Un salto al 'paraíso' en cuatro minutos
Un inmigrante de Guinea Bissau relata cómo hace tres días logró cruzar la frontera de Melilla 16 meses después de dejar su país
Hace tres días, Boubacar Baldé, de 24 años, dormía en un campamento al raso en los bosques de Mariguari, al otro lado de la valla que separa Marruecos de Melilla. Ahora lo hace en una de las 10 tiendas de campaña que el Ejército ha instalado en el exterior del Centro de Estancia Temporal de Inmigrantes (CETI), después de la entrada de cerca de 300 subsaharianos en las dos avalanchas masivas que se han producido desde la madrugada del martes.
Como la mayoría de los recién llegados, Boubacar permanece junto a las tiendas, donde recibe zumos o refrescos de las organizaciones humanitarias, y aprovecha la visita de los periodistas para pedir prestado un teléfono móvil con el que llamar a su familia y decirles que por fin ha logrado entrar en España.
Desde el CETI, que está completamente desbordado con estas nuevas llegadas, se divisa, como un recordatorio de los que han quedado atrás, parte de la doble verja, aunque en esta zona ya se ha elevado su altura hasta los seis metros. Para llegar hasta este paraíso, donde duermen sobre mantas una treintena de subsaharianos en cada tienda, Boubacar ha atravesado media África y se ha dejado todos sus ahorros, unos 600 euros. Salió de su país natal, Guinea Bissau, en marzo de 2004. De ahí a Senegal, Malí, Burkina Fasso y Argelia. Para cada trayecto, tuvo que buscar distintos vehículos, normalmente todoterrenos, en los que asegura que viajaban hasta 30 personas.
De Argelia pasó a Marruecos caminando, hasta llegar a Mariguari, en la provincia de Nador, dos meses después. Este último recorrido, de unos 160 kilómetros, lo ha tenido que hacer seis veces más, las mismas que la Gendarmería marroquí le detuvo y le llevó hasta Oujda, en la frontera con Argelia, no sin antes golpearle y quitarle el dinero, según asegura. "Hay muchos problemas con la policía marroquí", dice, en referencia a las redadas y las palizas. Sin embargo, la Guardia Civil, aunque le envió de vuelta una vez cuando ya había logrado cruzar, nunca le pegó como han denunciado otros subsaharianos y asociaciones humanitarias en el último mes.
Boubacar, que se hizo heridas en el cuello, en un dedo y en una pierna al saltar, ha tardado un año y cuatro meses en lograr la primera parte de su objetivo. Y puede estar varios meses o años hasta conseguir la segunda: ir a Barcelona, donde viven algunos familiares, trabajar y enviar dinero a sus padres.
Y es que la única salida actual para los inmigrantes del CETI, con una orden de expulsión imposible de cumplir porque sus países de origen no los admiten, es ser trasladados a un centro de la Península, donde no se les puede retener, aunque tampoco tienen papeles que les autoricen a trabajar.
En Farine, la localidad de Guinea Bissau donde vivía con sus progenitores, el joven se dedicaba a comprar y revender zapatos y ropa en el mercadillo, aunque cuenta que tiene formación como mecánico, que también es la profesión de su hermano, de 18 años. "En mi país no ganaba dinero y no conseguía un buen trabajo", explica en inglés. "Si llego a Europa, puedo ganar dinero para mis padres, que no trabajan, para que se puedan comprar una buena casa y un coche pequeño", añade.
Para alcanzar este sueño, Boubacar ha malvivido en el bosque, comiendo lo que los habitantes de los pueblos marroquíes le daban. "La gente es buena, me daban dinero, comida y ropa". El joven asegura que los saltos masivos se producen normalmente cuando aumenta la presión de las fuerzas de seguridad marroquíes. La organización es, según él, cuestión del boca a boca, entre los distintos campamentos donde se agrupan los inmigrantes por nacionalidades. Por la noche, se encuentran a unos 20 metros de la frontera, y si no hay vigilancia, saltan la doble valla en las zonas donde aún mide tres metros de altura. "Yo lo hice en cuatro minutos".
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