Simas de memoria
Cavar zanjas en las cunetas para recordar no es abrir trincheras, como se escandalizan algunos. Hay que asomarse a las simas de la memoria colectiva, sin caerse ni empujar en un descuido al prójimo. La historia está llena de agujeros negros, de estaciones abandonadas por donde pasan sin parar trenes que no van a ninguna parte aunque dejen ver en la oscuridad rostros anónimos -todo rostro anónimo es conocido de alguien-, caras pegadas con vaho al húmedo cristal; estaciones abandonadas que son como pasadizos secretos que nos llevan a otra dimensión, a otro espacio. Manuel Rico, que es un novelista que trabaja con los utensilios de la memoria para (re)conocer el pasado, ha escrito una intensa y emotiva novela, hecha con fragmentos de realidad y pedazos de aparente inverosimilitud. Y ambos, fragmentos y pedazos, son teselas de un mismo mosaico, que encubre a su vez otro posible mosaico, una suerte de "pentimento", como esas pinturas antiguas al óleo, en las que el transcurrir del tiempo descubre lo que hay debajo de ellas, lo que primero pintó el artista y luego enterró, "arrepentido", con otras cosas ("aparecerá un árbol a través del vestido de una mujer, un niño abre paso a un perro, un barco grande ya no se ve en un mar abierto", son éstas las palabras que utilizó la norteamericana Lillian Hellman al explicar el título de sus memorias, Pentimento).
TRENES EN LA NIEBLA
Manuel Rico
Espasa. Madrid, 2005
207 páginas. 19 euros
Pues bien, así ha trabajado Rico con su novela. Nos muestra un paisaje de hoy, con calles madrileñas, con pueblos perfectamente identificados por cualquier madrileño, los pueblos de la Sierra Norte, los que van a dar a Somosierra, con personajes y conductas cotidianas reconocibles, pero, con habilidad y rigor de pintor renacentista nos fuerza a ir más allá, a intentar entender y reconocer lo que está debajo, lo que se esconde, o se ha escondido. Y eso, en esta novela, nos lleva a la más dura posguerra, y nos permite reconocer el terreno, encontrar huellas de, por ejemplo, un olvidado campo de prisioneros, un puñado de vencidos que con dinamita vigilada harán los túneles del ferrocarril Madrid-Burgos, una obra faraónica de aquel tiempo; un hecho, como tantos otros, al que se le ha dado, una y otra vez, una mano de pintura, y otra más, por unas y muchas razones. Y lo que hace Rico, en esta novela, es mostrarnos lo que hay más allá y lo hace a su manera comprometida social y literariamente -no es casualidad que dedique el libro a Vázquez Montalbán-. Y como es un escritor social y políticamente comprometido no renuncia a la metáfora y entre el lienzo pintado con los atroces pinceles de la posguerra y el lienzo emborronado con los resistentes pinceles del silencio y del acomodado olvido actual que se superpone a aquél, imagina -para unir ambos lienzos- un adolescente que hace veinte años desapareció sin dejar rastro por ese paisaje: la posible explicación de la extraña desaparición se convierte en una hermosa metáfora, con su enigma e inverosimilitud, en sus justas dosis. Acaso el autor ha querido ver en esa generación intermedia una ocasión perdida por no haber iniciado entonces esta necesaria recuperación, la de descubrir lo que hay debajo pintado. Véase esto como una posible lectura metafórica de la novela, que no impide, desde luego, disfrutar, y mucho, con su lectura.
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