El 'cuadrado mágico' viaja a Montjuïc

El Real Madrid se compone de dos compartimentos más o menos estancos. Por un lado, el presidente Florentino Pérez y el aparato funcionarial. Por el otro, el entrenador Vanderlei Luxemburgo, su séquito, y el vestuario. Estas dos estructuras viajaron ayer a Barcelona en el mismo avión para participar de un partido relevante en la medida en que sobreviene en plena crisis deportiva: el tercer encuentro de Liga, contra el Espanyol.

En el compartimento de Luxemburgo reina la confianza, una fe que simboliza el cuadrado mágico, eje de su sistema. En el compartimento burocrático los formalismos matizan una profunda preocupación. Florentino Pérez intuye que su prestigio está más amenazado que nunca. Después de dos años sin títulos, Chamartín registra movimientos sintomáticos. Desde la goleada en Lyón (3-0), en Liga de Campeones, la llamada del presidente ha hecho emerger al abigarrado sindicato de intermediarios que, tras un verano agitado, han vuelto a calentar los teléfonos. Esta vez no buscan satisfacer las exigencias de Luxemburgo: esta vez le buscan un reemplazo. Sólo por si acaso. Sólo por protocolo. Es una consecuencia del estado de prealerta que vive el club y un síntoma de que Florentino Pérez, a la larga, no se fía ni del entrenador más poderoso que ha tenido.

"¡Iiiiisssu!", gritaba Luxemburgo el jueves, en perfecto portugués de Rio. De pie, en medio de los jugadores, concentrado en su plan, el técnico dirigió una práctica específica para hacer más eficaz el ataque. Quería que sus jugadores comprendieran cómo pretende utilizar las bandas. "¡Raúl!", llamaba; "¡pasa a Robinho! ¡Pasa a Robinho!". Raúl y Robinho se movían como péndulos de un costado al otro del campo, conectándose con Beckham y Salgado en un lado, y con Roberto Carlos en el otro. Por todo el frente de ataque. Cuando por fin el centro salía del lateral, Ronaldo y Baptista acudían al remate. Ronaldo al segundo palo, Baptista al primero. "¡Iiiiisssssu!", exclamaba el técnico al ver que su orden se ejecutaba: Raúl le daba la pelota a Robinho. "¡Iiiissssu, carallo!".

En Brasil, donde dirigió con gran éxito al Corinthians, al Palmeiras y al Santos, se labró fama de entrenador arrojado. Allí, Luxemburgo fue el abanderado del uso de las bandas. Un profeta de la ocupación horizontal del campo que en España se siente poco reconocido y cuestionado injustamente.

"No hay debate"

"Para mí no hay debate", dice el brasileño, con un rictus fiero. "El fútbol permite que cada uno pueda tener una opinión distinta y válida. Mi opinión es que los jugadores no deben estar fijos en una posición; creo que tienen que intercambiarse. Raúl, Robinho, Beckham, Roberto, Michel... Todos tienen que utilizar la banda".

Por más que los fontaneros se apliquen, lo cierto es que en septiembre el mercado de entrenadores ofrece pocas posibilidades. Luxemburgo tiene esta circunstancia a su favor. Arrigo Sacchi, el director deportivo, apoya su sistema con un argumento sólido: "No es cuestión del sistema sino de la interpretación que se haga de él. En el sistema de muchos equipos no hay bandas, pero sus jugadores van por las bandas. El Villarreal juega sin bandas, pero sus jugadores van por las bandas. Mi Milan tampoco tenía bandas, pero íbamos por las bandas".

Helguera es optimista, pero apunta una desventaja: "El problema no es el sistema. Podemos cambiarlo en todos los partidos y ganar igual. Pero ahora no tenemos especialistas: sin Figo y Solari, el único centrocampista que va bien por la banda es Beckham".

Lejos de dogmatismos, cuando Luxemburgo habla de cuadrado mágico habla de necesidades prácticas. En su imaginación el poliedro se forma por imperativo político: Zidane y Raúl son los vértices inferiores; Ronaldo y Robinho los superiores. Así está hecho el Madrid. El suyo y el de los burócratas.