Arriba y afuera
Durante la Segunda Guerra Mundial se desarrollaron proyectiles de gran alcance y autonomía. En cuanto se aquietaron las aguas, los ingenieros planearon ponerlos al servicio del viaje interplanetario, pero cuando comenzaron las pruebas los políticos descubrieron que realmente no necesitaban llegar a Júpiter para servir un espectáculo cautivador... y con grandes posibilidades propagandísticas. Esta tensión entre los científicos y sus gobernantes es la que desarrolla Adiós a la Tierra, un libro sugerente que constituye toda una historia social y política de la carrera espacial.
Los viajes al espacio plan-
ADIÓS A LA TIERRA. Estaciones espaciales, superpotencias rivales y los viajes interplanetarios
Robert Zimmerman
Traducción de César Mora
Melusina. Barcelona, 2005
578 páginas. 23 euros
teaban toda suerte de incógnitas: unas, por supuesto, de orden técnico, pero otras referidas a los peligros del vacío y la falta de gravedad. Desde los años cincuenta toda una serie de vuelos fueron descubriendo desde el mejor diseño de la ducha espacial hasta la forma de combatir la descalcificación del esqueleto de los astronautas, debida a la ingravidez. Entretanto se iban refinando los aspectos claves de la propulsión, del habitáculo, del reciclado del agua y los desechos (la orina como fuente de oxígeno), y de los problemas psicológicos de las tripulaciones (un astronauta acusado de gafe, o el hartazgo por la comida, o el casi-motín cuando la nave de suministros no les llevaba cartas de los suyos). Las tripulaciones rusas se vieron también obligadas a resolver en gravedad cero, y con las herramientas más a mano, espinosos problemas de los mecanismos. Todo ello, por cierto, a costa de llenar el espacio de desechos (un acoplamiento con la nave Mir falló por causa de una bolsa de basura que había flotado hasta el portillo).
Mientras la NASA se empantanaba en decisiones burocráticas que no tenían nada que envidiar a las de sus analógos soviéticos, éstos experimentaban el impulso propagandístico del descubrimiento de Bréznev: el paseo por el espacio de un astronauta húngaro o indio (quien, por cierto, aprovechó para practicar yoga ingrávido) podía ser la mejor muestra del entendimiento entre los países de un bloque político que empezaba a descomponerse irremediablemente. El presidente Ford había descubierto también que el acoplamiento de una nave americana y otra rusa era una buena metáfora del deshielo. El último de estos ejercicios espaciales de propaganda fue en 1988 el vuelo de un astronauta afgano, que leyó en órbita y ante las cámaras un fragmento del Corán...
Robert Zimmerman dedica el mayor peso de su obra a explicar la carrera espacial desde el lado soviético, que es mucho más desconocido para el público en general. Aprovecha además la posibilidad actual de acceder a archivos y hablar con los protagonistas de los hechos.
Los vuelos espaciales, por
cierto, van trazando la radiografía de la evolución del régimen soviético: desde las tripulaciones militares del comienzo, a las retransmisiones en directo de los despegues y ruedas de prensa con los astronautas de la era Gorbachov... llegando a la inclusión de una pancarta de publicidad de una empresa italiana en un lanzamiento del año 1989. Además, y como ya había ocurrido en el programa americano, el trasvase de astronautas rusos a la política demostró la proximidad que venía existiendo entre los dos ámbitos...
La historia, apasionante y curiosa, de las máquinas y los hombres que intentaron dejar la Tierra viene de la mano de una joven editorial barcelonesa, que ha tenido la infrecuente decencia de mantener el índice de nombres y conceptos de una obra riquísima en datos y detalles.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.