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Columna
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Baldear las madrugadas

El Ayuntamiento de Valencia ha resuelto echar mano de la manguera y regar las calles coincidiendo con la hora de cierre de los lugares de ocio para dispersar -o eso se pretende- a los nocherniegos. Es una medida que algunas asociaciones vecinales juzgan insuficiente, pero sería ingrato no reconocerle al consistorio el gesto de buena voluntad para abordar un problema -el de la contaminación acústica, suciedad y vandalismo- en algunas zonas de la capital autonómica y que es común a muchas otras ciudades del país. Un problema a menudo agobiante que ha desbordado los recursos de las autoridades municipales.

Cierto es que los munícipes no se han limitado a remojar el asfalto para aligerar la última copa de los rezagados, que se arremolinan como cardúmenes ruidosos y desmandados en ciertos barrios y parajes urbanos. También han movilizado a la policía local -tan invisible desde siempre a esas horas golfas- para revisar los papeles de los lugares de copas y similares. Una inspección, todo sea dicho, que puede resultar molesta y hasta onerosa para los puberos y bareros, pero que raramente ha servido para enmendar las irregularidades y cambiar las costumbres noctámbulas. Con todo y eso, no deja de ser otra muestra de diligencia municipal.

Y sin embargo, el problema no cesa. Incluso se acrece, para desespero de las asociaciones cívicas vecinales y desconsuelo de los responsables gubernativos, por no hablar de los gariteros -no confundir con los restauradores- que se sienten satanizados, siendo así -arguyen ellos- que son la sal de ciertos barrios, el aliento que los mantiene vivos, pues al parecer se les tiene por muertos. Y muchos se lo creen, pues piensan que el alcohol y el estruendo callejero hasta el alba revelan la salud de un espacio urbano.

Cierto es que no hay que perseguir a nadie y que, como piden los vecindarios organizados, se debe abrir un debate entre quienes sean llamados a opinar para concertar una "solución integral" que nos aligere -no decimos libere para no invocar la utopía- de esta maldición que es el secuestro de nuestra noche, nuestra paz y nuestra calle los fines de semana, las vísperas y fiestas de guardar. Sin embargo, y en tanto no se despeja tal incógnita largamente invocada, hacemos votos para que los munícipes no desistan de emplear los remedios en vigor, esto es: cumplimiento de horarios, baldeo o fumigación de espacios urbanos y aplicación de las ordenanzas sobre el ruido y la salud pública. Las tracas y alardes pirotécnicos a deshoras también son una gamberrada aunque estén amparadas por la costumbre y la necedad. ¿O no?

Comprendemos que nuestros gestores municipales tienen tareas más apremiantes, como son la aprobación de PAI, adjudicación de obras y asistencia a procesiones. Pero, de hallar un hueco en su agenda, podrían darse un garbeo por los parajes urbanos maltratados por el jolgorio nocturno. El actual consejero de Agricultura, Juan Cotino, mientras fue concejal del Ayuntamiento de Valencia, solía pisar el campo de batalla y pulsar personalmente el problema. No lo solucionó, pero supo de su calado y hasta inventó la non nata policía de barrio. Igual es eso -pisar la calle- lo que conviene a los ediles implicados para que instrumentar remedios que no sean llamar al Ejército o declararse vencidos y desarmados. ¡Qué desastre en puertas de la Copa del América y la visita del Papa!

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