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Reportaje:ELECCIONES EN ALEMANIA

El pesimismo y el miedo se disparan en Alemania

La mayoría de los alemanes teme el futuro en un momento de crisis económica y de confianza

"Queridas conciudadanas y conciudadanos". Con estas palabras y gesto grave empezó el pasado 21 de julio el presidente federal, Horst Köhler, un mensaje al país para anunciar la disolución del Parlamento Federal (Bundestag) y la convocatoria de elecciones anticipadas para el 18 de septiembre. Al saludo inicial y el anuncio de las elecciones siguieron ocho frases en las que Köhler resumió en términos casi apocalípticos y sin dar el menor respiro la situación de Alemania: "Nuestro país se encuentra ante ingentes tareas. Está en juego nuestro futuro y el de nuestros hijos. Millones de personas están en el paro, algunos desde hace años. Los presupuestos del Gobierno federal y de los Estados federados se encuentran en una situación crítica como nunca antes. El ordenamiento federal vigente está superado. Tenemos muy pocos hijos y somos cada vez más viejos. Tenemos que consolidarnos a escala mundial frente a una fuerte competencia. En esta seria situación nuestro país necesita un gobierno que pueda perseguir sus objetivos con insistencia y constancia". Resulta difícil resumir en tan pocas frases un panorama más negro. Llama la atención en especial que el demoledor diagnóstico proceda nada menos que de Köhler, la persona al frente de la más alta magistratura en Alemania.

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Casi un mes después del discurso del presidente federal se celebró en Berlín en la sede del Centro Científico para la Investigación Social un debate sobre el tema ¿qué le falta en realidad a Alemania? Intervino en el debate el sociólogo alemán Ralf Dahrendorf que, tras una carrera política fallida en los años setenta en su país natal, se refugió en el Reino Unido donde ha llegado a ocupar un puesto en la Cámara de los Lores. Dahrendorf se permitió una pequeña burla del discurso de Köhler y leyó de su cosecha cómo habría sido el mensaje que el primer ministro británico, Tony Blair, habría escrito para la reina en circunstancias similares a las de Alemania. Basta citar las primeras frases para advertir la diferencia de tono: "Nuestro país se enfrenta a ingentes tareas. Nuestro futuro y el de nuestros hijos están en nuestras manos. Las transformaciones del mundo laboral suponen un desafío a nuestra fantasía. El Gobierno puede y ayudará a aquellos que no puedan ayudarse a sí mismos, pero no cargaremos a nuestros hijos con deudas para proporcionarnos a nosotros una vida cómoda". Siguió el sociólogo con la paráfrasis del discurso de Köhler trasladado al Reino Unido y arrancó las risas y aplausos del público asistente. El diagnóstico de Dahrendorf resultó contundente: "Alemania está impregnada con certeza de un asombroso desánimo". Mientras que el mensaje de Köhler invita a la depresión, el simulado de Dahrendorf-Blair es un llamamiento a arremangarse la camisa y poner manos a la obra para levantar el país.

En vísperas de unas elecciones que se presentan como decisivas, como una ocasión para un cambio de rumbo, tal como afirma la oposición democristiana, el pesimismo se palpa por doquier en Alemania. Los expertos en demoscopia constatan en sus sondeos que los electores no confían en que un cambio aporte soluciones a la situación económica que atraviesa Alemania con casi cinco millones de parados, crecimiento económico nulo, deuda desbocada, tres años de incumplimiento de los criterios de convergencia exigidos por la Unión Europea y sin perspectiva de poder cumplir, crisis de los sistemas de seguridad social con un negro panorama ante el desequilibrio demográfico entre nacidos y expectativa de vida.

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Ante semejante perspectiva los alemanes se refugian en el pesimismo y el miedo al futuro, crece la inseguridad y el temor a perder el puesto de trabajo, aumentan de forma considerable los trastornos psíquicos y tratan de ahorrar todo lo que pueden con lo que contribuyen aún más a que la economía permanezca estancada por la caída de la demanda y el hundimiento del mercado interior por falta de consumo.

