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Reportaje:MERCÈ 05

La epopeya de limpiar la plaza de Catalunya

La brigada de limpieza trabaja a destajo mientras algunos incívicos orinan en la calle pese a tener cerca váteres públicos

Las dos de la madrugada de ayer. Suenan los últimos acordes en el escenario principal y la plaza de Catalunya sigue bastante llena. La fiesta va decayendo, pero sus consecuencias quedarán en el pavimento. Es hora de empezar a limpiar el suelo, los bancos y los recovecos del gran centro neurálgico de Barcelona. "Esto será más fácil que una noche de fin de año, sobre todo desde que a alguien se le ocurrió celebrar el año nuevo rompiendo botellas", dice uno de los supervisores de la brigada de limpieza municipal.

Las botellas pueden averiar el camión escoba, un eficiente vehículo que aspira rápido y bien, pero que no puede con los trozos grandes de vidrio. Sin embargo, no hay problema. Por la noche predominan las latas de cerveza: 15 metros cúbicos de cilindros de aluminio chafados yacen esparcidos por la plaza de Catalunya. Y serán recogidos. "En general, por la noche, todo el mundo bebe". Y no con moderación. Coinciden por unos días los turistas europeos -escandalosos, hombres y mujeres, algunos ya maduros- y los inmigrantes andinos que han hecho del escalón que rodea el monumento a Macià su bar particular. Y la juventud que sale a celebrar la Mercè.

"Dejar los escombros en el suelo, sin esforzarse en ir hasta un contenedor, es lo fácil. Esas latas no se reciclarán", dice con lástima otro supervisor municipal. "Lo triste es que ese comportamiento de no tirar las cosas a la basura sea visto como normal por mucha gente". Pero los vendedores de latas, generalmente paquistaníes, baten récords durante las fiestas de la Mercè. El gran problema -para los barrenderos- es que allí donde hay abundancia de cerveza también la hay de orines. "Es desesperante. ¡Pero si tienen cabinas de váter enfrente!", dice un trabajador que ya ha desinfectado tres veces la base del grupo escultórico de Subirachs, de la que emana mal olor.

Los 35 trabajadores -dos son mujeres; el resto, hombres- ya han limpiado con decisión la periferia y el centro de la plaza, entrando por cuatro lados. Insisten allí donde algunos siguen tirando las latas al suelo. Un técnico de campo, transmisor en mano, hace funcionar la orquesta. "Barre más aquí. Mete más presión de agua allí". Trabajan en grupos de cuatro, repartiéndose el terreno. Cuando acaban, todos confluyen en un punto: al sur de la plaza, en la acera contigua al bar Zúrich.

Es la primera fase de limpieza. La más difícil, puesto que la gente juguetea con los camiones y bromea, aunque una menuda y joven trabajadora, escoba en mano, no se deja amilanar. La plaza se va vaciando paulatinamente. "Nunca hay problemas. Respetamos a la gente, pero tenemos que cumplir nuestro turno de 6 horas y 40 minutos. El ritmo es fuerte y vamos muy cansados". La segunda fase consiste en un riego intensivo con agua freática. El suelo, antes pegajoso, queda limpio. Algunos vuelven a sentarse para beber, pero el entorno ya es agradable. Son las cuatro de la madrugada y el técnico de la brigada de limpieza reflexiona: "La sociedad genera demasiados escombros. Antes también se bebía en la calle, pero las botellas las devolvíamos al bodeguero". El vidrio está de capa caída.

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