Resistir es vencer
En la convulsionada Argentina posterior a la dura crisis económica y política que estalló con inusitada fuerza en diciembre de 2001, se asistió, por primera vez en décadas en un país que, a pesar de su situación subalterna en el panorama de la economía globalizada, sigue contando con una clase obrera cuanto menos cuantiosa y organizada, a la toma de fábricas por los trabajadores. No como medida para luchar por un salario, ni siquiera para evitar el lock-out patronal, sino sencillamente para hacer productivas unas instalaciones que sus propios dueños habían literalmente abandonado.
Con una cámara inquieta, la subvención del imprescindible National Film Board de su país natal y una mirada libre de ciertos perjuicios y tics "de primer mundo", los canadienses Ary Lewis y Naomi Klein (la conoce el lector por su célebre manifiesto No Logo, del que esta película se pretende, y con éxito, una perfecta ilustración parcial: en su denuncia de la globalización, en todo caso) se lanzaron a describir la odisea de un grupo de obreros metalúrgicos que ocuparon la fábrica de piezas de automóviles en la que trabajaban y, ni cortos ni perezosos, la pusieron a rendir... y con resultados mejores que los obtenidos por sus antiguos dueños. Asistimos, pues, a algo así como la revisitación, en documental, de El crimen de Monsieur Lange, la obra maestra de Jean Renoir.
LA TOMA
Directores: Ary Lewis y Naomi Klein. Intérpretes: actores no profesionales. Género: documental social, Canadá, 2004. Duración: 87 minutos.
Esperanza obrera
Tal odisea, que no estuvo exenta de problemas (y cuya resolución final la cámara no puede seguir: las películas se terminan indefectiblemente en algún momento), entre ellos la lucha por la legalización de su acción, las caídas del ánimo entre los obreros y la solidaridad de todo un tejido de otras instalaciones fabriles ocupadas, es seguida por Lewis y Klein a partir de un punto de vista tan efectivo como humanamente inobjetable: centrando la peripecia en unos pocos obreros en su vida cotidiana, en sus frustraciones, en su esperanza.
El resultado es un filme diáfano, que sirve tanto para denunciar los excesos de la globalización como para dejar constancia de que aún son posibles los gestos de coraje cívico. En fin, que la vieja épica proletaria no está aún muerta, ni mucho menos enterrada.
Babelia
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