En varios cines de Berlín se proyecta estos días una película documental del Konstantin Faigle titulada La gran depresión que afronta las preguntas: "¿Por qué los alemanes sufren una gigantesca depresión?, ¿de dónde viene la melancolía que mueve a todo un pueblo desde hace ya un sinfín de generaciones?, ¿por qué está el alemán tan atormentado por el escapismo?, ¿son las cosas aquí de verdad tan insoportables?". El periodista Hans Leyendecker escribió el pasado fin de semana en el Süddeutsche Zeitung un extenso artículo sobre "la crónica histeria del hundimiento en los alemanes". Cita el periodista un reciente reportaje del semanario The Economist que presenta un panorama de futuro muy alentador para la economía alemana donde se constata que "en cierto modo el problema es la población alemana entregada a una renuncia crónica al consumo y al pánico ante el futuro". En el Frankfurter Allgemeine Zeitung escribe Eberhard Rathgeb: "Muchas personas en Alemania tienen miedo. Diecisiete millones [de 82 millones de habitantes] padecen enfermedades relacionadas con el miedo. Tienen miedo de las arañas, de las serpientes, de las masas humanas, del fracaso social, de viajar en ascensor o en avión, de la oficina, de estar solos y, si alguna ven encuentran a alguien, también del sexo. Caen en el pánico. El cuerpo vibra y el alma sale corriendo. ¿Qué hacer?".

Un estudio del instituto de demoscopia Gallup constata que "los alemanes están frustrados": las tres cuartas partes ven un futuro negro, un tercio tiene miedo a quedarse en paro y sólo un 8% cree que la economía levantará cabeza este año. Un comentario de la emisora Deutschlandradio resume: "Entre los países industrializados Alemania es el campeón mundial del pesimismo". Un reciente estudio de la compañía de seguros R+V, que desde hace 15 años sondea a los alemanes sobre sus miedos, tras el estudio de una muestra de 2.400 alemanes llegó a la conclusión de que los alemanes tienen más miedo que nunca: desde el 25% que en 1991 manifestaba padecer grandes miedos hasta el 52%. Entre los diferentes Estados alemanes los del este llevan la palma. El 85% de los habitantes de Mecklenburgo-Pomerania tienen miedo a perder el puesto de trabajo. El estudio de R+V constata: "La preocupación por el futuro económico une a los alemanes del Este y el Oeste. Las subidas de precios, el paro y la crisis económica son los temas dominantes en la mayoría de los Estados federados". Al lado de esto, cuestiones como la crisis de la pareja apenas tienen importancia, según el sondeo. Llama la atención que las subidas de precios, con una inflación del 2% anual, sea motivo de preocupación.

Los miedos alemanes se reflejan en la psiquiatría. En una reciente conferencia de la Sociedad de Investigación del Estrés y el Miedo se constató que entre un 20% y un 30% desarrolla a lo largo de su vida miedos necesitados de tratamiento psicológico. En el congreso europeo de psiquiatría celebrado en Múnich la pasada primavera el catedrático Ulrich Hegerl aseguró que unos cuatro millones de alemanes, casi un 5% de la población, padece una depresión aguda necesitada de tratamiento. Una de las más importantes cajas de seguridad social, la DAK, registra en sus estadísticas entre 1997 y 2004 un incremento de un 70% de las enfermedades psíquicas.

Un veneno para el consumo

El pesimismo se refleja en la conducta de los alemanes a la hora de consumir. Casi cinco millones de parados y más de un millón en los planes de formación profesional, más los recortes sociales de la Agenda 2010 de Schröder y su Gobierno de coalición entre socialdemócratas y Los Verdes, incrementó el miedo. El posible cambio, con la llegada de la Democracia Cristiana al poder, no mejora el panorama: se teme que los recortes en la red de seguridad social sean todavía más duros.

La posibilidad de perder el puesto de trabajo y caer bajo la reciente normativa que obliga a aceptar cualquier empleo, por debajo de la calificación profesional y del salario fijado en los convenios colectivos, unido al temor a no cobrar las jubilaciones por la quiebra de los sistemas de previsión social, sembró el pánico.

La respuesta: reducir gastos e intentar ahorrar el máximo posible.En 2004 los alemanes ahorraban el 10,5% de sus ingresos. Interrogados sobre los motivos de ahorro, un 64% de los alemanes del Oeste y un 69% de los del Este respondían que ahorraban para la vejez. Sólo un 57%, el mismo porcentaje en las dos partes de Alemania, ahorra con vistas al consumo de productos duraderos. Esta conducta se refleja en el producto más amado de los alemanes: el coche.

En 1960 la media de edad del parque automovilístico era de 3,7 años, en 1995 subió a 6,8 años y en enero de este año los coches que circulan por Alemania alcanzan la edad media de 7,8 años. No resulta extraño que las fábricas tengan un exceso de capacidad. Volkswagen podría producir seis millones de coches, pero sólo vendería cinco. Las consecuencias: reajustes de plantilla, despidos más o menos pactados, más paro, más cargas para la seguridad social, menos ingresos fiscales, más déficit y más incumplimiento con las exigencias de la Unión Europea.

La restricción al consumo es veneno para la económica alemana. La caída de la demanda interna constituye una auténtica pesadilla para el comercio. Las estadísticas de julio reflejan un descenso del 3% en términos reales respecto al mismo mes del año pasado en este sector.

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