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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

La palabra justa

J. Ernesto Ayala-Dip

Hace algún tiempo se pudo leer en un manual de literatura española una definición aproximada al mundo narrativo de Luis Mateo Díez. Se decía en dicho texto que al escritor leonés lo movía su pasión por el lenguaje. Escrito así sonaba el dictamen como un elogio de la exuberancia, algo muy alejado del espíritu estilístico del autor de El reino de Celama. Si hay alguna pasión en nuestro escritor referida al lenguaje ésa es la pasión por la palabra justa. Es verdad que sus novelas, tomemos por ejemplo Las ruinas del cielo, invitan a celebrar una suerte de exuberancia, que, a la postre, no deja nunca de ser sustancialmente arquitectónica, ese cruce de voces, de tiempos, de registros, de sobrias fabulaciones, de paisajes fantasmagóricos, de relatos que parecieran fundar la naturaleza humana y física en su anhelo de perfección o con sus deformidades éticas. Puestos en esta tesitura y no olvidando nunca la vocación de Luis Mateo Díez por la reserva formal, habría que hablar, como mucho, de una exuberancia justa. Su mundo narrativo, uno de los más consecuentes, sólidos y personales de las dos últimas décadas en lengua castellana (razones suficientes para aspirar al Premio Cervantes), bucea siempre en la condi-ción humana mediante el privilegio de la invención más acerada.

EL FULGOR DE LA POBREZA

Luis Mateo Díez

Alfaguara. Madrid, 2005

248 páginas. 16 euros

El fulgor de la pobreza reúne

tres relatos largos. Junto al que da título al volumen está La mano amiga y Deudas del tiempo. El perfil de la escritura es Luis Mateo Díez puro. Reconocible es su despojamiento en la sintaxis, con esa contención y tensión que tienen sus frases cuando debajo se está larvando un sentimiento, una observación o un rasgo psicológico más complejo y revelador. El dibujo del territorio físico no es ajeno en Mateo Díez al dibujo del alma de sus personajes. Las tres piezas tienen la misma textura onírica que suele ser habitual en su literatura. Esa consistencia trabajada con los materiales del ensueño liberador, la sabia resignación y la llegada del destino inevitable. Territorio y espíritu se estrechan para formar una unidad narrativa de poderosa eficacia estética. El primer relato es un auténtico lujo. Cosmo, un hombre rico, decide un día probar el abismo. No se trata de un capricho. No hay tampoco una pulsión metafísica. La atracción de la que nos habla el relato es la pobreza. Es la luminosa irracionalidad del que debe salvarse de la insustancialidad que lo rodea. El fulgor de la pobreza es un fulgor emancipador. Como el anonimato o la muerte. Nadie, ni su hija que es quien más cerca está de la clave del enigma humano que atesora dicho fulgor, puede dar cuenta de su origen y de su final. La mano amiga es sobre el secreto odio entre amigos. Dos amigos se necesitan nada más que para desnudar sus miserias. La mano que puede salvarnos es la misma que nos puede matar. Un sombrío relativismo que nuestro autor convierte en una magnífica historia como sacada de la chistera de Borges o Bioy Casares. Deudas del tiempo es el relato de otro fulgor, el de la huida. O el de la muerte. Ésta espera, tal vez con esa mítica paciencia con que Cesare Pavese envolvía a sus mejores personajes novelescos, no como desafío ontológico, sino como invitación a la verdadera aventura de la vida. El fulgor de la pobreza reúne tres relatos que son en el fondo tres fábulas (sin moralejas) sobre nuestro tiempo. Luis Mateo Díez se ha empecinado en no decepcionarnos. Y siempre lo logra. Todo un lujo.

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