Inmigración, educación, integración
El número de alumnos hijos de inmigrantes alcanzan este curso el medio millón, cuando en el curso escolar 1993-1994 tan sólo había matriculados 50.000, y, según las previsiones del Instituto Nacional de Estadística, se estima que hasta el 2010 seguirá aumentando el flujo de la población inmigrante hasta duplicar los datos actuales. Este fenómeno ha permitido, por un lado, contener el descenso de alumnado ocasionado por el déficit demográfico que veníamos experimentando y que provocaba en años anteriores el cierre continuo de centros escolares. Pero este incremento de alumnos está cambiando necesariamente tanto la estructura y composición social como la heterogeneidad de las escuelas, al aumentar también el elenco de países de procedencia. Se plantean, como consecuencia, nuevos retos culturales y sociales de gran envergadura. En especial, para el ámbito de la educación y para los educadores a la hora de formar y enseñar a compartir principios, valores y actitudes comunes.
Va a ser preciso disponer de profesores formados para desempeñar una función específica: la integración educativa
El colegio y la escuela son realmente los únicos lugares, como precisa Sami Naïr, donde tiene lugar "el paso de la identidad de origen, todavía favorecida por el medio familiar, hacia la identidad del país de acogida". Podría decirse metafóricamente que constituyen el puente que permite acceder a la otra orilla. De ahí su indiscutible relevancia.
Y es que el ámbito escolar se erige en un singular lugar de encuentro, en un excelente laboratorio de aprendizaje para promover y alcanzar una identidad compartida y una personalidad equilibrada, bases inexcusables de la integración social. Sin embargo, ese escenario requiere una clara y decidida apuesta política de integración real. Una apuesta comprometida con la realidad presente y a la vez capaz de vislumbrar el futuro a medio y largo plazo, tanto del ámbito estrictamente educativo como de la nueva estructura y composición de la sociedad democrática y multicultural que está fraguándose.
Por todo ello, los responsables del Ministerio de Educación, especialmente, las respectivas consejerías de las comunidades autónomas, los centros escolares, así como los miembros de la comunidad educativa se encuentran ante el reto y la responsabilidad de afrontar esta nueva situación y adaptarse a sus desafíos. Esa mirada prospectiva, orientada hacia un futuro próximo, permite advertir y poner de manifiesto algunas deficiencias y problemas del ámbito educativo, como pueden ser, según precisa J. Navarro, aplicar metodologías de la escuela del siglo XIX, por profesores que se educaron y formaron por razones biográficas en el XX y que "tienen que educar a los ciudadanos del XXI".
No cabe duda de que, además de la buena voluntad y colaboración de los docentes, así como la disposición igualmente positiva de las direcciones de centros escolares para promover y conseguir realmente esa finalidad de integración, se requieren, adicional e inexorablemente, medios adecuados, recursos proporcionales y proyectos viables que sean al mismo tiempo eficientes en términos pedagógicos. Va a ser preciso disponer, por ejemplo, de profesores formados y especializados para desempeñar una función específica, acorde con el objeto de su trabajo: la integración educativa. Y va a ser necesario, igualmente, disponer del presupuesto y los recursos precisos para adquirir los instrumentos didácticos indispensables, apoyados en las nuevas tecnologías, así como plantear la inclusión de materias específicas en los nuevos planes de estudio de titulaciones como Magisterio.
Cabe hablar también de aulas de enlace, a modo de unidades de adaptación, que permitan atender e intensificar el aprendizaje en la lengua y en aquellas materias que requieran inicialmente apoyo especial, como pueden ser historia o educación cívica. Conviene recordar que la lengua es el vehículo de comunicación esencial y la puerta principal de la integración
A este respecto, conviene tener presente que, como advierte en su lúcida reflexión Sami Naïr el joven de origen extranjero, cuya realidad y objetivos no coinciden con los de sus padres "no está en la escuela para volver a sumergirse en su cultura, sino para poder seguir, lo más rápido posible, una escolaridad comparable a la de cualquier niño español". De otro modo cabe el riesgo de incurrir y cometer los mismos errores políticos que provocaron otros países europeos que vivieron intensamente en los años 70 experiencias de inmigración y que comportó graves consecuencias posteriores para la adaptación e integración de los llegados, como sucedió en Francia y Holanda, entre otros países europeos receptores de inmigrantes.
El tiempo pasa rápidamente, porque, como insistía María Zambrano, tiene sus propios pasos. Y tras la secuencia de los hechos, llegan determinadas consecuencias como segregación o exclusión, que se derivan de las premisas establecidas. Así, podemos constatar cómo en los países que apostaron hace décadas por desarrollar un proyecto de carácter eminentemente culturalista y diferenciador de la inmigración, el resultado alcanzado, negativo en muchos casos, es manifiesto. Las expectativas estratégicas de los políticos de turno no se cumplieron. Los inmigrantes no se volvieron a sus países de origen. Menos todavía sus hijos.
En ese contexto se inscriben, en gran medida, los frecuentes conflictos interétnicos, de aislamiento familiar y social, las tensiones intercomunitarias, a veces violentas, y las respectivas situaciones de marginalización social entre los miembros de las poblaciones inmigrantes. Cabe recordar aquí las lúcidas palabras de F. Nietzsche cuando afirmaba elocuentemente: "Llegará un día en que la política no contemplará más que problemas de educación".
F. Javier Blázquez Ruiz es profesor Titular de Filosofía del Derecho de la Universidad Pública de Navarra.
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