_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Frases lapidarias

El mundo está lleno de frases lapidarias. Las frases lapidarias son esos asertos sentenciosos dirigidos, ideológicamente hablando, a perforar el tímpano. Y digo lapidario en el más amplio sentido, ya que, a pesar de su extracción semántica, las frases lapidarias raramente se encuentran encima de las tumbas. Los cementerios no son mis checkpoints favoritos, pero he visitado algunos, y las lápidas, al menos en este paisito, no ostentan frases lapidarias. Y eso que aquí todo el mundo elucubra alguna vez (generalmente bromeando) acerca de su epitafio, pero llega el momento de estirar la pata y siempre le pilla a uno sin haber realizado previsiones al respecto. Ni siquiera en estos tiempos en que se ha puesto de moda el testamento vital.

El testamento vital sería un buen lugar para dejar escrito un epitafio, una verdadera frase lapidaria, pero creo que no está siendo aprovechado para esos literarios menesteres. Apenas es una conquista del fundamentalismo laico, ese que se permite dictaminar, con reprobable petulancia moral, qué muerte sí que es digna y qué muerte no lo es. Personalmente opino que la dignidad de la muerte depende de la dignidad de la vida que uno haya llevado, aunque lo que prospera ahora, erróneamente, es equiparar muerte digna con muerte limpia, sin cacas, en fin, una muerte como la que nos prepararía Corporación Dermoestética.

Lo que nos traía a esta columna eran las frases lapidarias, y quizás un columnista no sea el bípedo más legitimado para criticar la facilidad con que la humanidad suele alumbrarlas, ya que su laborioso oficio obliga a anudar muchas palabras, con el riesgo evidente de que entre ellas renazcan las frases lapidarias y con ellas una lapidaria estupidez. Recuerdo que hace algunos años, tras el enésimo asesinato de ETA, la prensa reprodujo el enésimo texto de condena del Gobierno vasco. El comunicado tenía ese tono plañidero, blandengue y mojigato tan propio de los comunicados de condena de nuestro Gobierno, donde la violencia de ETA, más que cólera democrática, apenas suscitaba una lánguida aflicción. "La violencia no colabora a la paz", decía el imborrable documento en un párrafo ominoso. Me quedé de piedra (aquel sí que fue un momento lapidario) ante la estúpida obviedad. ¿Cómo qué la violencia no colabora a la paz? ¿De verdad? ¿Lo dice en serio?

Está bien que los profesionales de la prosa institucional, los responsables de prensa, sean gente prudente y contenida, pero tampoco conviene pasarse por el lado contrario y envararse, reprimirse, constreñir el esfínter del ojete hasta la inanición literaria, política y moral. "La violencia no colabora a la paz". En serio, así se dijo. E incluso estoy de acuerdo, pero que despidan al escribano, por favor.

Más lápidas. Durante los agitados tiempos de la Transición el paisito era un hervidero político. Los alumnos de mi jesuítico colegio, tan pacíficos, tan previsibles, siempre nos mostrábamos aburguesadamente moderados, demócratas panolis, vamos, pusilánimes defensores de la cobardía de las urnas y de la consagración legal de los derechos. Un día agotamos la paciencia de uno de nuestros condiscípulos con mayor conciencia de clase. Tenía mucha conciencia de clase, de la suya, que quizás era la nuestra, pero que él creía distinta; bueno, esos líos de entonces. Pues bien, el tipo en cuestión veía en nuestra postura una evidente connivencia con los perros de presa de la antigua dictadura, esos que aún sobrevivían en las sentinas del Estado. Jamás olvidaré su encorajinada y amenazadora sentencia: "Cuando un nido de fascistas es un nido de fascistas, no puede llamarse de otra forma que nido de fascistas". La frase podría resultar polémica en su aplicación al caso concreto, pero hay que reconocer su claridad formal, su coherencia interna. Realmente era difícil rebatirla y creo que no lo hicimos nunca.

Hace tiempo que no he visto al autor de aquella frase lapidaria, al denunciante de aquellos nidos legendarios, pero si volviera a verlo estoy seguro de que no iba a decepcionarme. El paisito suele ser tan previsible que a lo mejor ahora el tipo es de derechas.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_