Menos naranja
Víktor Yúshenko llegó hace ocho meses a la presidencia de Ucrania gracias a la presión popular y al respaldo internacional contra el zafio intento del anterior Gobierno prorruso de desvirtuar el resultado electoral. La ilusión que arrastró en la calle la llamada revolución naranja se ve empañada ahora tras la destitución en bloque de todo su Gobierno de coalición, incluida la ambiciosa primera ministra, Yulia Timoshenko, por acusaciones de corrupción y divisiones internas en asuntos como la revisión de la política de privatizaciones del corrupto régimen de Leonid Kuchma.
Yúshenko, que se cree fue víctima de un envenenamiento por los servicios secretos durante la campaña electoral, ha reemplazado a Timoshenko por Yuri Yejanúrov, gobernador de la provincia industrial de Dniepropietrovsk, y ha propuesto a todos los grupos un pacto de estabilidad con el fin de que los acontecimientos no le desborden. Le va a resultar harto difícil calmar las aguas, pues sus más cercanos colaboradores se han visto inmersos directamente en la corrupción, al tiempo que la destituida primera ministra prepara toda su artillería ante la próxima cita política: las elecciones legislativas de marzo de 2006. El futuro jefe de Gobierno que salga de esos comicios será designado por el Parlamento y no por el presidente y tendrá muchos más poderes. Timoshenko, que ha hecho una gran fortuna en el sector del gas, ha visto siempre a Yúshenko como un aliado de conveniencia y aspira a sustituirle tras las elecciones del año que viene. Se avecina un choque de trenes.
La crisis es un borrón en los anhelos de Ucrania por integrarse algún día en la Unión Europea y da aires a Rusia para interferir de nuevo en la ex república soviética. Deja muy dañada la credibilidad de Yúshenko y su capacidad como presidente para cumplir el compromiso de defender la democracia, la economía de mercado y la ley. Pero, además, estos hechos sirven de reflexión sobre el rápido proceso de democratización acaecido en otros antiguos satélites de la extinta URSS.
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