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Columna
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Vida sana

La vida moderna ataca al corazón, rezaba un titular de EL PAÍS esta semana. Era el resumen del diagnóstico de mil cardiólogos de todo el mundo reunidos en un simposio internacional en Barcelona. Todos coincidieron: "Es vital mantener estilos de vida saludables". Dicen que no basta con no fumar, comer con moderación o hacer ejercicio: hay que erradicar también los motivos por los cuales se fuma o se come tanto. Es la primera vez que importa por qué la gente reincide en esas maldades tan comunes. Al fin se reconoce que los malos hábitos tienen causa.

Los médicos han confirmado que ha habido errores en el enfoque de la prevención. Por ejemplo: pasaron años antes de que el tabaco o la comida basura fueran puestos en la lista negra de la medicina. Cierto, se ha mejorado, pero si incluso el Estado sabe hoy que fumar es un desastre para la salud, sólo deberían seguir fumando los suicidas. Lo mismo puede decirse de aquellos que no dejan de atiborrarse o de los que pasan la vida sentados ante un ordenador. Pero no es seguro que fumadores impenitentes, comedores compulsivos o sedentarios tecnológicos lo hagan para enfermar o suicidarse. Todo lo contrario: la mayoría están tan preocupados por sus malos hábitos y sus adicciones que enferman de mala conciencia. La prevención fallida causa, en esos casos, un estrés adicional.

Los psiquiatras conocen bien el grado de frustración que se detecta entre quienes no consiguen adaptarse al modelo de salud ideal. Más de tres millones de cajas del antidepresivo Prozac se consumen anualmente en España, lo cual indica con claridad la impotencia en la que vive gente deseosa de sobrellevar saludablemente la azarosa, apresurada y precaria vida moderna. Prevenir es hoy la palabra fetiche de la medicina. En este encuentro de cardiólogos se llegó a diseñar la utopía: "Hemos de prevenir antes de nacer". No se trata tan sólo de erradicar los genes familiares perniciosos, sino de algo mucho más ambicioso: lograr un estilo de vida sano. Hace tanto tiempo que muchos médicos dicen lo mismo que todos sabemos a qué se refieren.

Esa vida ideal se sitúa en un marco idílico: aire puro, cuerpo feliz y flexible, mente ágil y relajada, descanso suficiente, entorno no contaminado y acogedor, obligaciones bajo control, afectos gratificantes, trabajo bien pagado y satisfactorio, comida sana y bien condimentada, ritmo tranquilo, cultura estimulante, horizontes de progreso real... En esas condiciones, teóricamente, no existiría ni hipertensión, ni colesterol, ni los fantasmas que rodean no sólo las cardiopatías, sino otras muchas enfermedades. El pequeño problema de este maravilloso estilo de vida, sueño de una salud perfecta, es que es un completo lujo. Cualquier lujo inalcanzable sólo genera frustración y ésta se somatiza enseguida: ansiedad, estrés, depresión, hipocondría, neurosis, son los primeros síntomas de la enfermedad social que los médicos, indirectamente, diagnostican al decir que "la vida moderna ataca al corazón". Un mal de muchos.

La vida moderna habitual es tan poco saludable como lo que cuenta este arquitecto sevillano en una carta publicada en EL PAÍS (21 septiembre) que resumo: 29 años, tres años titulado, con francés, inglés y alemán, cobra 800 euros al mes por 40 horas a la semana como autónomo, sin vacaciones, ni pagas, ni contrato. "Llevo tres años trabajando así en diversos estudios e incluso en un ayuntamiento". Su empleador le pide ahora "compromiso con la empresa" para aumentarle el sueldo. Casos como éste los hay a cientos: todos ellos, aún jóvenes, con sus títulos universitarios, son candidatos a enfermar de una vida moderna que les impide hacer mínimos proyectos personales. Generaciones de enfermos de estrés lo corroboran. Los médicos no aseguran aún que este estilo de vida mate, pero la enfermedad (¿incurable?) existe, está diagnosticada.

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