Milagro asturiano
Fernando Alonso se forjó en una comunidad que no contó con su primer circuito de 'karting' hasta hace 10 años
Es cierto que Fernando Alonso tiene algo de pionero, como proclamaba recientemente un miembro del jurado del Premio Príncipe de Asturias. Pero, a diferencia de Manolo Santana o Severiano Ballesteros, el milagro del alonsismo tiene que ver sobre todo con su procedencia. Porque no deja de ser eso, un milagro, que el primer español campeón del mundo de Fórmula 1 brotase de una comunidad que hasta hace diez años no tenía ni un mísero circuito de karting.
En Asturias hay mucha afición al motor, pero hasta la aparición de Alonso sólo había podido presumir de algún que otro piloto de rallies. El fenómeno Alonso sólo se explica por sus cualidades naturales y el empeño de su familia. El empeño en todos los sentidos, porque la economía de los Alonso no permitía dar el espaldarazo a Fernando a golpe de talonario, tan necesario en un deporte muy caro.
José Luis Alonso, maestro industrial y empleado de una fábrica de explosivos de La Manjoya (Oviedo), intentó trasladar a sus hijos -Lorena y Fernando- su pasión por el motor. Construyó un kart artesanal para Lorena que acabó convirtiéndose en el primer juguete de Fernando con poco más de dos años, convenientemente trucado ante lógica imposibilidad de alcanzar los pedales.
Fernando Alonso dio sus primeras vueltas en un minicircuito construido por un grupo de trabajadores de La Manjoya en una esquina de las instalaciones deportivas de la fábrica. Y, como prueba de las penurias de aquella Asturias de mediados de los 80, el siguiente escenario de su aprendizaje fue la improvisada pista que cada fin de semana montaban José Luis y otros entusiastas en el aparcamiento de un concesionario de coches.
Uno de ellos, José Luis Echevarría, recuerda al pequeño Fernando por la tenacidad y seriedad con que se tomaba todo lo relacionado con los karts. "Era el primero en llegar y el último en marcharse, no paraba de dar vueltas y vueltas", destaca Echevarría, que sería uno de los artífices del primer circuito asturiano de karting, abierto en 1995, y del que ahora es director gerente.
En los ambientes automovilísticos asturianos empezó pronto a hablarse de un crío que manejaba el kart como un virtuoso y ganaba a chavales mucho mayores. Desde que, con 7 años, se proclamó campeón de Asturias, Fernando fue siempre un adelantado a su tiempo. Y cuando el ámbito de su comunidad le quedaba pequeño encontró en Cataluña a la persona adecuada para que no se frenase su progresión: Genís Marcó, un importador de karts que se encargó de buscarle financiación.
Su adolescencia estuvo marcada por fines de semana entregados a su pasión a costa de muchas incomodidades. Su padre le esperaba los viernes a la salida del instituto para recorrer miles de kilómetros, casi siempre hacia Italia, donde participaba en la carrera correspondiente para volver a acurrucarse en el asiento de atrás del coche y regresar a Oviedo.
A partir de ahí, del título mundial de karts y del espaldarazo que supuso la apuesta de Adrián Campos, la historia de Alonso se acelera hasta llegar al punto actual. Y con el peaje personal correspondiente. Porque la alonsomanía ha alejado a Fernando de sus raíces, hasta el punto de que sus visitas a Oviedo son cada vez más espaciadas y casi siempre de incógnito.
Ahora Fernando gana tanto dinero que su madre, Ana Díaz, ha renunciado a su trabajo de dependienta en El Corte Inglés. Pero no puede estar tranquilo ni en la casa familiar, asediada por periodistas y curiosos en cuanto se extiende el rumor de que está en Asturias.
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