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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

El corazón del genocidio

El genocidio de Ruanda (unos 800.000 muertos en 1994, casi todos degollados o apaleados) fue orquestado ante el silencio de Occidente por el Gobierno racista hutu para exterminar a los tutsis. Francia se cubrió de gloria al impedir la victoria rápida del Frente Patriótico Ruandés (FPR) de mayoría tutsi; los organismos internacionales y no pocas ONG no denunciaron a tiempo que los campos de refugiados hutus en los países vecinos eran bases de hostigamiento controladas por los genocidas. El FPR acabó a cañonazos con la farsa. Pero las atrocidades siguen en Centroáfrica. Aunque la película Hotel Ruanda recogía aquella atmósfera de brutalidad, nada supera a la capacidad de reflexión de un buen libro como éste de un reportero de Libération, autor de un estremecedor volumen de testimonios de los genocidas, Una temporada de machetes (Anagrama).

LA VIDA AL DESNUDO. VOCES DE RUANDA

Jean Hatzfeld

Traducción de M. T. de los Ríos

Turpial. Madrid, 2005

244 páginas. 19 euros

Hatzfeld no se queda en el recuento de la insania. Su libro, con oportunos mapas y fotografías, es una ventana a un país que trata de salir de la fosa. El reportero se acerca a la gente de a pie, no cae en especulaciones de alta política (y eso que hoy por hoy Ruanda corta el bacalao en los Grandes Lagos y se ha convertido en un poder regional trascendental, sobre todo en el Congo posterior a Mobutu y a Kabila). Hay un secreto en el acierto de Jean Hatzfeld: se ha ceñido a una localidad, Nyamata, al sur de la capital Kigali: en Nyamata, en tres días, fueron asesinadas 5.000 personas que se habían refugiado en la iglesia. Nyamata será para siempre un símbolo político: pero lo auténticamente importante, viene a sugerir Hatzfeld, es la huella que quedó en el alma de las gentes de esa aldea perdida en un país ferozmente pobre, la belleza de cuyas colinas hiere y hiere y hiere al viajero, que ya nunca podrá olvidar lo que allí pasó y la vergüenza de que el mundo rico, mientras corría la sangre, miraba meticulosamente a otro lado.

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