencia de sin papeles, por ejemplo, porque cuando hay avalanchas se colapsan los centros de salud.
El matrimonio, sevillano, y a punto de retirarse a Murcia tras 17 años en la ciudad, describe a los subsaharianos como muy agradecidos, cariñosos, educados y pulcros, y no recuerda que hayan causado ningún problema grave. Charo sí nota la diferencia en la forma de entrar a Melilla, y en cómo están mucho más organizados, por nacionalidades. "Puede que haya personas más violentas, pero creo que es por la misma desesperación de ver que cada vez es más difícil".
Antes los inmigrantes eran atendidos por Cruz Roja y Cáritas. Los que no cabían en el edificio de Cruz Roja dormían en un puente cerca de la frontera.
Cuando se inauguró el CETI, en mayo de 1999, la idea era que fuera un lugar de paso antes de que los trasladasen a la Península. "Antes, cuando se iban, sabías que tenían una oportunidad", dice Charo, que sabe que ahora es mucho más difícil que logren un trabajo.
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