Mucho más que un campeón
Fernando Alonso se convierte en el ganador más joven de un Mundial de F-1 ante el entusiamo general de un país deslumbrado
Fernando Alonso se coronó campeón del mundo de Fórmula 1 en Interlagos, acontecimiento que trasciende los márgenes de lo deportivo para convertirse en un fenómeno social. Nunca como ahora se ha asistido con tanto entusiasmo al nacimiento de un gran campeón. En un país que ha producido héroes deslumbrantes, desde Santana a Ballesteros, desde Nieto a Nadal, la figura de Alonso ha tenido algo de mesías anunciado. Quizá porque la fórmula 1 convoca un prestigio casi inigualable en el mundo del deporte, todo el país ha atendido a la progresión de un piloto que estaba predestinado a la grandeza. Su trayectoria ha sido prodigiosa desde niño, desde los días en que comenzaron a correr historias sobre un muchacho que tenía impresionados a los fiebres de las carreras. Desde entonces, España ha seguido con asombro la escalada de Alonso, que ha confirmado punto por punto las inmensas expectativas que había generado. En uno de los mundillos más competitivos y despiadados del deporte, Alonso no se ha apartado ni un milímetro de su trayectoria hacia el éxito. Quienes aseguraban que era un proyecto de fenómeno, no se equivocaron. Alonso llegó a la fórmula 1 no para ganar, sino para hacer época. ¿No es hacer época acabar con la hegemonía de Michael Schumacher y Ferrari? ¿No lo es conquistar el título mundial con 24 años, el campeón más joven en la historia? Así se ha desarrollado toda su carrera, entre expectativas inmediatamente satisfechas. Más joven que nadie venció su primera carrera, precedente de la consagración de una estrella que tiene a todo un país detrás.
España no ha sido un país con tradición en este deporte, mundo que remite a pilotos inolvidables, escuderías legendarias, tecnología sofisticada, desafío a la velocidad y muchas veces a la muerte, un mundo que durante décadas ha sido inaccesible para los españoles. Ahí afuera había un mundo de mitos que ha discurrido en paralelo con la consideración del automóvil como icono por excelencia del siglo XX. El coche representaba el salto a la velocidad; la fórmula 1 iba más allá: hasta la velocidad imposible, hasta un territorio donde sólo se atreven unos pocos elegidos. Quizá por eso producen tanta fascinación los pilotos y sus máquinas. Es el hombre que se enfrenta a los límites más peligrosos, que se impone por una maravillosa combinación entre el valor, la inteligencia y la tecnología. El campeón de fórmula 1 representa como ninguno el triunfo del hombre contemporáneo, de la alianza entre la técnica y el coraje. Así surgieron los mitos de cada tiempo: Nuvolari, Fangio, Jackie Stewart, Nikki Lauda, Alain Prost o Michael Schumacher, y también los de aquellos que pagaron con su vida el rigor de una competición que no perdona fallos. Quizá por eso sean los más queridos: Jim Clark, Gilles Villeneuve, Ayrton Senna.
A ese mundo de colosos no accedían los españoles. La técnica, el diseño, la ingeniería pertenecía a italianos, británicos, franceses, alemanes, a máquinas extraordinarias cuyo significado superaba los márgenes del deporte. Eran el orgullo de sus países: Ferrari, Lotus, Renault, Mercedes, el primer mundo en toda su magnitud. Como en tantas otras ocasiones, España observaba ese mundo con fascinación, a la espera de un pionero. Ocurrió en el tenis, en el golf, en el motociclismo, en el esquí. Ocurrió con campeones que transformaron un país, porque su influencia incidió no en el deporte, sino en toda la sociedad. España no es el mismo país después de Santana o Ballesteros. Han ayudado muchas cosas al cambio, pero también la influencia de unos deportistas excepcionales. Sólo quedaba un gran reto. En un país que ha progresado hasta convertirse en una potencia del deporte mundial, con un arco de campeones que apenas admite comparación en Europa, faltaba el campeón de fórmula 1. Ese hombre es Fernando Alonso. Un campeón a la manera de los grandes pioneros del deporte español, hombres que triunfaron en situaciones improbables y tuvieron consistencia para dejar un legado excepcional. A esta clase de héroes pertenece Alonso. Lo que hoy abruma por la magnitud del éxito, algún día será importante por la huella que dejará en sus sucesores.
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