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Paranoias de 'camello'

Milagros Pérez Oliva

Muchos consumidores se convierten en camellos. Marcos y Raúl han sido consumidores y camellos. Y su historia no es agradable. Ahora están en fase de rehabilitación. Trabajador de la hostelería, Marcos tiene ahora 24 años. A los 16 le diagnosticaron un trastorno límite de personalidad y ha estado muchas veces al filo del precipicio. Habla con cierto arrebato, como si quisiera condensar en unas pocas palabras vivencias demasiado intensas. "Cuando llevas cuatro días sin dormir y empiezas a temblar y caes a tierra echando espuma por la boca, la vida no es bonita", dice. Raúl, 31 años, es publicista. Se sientan en un banco y sin mirarse, pero en completa sintonía, tejen este relato.

Marcos. La cocaína pertenece a la cultura de la noche: ir a tope y aguantar hasta el límite. Empiezas la fiesta el jueves y el domingo por la noche sigues saltando sin haber dormido nada.

Raúl. Lo peor es el enganche psicológico. Al principio no tienes conciencia de peligro. Te produce una falsa euforia. Y cualquier insatisfacción, desaparece. Te sientes seguro, exultante, tienes éxito. Yo empecé a consumir a los 23. Al principio tomas para divertirte pero hay un momento que se te va de las manos. Los amigos te dicen que lo dejes, y tú les contestas, tranquilos, que controlo. Pero no controlas nada. Pierdes a los amigos, te alejas de la familia y entras en un mundo delirante. Después de una fuerte subida, siempre hay una fuerte bajada. Si tomas el domingo, el martes ya estás fatal, deprimido, y necesitas volver a tomar y luego traficas para poder tomar. Y al final es una rueda de subidas y bajadas continuas.

Marcos. Yo la primera vez que esnifé tenía 16 años. Compré un gramo, tomé medio y guardé la otra mitad para el fin de semana siguiente. A los 22 era incapaz de pasar el día sin ponerme varias veces. En ese momento ya era traficante. La última vez que vendí fue por nochevieja. Tenía un kilo y me desapareció en un visto y no visto. Ahora mismo, en Barcelona, basta con ir a la plaza del Nou, al final de la línea 72, para ver que la demanda es frenética. Yo creo que la policía lo sabe. Pero lo tolera. A mí me han parado dos policías y me han cogido con droga y se la han quedado, tan tranquilos. Obviamente, no irás a comisaría a decir que unos policías te han robado 100 gramos de coca.

-Suponiendo que fueran policías.

-Todo puede ser. Pero desde luego llevaban un arma.

-¿Y tú?

-A partir de ciertas cantidades, has de ir con arma. Yo empecé vendiendo hachís. Llegué a distribuir 40 kilos en una semana. Fui a buscarla a una playa del Delta del Ebro. Luego pasé a la coca. Poco a poco te vas enfrascando y llega un punto que le pierdes respeto al riesgo. Al principio procuras ser discreto, pero cada vez lo sabe más gente y cuanto más vendes, más gente lo sabe. Has de tener tu piso para vivir, y otro para guardar el material. Pero llega un punto que lo sabe demasiada gente. Y hay bandas que se dedican a atracar a los camellos. A mí me atracaron tres veces. A partir de entonces, siempre me parecía que me seguían, oía ruidos, no podía dormir. Las dos primeras veces me desarmaron y se quedaron la droga. Pero en la tercera querían que fuera a buscar a mi contacto y les trajera un kilo. Lo sabían todo sobre mí. Yo estaba ya desquiciado, el estrés me consumía. Así que lo abandoné todo y fui a refugiarme a casa de mis padres. Tengo mucha suerte de tenerlos a ellos.

Raúl. La paranoia es muy mala. Oyes voces, crees que todos te observan. Una noche, en diciembre pasado, llegué a una situación límite: tenía taquicardia y medio cuerpo paralizado. Me ahogaba. Creí que me iba a morir. En cuanto me recuperé cogí el teléfono y pedí ayuda.

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