_
_
_
_
DON DE GENTES
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Eres un animal

Elvira Lindo

HARTA DE LA MEDICINA convencional, el otro día me fui al veterinario. Soy una pionera. Sé que provocaré no pocos comentarios a mis espaldas. Cuento con ello. De momento sólo puedo ir al veterinario por la privada, pero tengo la esperanza de que un día esté incluido en el seguro. Lo he hecho porque aspiro a que los médicos me traten como trata el veterinario al perro, que cada vez que se le pone una vacuna, o se le hace una exploración en el recto, hay tres auxiliares a su alrededor acariciándole la cabeza para que no se asuste, diciéndole cosas bonitas.

No hay más que ver ese programa que hay ahora en las autonómicas sobre animales. Con qué cariño y cuidado atienden el parto de las vacas. Ya me hubiera gustado que me asistiera en el parto el veterinario que sale en Telemadrid. He empezado a ir al veterinario en Estados Unidos. En España me da corte. Estados Unidos tiene muchas cosas malas, pero, como te digo una cosa te digo la otra, pagando llegas a cualquier parte, al veterinario o al taxidermista. Yo al taxidermista de momento no, porque disecarse es algo drástico, te dejan completamente hueca, inútil para la vida diaria, pero vaya, que yo no descarto disecarme en un futuro; prefiero estar disecada a que me hagan una estatua, que las estatuas españolas son horrorosas. De alguna forma, todas esas mujeres millonarias superoperadas que se pasean por Madison Avenue están siendo disecadas lentamente, hasta quedarse sólo con los órganos vitales que les permiten dar esos pasitos que van desde el coche hasta la tienda de Prada.

Por cierto, hay un abuelo con una avioneta aquí en Nueva York al que puedes contratar para echar las cenizas de un familiar querido. El abuelo mete las cenizas en una caja de latón de una marca muy popular de avena, y cuando llega al lugar elegido (suele ser la estatua de la Libertad) vuelca la lata. Antes le mandaban los muertos en urnas, pero dice que las urnas se le rompían y era una falta de respeto tener que pasarle la aspiradora al muerto. Es fantástica la practicidad americana. Aquello de echar tú personalmente las cenizas de tu madre al mar se ha quedado antigüísimo. Lo suyo es mandar el bote a Correos, y los de Correos avisan al abuelo. Estados Unidos tendrá muchas cosas malas, pero si tú mandas a tu padre en polvo un lunes desde Ohio, el jueves sin más tardar está tu padre dentro del bote del abuelo. Pero, ¡caramba!, ¿por qué nos hemos puesto tan tristes?, ¿a qué viene pensar en la muerte? El veterinario me ha mirado los dientes, dice que tengo una magnífica mordida y que puedo seguir correteando antes de mi último viaje en avioneta.

Lo de ir al veterinario no ha sido un caprichito. Hay cosas que quería consultar con él personalmente. El veterinario te sirve de confesor o psicólogo también, cosa que los médicos tradicionales perdieron para siempre. Mi preocupación, le transmití, es que últimamente está muy en boga comparar los comportamientos humanos con los animales. Con eso de que los humanos estamos a un paso de ser gusanos, los biólogos están desmadrados. No hacen más que comparar. Y eso duele.

Sin ir más lejos, yo (concretamente) tuve una discusión violentilla con mi santo, porque es un hombre (no estoy criticando) que lee muchas revistas científicas. Cuidado, que no digo que lo haga con mala intención, pero a la postre saca unas conclusiones que ofenden. Últimamente está muy por el rollo primate (él se incluye). Dice que el macho primate, dada su naturaleza, necesita en un momento dado abandonar a la hembra (que ha de quedarse al cuidado de las crías) y expandir su semilla por el mundo, y que ésa es la razón por la cual los hombres sienten atracción por las hembras jóvenes, no por vicio, eso nunca, dice mi santo, sino por conservación de la especie. Como dice Eduardo Mendoza, a veces..., yo no digo una hostia, pero un cachete, es que te lo están pidiendo. "¿Que me vas a dejar a mí con las crías?", le dije, "tú lo flipas, tío". Él dice que yo todo me lo tomo siempre literal. Yo digo que las comparaciones son odiosas.

Los ultraconservadores están encantados con un documental, Pingüinos, que está teniendo mucho éxito. El documental, las cosas como son, es maravilloso. Los pingüinos son preciosos, conmovedores; caminan en grupo, se abrigan en grupo, parecen académicos de la lengua en una toma de posesión. Los pingüinos luchan hasta dejarse la vida para sacar adelante a su cría, son fieles, monógamos, y el padre ayuda en la casa, cuida el huevo mientras la madre se larga tres meses (esa parte me gusta). Los republicanos están que se salen. La ciencia, al fin, les da la razón. Están utilizando el documental para defender la familia. Los republicanos apuestan por el pingüino; mi santo, por el primate. Lo gracioso es que Internet se vio inundada por gays que recordaban que los animales más populares de Nueva York son dos pingüinos del zoo del Bronx que hace un año salieron del armario. Dos machos con una relación estable que tienen adoptado un pingüinito. Como de Walt Disney. La cosa es que también los violadores podrían aferrarse a las violaciones en masa de los delfines; que la violencia familiar quedaría justificada por esas roedoras que se comen a sus crías, y el consumo de estupefacientes, por el cuelgue de los koalas comiendo hojas adormecedoras.

Pero a mí los demás me dan igual, yo al veterinario le fui a consultar si él creía que el hombre era un primate con necesidad de expandir su semilla. El veterinario, viéndome angustiada, me dijo: "Tú tráemelo, que le echemos un vistacillo; esas cosas hay que verlas". Pero a mi santo no le convenzo para llevarle al veterinario. Es muy de la medicina tradicional.

Sobre la firma

Elvira Lindo
Es escritora y guionista. Trabajó en RNE toda la década de los 80. Ganó el Premio Nacional de Literatura Infantil y Juvenil por 'Los Trapos Sucios' y el Biblioteca Breve por 'Una palabra tuya'. Otras novelas suyas son: 'Lo que me queda por vivir' y 'A corazón abierto'. Su último libro es 'En la boca del lobo'. Colabora en EL PAÍS y la Cadena SER.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_