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Columna
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Política a ciegas

Podría no haberlo hecho pero preferiría hacerlo, me refiero a comentarles que me tomo vacaciones. A diferencia de otros que se jactan de haber puesto el semen (¡qué electrizante!) para no sé qué coyundas energéticas, yo me conformo con poner tierra de por medio. Y les digo esto, lo de las vacaciones (el gas, digo, el semen es algo muy privado) no para darles envidia, sino para que no se extrañen si le cambio el agua a la pecera. He dicho a la pecera, no al canario. O sea que a lo mejor se encuentran con otras algas y otros esqueletos echando burbujas. Sin embargo, como las ciencias hace ya mucho que adelantaron una barbaridad, no perderé el contacto con ustedes, queridos lectores. Porque una cosa es cambiar el agua a las peceras y otra muy distinta cambiar de interlocutor.

Que se lo pregunten a Zapatero. Yo se lo iba a preguntar pero como estoy de vacaciones no estoy en la pecera. Tampoco está el agua, de modo que si me apuran ya no sé ni si estoy yo. Pero no importa, me encuentro como pez en el agua. En un agua, todo hay que decirlo, con vistas. Que suele ser lo que procuran las vacaciones -agua, digo, vistas-, bien porque uno mude de lugar o debido a que las vacaciones mudan la manera de ver, ofreciendo como nuevo incluso lo cotidiano.

Que se lo pregunten a Zapatero, que ha tenido que dar vacaciones a una parte de sí para tener vistas con Ibarretxe, sólo porque el lehendakari le parece un destino turístico con más futuro que Mallorca, o, como diría el otro, que Rajoy. Es lo que tienen los paquetes, los paquetes turísticos, quiero decir. De modo que van Zapatero e Ibarretxe, se reúnen en medio de la confusión, quiero decir de la discreción, y cada uno sale diciendo cosas distintas sobre lo que allí se trató. Ibarretxe no ha dicho nada, se limitó a pedir discreción (antes solía decir: trabajar, trabajar, trabajar; ahora dice discreción, discreción, discreción), prefiriendo confiarle el muerto a la vice Zenarruzabeitia, que hizo de poli malo (¡cuánto vice!) y arrojó un jarro de agua fría a las sonrisas estereotipadas del talante al exigirle que arregle lo del Cupo en el plazo de 48 horas.

No sé qué pasará una vez cumplido el plazo, porque yo estaré ya lejos, y en las aguas, digo, en el monte al que pienso ir no me llegará ninguna noticia. Pero resulta curioso que se quisiera tapar bajo el manto de la discreción los acuerdos o los desacuerdos a los que llegaron los allí reunidos cuando la propia realidad no tarda en mostrarse de lo más indiscreta como ha demostrado la buena de la Zenarruzabeitia en su papel de dura, de dura realidad (con lo que ha sido esta mujer...).

Pero pongamos que no sea así, sino que la discreción pueda tomarse por el máximo valor al que aspire la política. El lehendakari Ibarretxe podría pasar a la historia por haber alcanzado un logro teórico que comenzaría ocultando lo que se trata entre partido y partido, para pasar a ocultar lo que se trata en el propio Parlamento y coronar el edificio conceptual tapando el propio programa político. Se lograría a sí una desaparición de la política de la esfera pública, es decir, del ámbito de la ciudadanía, para instaurar una política de iniciados que se alimentaría no de las necesidades de la calle sino de sus propias necesidades y se gestionaría desde un círculo hermético, con la perspectiva de que el votante acudiera a las urnas movido menos por las ofertas de turno que por la fe en unas siglas.

Pero, ¿acaso es algo muy distinto a lo que ocurre ahora? No lo parece, ya que no sólo no se tiene en cuenta al votante de a pie, sino que se le desprecia abiertamente cuando se organiza en molestos movimientos cívicos. Todo ello sin olvidar que incluso lo que se trata en el Parlamento ya ha pasado previamente por las cocinas secretas. De modo que a lo mejor respirábamos más tranquilos, aunque sólo fuera porque desaparecería de nuestras vidas tanto dime, direte, dijo y Diego que las condiciona. Demos pues la bienvenida a la política a ciegas y su discreto encanto de la... borreguía.

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