Y tú más
La composición que se había hecho la cáscara del huevo del presidente era manifiesta: Francisco Camps ocupaba la pole position en el Debate de Política General. Había reducido la deuda en 139 millones, había cerrado el Pacto Valenciano por el Crecimiento y el Empleo (Pavace) y había sacado la reforma del Estatut con anticipación. En su pecho no cabían más medallas. No era necesario, como el año pasado, montar una foto en mangas de camisa en el ala oeste del Palau bajo la cruda advocación de Ana Michavila ni crear más expectativas.
Camps sólo tenía que comparecer envuelto con la transparencia sacra de la cláusula estatutaria y llevarse el debate. Con ese subjetivo impulso trepó hasta la tribuna mientras los suyos, en pie, soltaban una salva de hurras y vivas. Joan Ignasi Pla entró al hemiciclo cuando Camps estaba saliendo de la línea de despegue, retraso que había creado una cierta inquietud en sus filas y el choteo de Esteban González Pons. Arriba en el gallinero, sobresalían las cabezas de Enric Morera y Glòria Marcos (la extraña pareja), José Joaquín Ripoll o Alfonso Rus. El presidente de la Generalitat arrancó su discurso en valenciano, dando a entender que se había recuperado a sí mismo. "Estamos de enhorabuena", estalló, e hizo un repaso enfático y lisonjero de la reforma del Estatut, tratando de dar una imagen de cohesión no sólo con los suyos sino también con el grupo mayoritario de la oposición. A partir de ahí soltó unos junts muy explosivos, ajustó sus gestos a sus golpes silábicos y le salió una coreografía, con saltitos y frenazos, muy de mantenedor festero.
Pla le restregó los apoyos de Carlos Fabra y dijo que tenía un "panorama de chavo"
Camps sólo tenía que comparecer envuelto con la transparencia de la cláusula estatutaria
Pero lejos de profundizar en el nuevo escenario de colaboración con la oposición que había abierto la reforma del Estatut, el acuerdo del Pavace o el plan de residuos, Camps se limitó a advertir de que lo que había unido el PP y el PSPV no lo podía separar el PSOE, y una vez mandado ese recado optó por ponerse moños y exaltar su gestión hasta el paroxismo. Dijo que no había tiempo para la autocomplacencia, pero dibujó un mundo ideal con temperas ensartado con cifras y expresiones joviales, del tipo "una inmensa multitud de convenios", "vibraciones positivas" y en ese plan. "Todo está en marcha y por buen camino", garantizó como si nos estuviera vendiendo un melón maduro. Aunque muy pocos sabían en ese momento que su discurso iba a ser muy castrista, en el sentido que duraría dos horas y media, su temprano impacto soporífero empezó a acentuar el aspecto somnoliento de Julio de España, que, por su volumen, no lograba cruzar los brazos para mantenerse rígido. Y ni siquiera sus señorías le brindaban un alboroto para soltar un par de mazazos y reanimarse.
Camps entonces hizo pie en la centralidad valenciana y saltó hacia la Copa del América, "esa plataforma que va a irradiar nuestra imagen hacia todos los rincones del planeta", mientras Vicente Rambla adoptaba una postura de bajo consumo energético y el resto de consejeros hibernaban como podían, excepto Juan Cotino que se mantenía en tensión por la proximidad de la hora del Ángelus. El presidente siguió enumerando méritos, ahuecó el PIB, la renta europea, los empleos y la creación de empresas, y siguió bebiendo de su vaso dando a entender que lo del agua estaba al caer. Y enseguida se puso la pechera de hojalata y la emprendió contra el Gobierno Central con motivo de la financiación, para enseguida sacar el botijo. Y lo sustentó con que en un año el Ebro había vertido al mar 17 trasvases como los que necesita la Comunidad Valenciana. Y ante el pitorreo de la oposición tuvo que repetirlo.
El presidente virilizó su coreografía e intensificó su ritmo cardíaco, como si estuviese haciendo un sprint. Llegados a ese punto nadie ponía en duda que su discurso había terminado y ahí quedaba el charco para que Pla nadara o se ahogara. Pero entonces puso la chistera sobre la mesa y empezó a sacar gatos con orejas de conejo y una ristra de planes de todos los colores que completaban sus otras 26 páginas de discurso. Habló de trilingüismo y vacunaciones triplevíricas, y dado ese puntazo abrió un caminito para llegar a la propuesta de un pacto por el territorio y el urbanismo, que se mostró dispuesto a consensuar de la cruz a la raya, y ahí le aplaudieron todos los suyos menos Fernando Modrego y la inquieta Elvira Suances. Cuando Camps hubo hinchado el futuro de la Comunidad Valenciana como el spinaker del Alinghi, desafió la gravedad y todavía le embutió unos Juegos Europeos y el V Encuentro Mundial de la Familia, y, jadeando, pasó a la traca final empuñando el botijo. Y se honró de ser el presidente de los valencianos. "Nada más y nada menos", observó.
Pla le rasgó el spinaker enseguida sólo con decirle que no estaba en un plató de Canal 9 sino en las Cortes. En un tono cabreado y enérgico le restregó sus apoyos a Carlos Fabra, le echó en cara el enfrentamiento interno y le dijo que tenía "un panorama de a chavo". Despedazó la postal con datos distintos y le sentenció que de sus promesas sólo quedaban sus palabras y de sus planes las fotos y los vídeos de Canal 9. Camps subió a contrarreplicarle muy incandescente y desenvainó el y tú más para elevar una humareda y poder escabullirse sin dar respuestas a su vinculación con Fabra. "Usted lidera la nada", le asestó. Lo acusó de haber ido allí a crispar, a insultar al presidente de la Generalitat y a presentar una imagen catastrofista de la Comunidad Valenciana. Incluso sacó la sábana espectral de Esquerra Republicana de Catalunya y proyectó una sombra de sospecha sobre los socialistas por no querer reformar la ley de urbanismo. Cerró el broche con un Viva la Comunidad y puso un escorzo de saludo muy torero, pero los suyos no lo sacaron a hombros.
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