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EL DEFENSOR DEL LECTOR
Columna
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Apariencias

Un misterio alimentado por la prensa británica durante más de tres meses se aclaró los últimos días de agosto: el joven enfermo mental que no podía expresarse mediante palabras pero sí a través de la música y que los medios denominaron El Pianista (Piano Man) es un alemán de 20 años de nombre Andreas Grassl. Pero El Pianista no es en realidad pianista y ahora no se sabe si durante todo el tiempo que estuvo internado en un centro psiquiátrico británico permaneció mudo porque no podía hablar o porque le dio la gana. Visto con perspectiva, más que un misterio ha sido un montaje en el que los medios de comunicación han tenido un papel protagonista.

El Pianista fue hallado por la policía el 7 de abril deambulando por las calles de Sheernes, una localidad costera del condado de Kent. Empapado y desorientado, vestía un traje negro, camisa blanca y corbata. Ninguna de las prendas llevaba etiquetas. Él no decía ni palabra y nadie tenía idea de cómo había llegado a ese rincón del sur de Inglaterra, aunque por su aspecto se podía pensar que era extranjero. Mostraba ataques de ansiedad y fue internado en un centro psiquiátrico.

Un mes más tarde el caso del muchacho misterioso dio el salto de la prensa local a los diarios sensacionalistas de Londres y, de ahí, a los medios de todo el mundo. Para entonces seguía sin decir ni palabra y tampoco se había comunicado mediante la escritura. Se había limitado a dibujar un piano de cola. Sus cuidadores entendieron que quería expresarse mediante la música y acertaron: le proporcionaron un piano y desde entonces se pasó horas tocando música clásica. Ninguno de los trabajadores del centro era un melómano, pero como aquello sonaba bien alguno de ellos dijo a la prensa que tocaba como un virtuoso. El joven misterioso ya tenía nombre: El Pianista.

¿Se trataba de un genio que había perdido la memoria? Inmediatamente salió a colación Shine, la película que cuenta la vida del pianista australiano David Helfgott, que fue internado en su juventud por una enfermedad mental. El 16 de mayo las autoridades británicas difundieron una fotografía del desconocido, que dio la vuelta al mundo. La policía llegó a seguir 800 pistas sin éxito. Cualquier indicio era difundido por los medios, no sólo los sensacionalistas. La que conducía a un músico callejero en París. La que llevaba a Checoslovaquia. La pista noruega. Nada.

Hasta que el 22 de agosto, el Mirror, uno de los diarios sensacionalistas que más había contribuido a convertir al desconocido en un genio, lo hundió. El Pianista farsante tituló. El texto precisaba que el joven tocaba el piano con un solo dedo y que unos días antes había decidido romper su silencio para dar su nombre y nacionalidad. El día 20, con la documentación que le proporcionó la embajada alemana, volvió a su casa en Baviera, cerca de la frontera checa.

¿Tan mal oído tienen los empleados del psiquiátrico? Parece ser que no. El propio Mirror entrevistó dos días después al padre, que contó que el chico tocaba desde que le regalaron un teclado hace 10 años, aunque su formación musical era escasa. Numerosos periodistas británicos, de prensa sensacionalista o no, se desplazaron al pequeño pueblo donde viven los Grassl y descubrieron que el enigmático joven había hecho colaboraciones periodísticas en la revista de su escuela y en una emisora de radio local en las que mostraba su interés por los famosos y por la fama.

¿Arrancó Grassl las etiquetas de su ropa, se hizo el mudo y se le ocurrió lo del piano para hacerse famoso? ¿Es realmente un enfermo mental? Es probable que ambas preguntas puedan responderse afirmativamente, al menos en parte. Pero la pregunta relevante es otra: ¿Se habría hecho famoso si los periodistas hubieran hecho bien su trabajo?

Algunos medios advirtieron de que nadie en el hospital sabía de música lo suficiente como para determinar que el chico era un virtuoso, pero venció la arrasadora corriente de los que prefirieron creer que sí: las apariencias jugaban a favor y la historia ganaba muchos puntos si se trataba de un genio que se había quedado sin palabras. Era una noticia tan atractiva que pasó la barrera de la prensa sensacionalista y se desbordó por todos los medios. Era estupenda para poner punto final a un noticiario televisivo o aportar un toque de interés humano a los periódicos generalistas, siempre llenos de informaciones desagradables.

Este diario recogió la noticia en su última página el 17 de mayo y más adelante varios colaboradores la comentaron. Tras la vuelta de Grassl a Alemania han sido publicados dos textos breves en Gente.

Aunque puedan mermar la credibilidad, es poco realista pensar en cerrar totalmente las páginas a informaciones como ésta. Son tan atractivas que inundan el sistema mediático con fuerza y rapidez, y no siempre presentan una incongruencia evidente que lleve fácilmente a descartarlas. Cuando se acaban colando, como es el caso, esta columna creo que es un buen lugar para presentar a los lectores la historia completa.

Las apariencias también condujeron a engaño en una información bien distinta: el accidente que se produjo el día de Nochebuena en el Penedès, en el que murieron los cinco jóvenes que ocupaban un automóvil al ser arrastrados por un camión cuando trataban de adelantar a otro vehículo de gran tonelaje. En el interior del coche fueron halladas varias botellas de alcohol (dato cierto recogido por este diario) y eso llevó al responsable del Servicio Catalán de Tráfico a plantear como hipótesis más probable que los chicos "viniesen de una fiesta" y que "podrían haber consumido alcohol", según recogieron otros medios.

La investigación ha demostrado que los jóvenes estuvieron en una fiesta de madrugada, pero luego descansaron, y que en la sangre de ninguno había rastro de alcohol, según recogía el lunes pasado el cuadernillo de Cataluña. Vale la pena que quede constancia de ello en todas las ediciones porque el accidente se publicó en la sección de España y las cinco familias afectadas merecen esta precisión.

Los lectores pueden escribir al Defensor del Lector por carta o correo electrónico (defensor@elpais.es), o telefonearle al número 913 37 78 36.

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