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La plaza sin memoria

Hace algo más de un mes se inauguró oficialmente la nueva urbanización de la plaza del Patriarca de Valencia y su entorno más inmediato. Estas obras parecen tener por finalidad la recuperación de un espacio urbano libre en el centro histórico de la ciudad, al que se suma la calidad arquitectónica y significación, incluso funcional, de dos de los edificios que lo conforman. Un espacio urbano es un lugar para la relación y el encuentro con la ciudad y su memoria.

Sin embargo, se ha dejado pasar la posibilidad de recuperar parte de la historia de la ciudad y de referir uno de los significados reales de la hoy plaza del Patriarca y su entorno al no reconocer, recuperar ni transmitir la memoria de lo que supuso y las cualidades del lugar que albergó por siglos la judería de Valencia así como por generaciones a sus habitantes, valencianos, hasta que fueron expulsados de su ciudad bajo pena de muerte por su resistencia a dejar de ser judíos. Porque, entre otras causas, la formación de la conciencia cristiana opuso judeidad y valencianía como valores antitéticos... aunque nadie les pudo prohibir seguir siendo valencianos en tierras extranjeras.

La memoria y su transmisión constituyen nuestras raíces, nuestra identidad; y como escribe Edmond Jabés, "No puedes liberarte de recordar aunque lo guardes en el olvido". Y por generaciones, los judíos sefardíes, entre ellos los valencianos, aunque muchos hubieran querido olvidar, hemos recordado a Sefarad y a Valencia en nuestros cantos, romances, nombres, apellidos, tradiciones... incluso en nuestra lengua.

El conocimiento de la ciudad constituye el de un conjunto de datos entre los que se establecen relaciones. Su percepción es un hecho cultural y mucho de lo que percibimos está basado en su conocimiento.

Tras las obras realizadas sigue siendo prácticamente imposible percibir la judería por mucho que sepamos dónde estuvo, qué sucesivos recintos ocupó y cuál fue su estructura: una memoria judía, primero conscientemente destruida, después guardada en el olvido que hoy parece haber sido definitivamente enterrada... la esperanza está en que cualquier situación puede llegar a cambiar.

Algunas personas llegan interesadas en el patrimonio judío de la ciudad de Valencia y en cuanto al recorrido a través de lo que fue, hoy es un recorrido a través del vacío, de lo que ya no está. Los cambios de uso, los de la trama, sus reformas, así como los cambios de la toponimia tuvieron, entre sus objetivos, borrar cualquier recuerdo de un anterior significado. El itinerario podría empezar en esta plaza donde no podemos evadirnos de la efigie de los Reyes Católicos: un comienzo para explicar y evidenciar el final. Este espacio albergó hasta el año 1492 el último y menor recinto de la judería de la ciudad; una presencia de judíos en la ciudad que probablemente data de la Diáspora del año 70 y que quedó establecida en judería desde el año 1246 por donación del rey Jaime I a los judíos valencianos. La decisión en 1390 por parte de los Jurados de la Ciudad de ampliar el recinto provoca, entre otras causas, el asalto y posterior saqueo de la judería un 9 de julio del año 1391 -hay quienes hoy conmemoran este hecho tal y como narra el historiador Francisco Diago en su Historia de la vida y milagros, muerte y discípulos de San Vicente Ferrer-.

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Tras el abandono de la ciudad de muchos judíos, parte de los cuales fueron a la judería de Sagunto, la valenciana fue rehecha un año después con una muy reducida delimitación, la definitiva hasta su desaparición, afectada por intervenciones urbanas de gran importancia como la construcción de la Casa de Estudios de la Universitat de València, en 1498, o la del edificio del Colegio e Iglesia del Corpus Christi, en 1596. También la donación por parte de Fernando el Católico en 1491 a las dominicas del cementerio judío -solar comprado para instalar el fossar dels Jueus-, para la edificación del convento de Santa Catalina de Siena, derruido a su vez en la década de los setenta del siglo XX para la implantación de un centro comercial, pero trasladada su iglesia piedra a piedra; más de lo que se hizo con los cuerpos de los ahí enterrados, muchos de ellos, tras obras posteriores, acumulados sus restos en cajas y guardados durante años en almacenes municipales.

Estas intervenciones, junto con reformas urbanas como el derribo de las murallas y los nuevos trazados, alineaciones y aperturas de calles y plazas -la calle del Mar, de la calle de la Paz o de las calles del Marqués de Dos Aguas o del Pintor Sorolla- borran todo vestigio de sus casas, comercios, carnicerías, baños, edificios públicos -donde hubo al menos tres sinagogas: la Mayor, en la calle del Mar, la de Ibrahim Morvan y la de Haron Rubio, ambas en la parte trasera del hoy Colegio del Patriarca-... de su estructura, trazado y morfología urbanos... Algunos nombres de calles refuerzan este olvido, como los de la calle del Milagro, San Cristóbal o La Cruz Nueva.

Pero queda la memoria, el suelo, los restos aún no hallados, las tradiciones, los descendientes aunque muchos ignorantes de su ascendencia... la historia recogida y documentada en diversos estudios. También queda la historia de las personas, quienes ayudaron a conformar y dar nombre a la ciudad de Valencia. Juan Luis Vives rememora en sus Diálogos las callejas y plazas de su ciudad, el mercado, sus tabernas, la escuela, la universidad. El mismo Vives, nacido en Valencia en 1492, quien salió de España a los diecisiete años ante la amenaza inquisitorial y nunca volvió a pisar la tierra en que varios de sus antepasados habían sido quemados vivos: su padre muere en las hogueras de la Inquisición y su madre, ya fallecida, por lo que no la pudieron quemar en vida, fue desenterrada y echados sus restos al fuego. Parece una ironía que hoy y desde 1880, su efigie, fundida en bronce y modelada por el escultor José Aixa, presida el sereno claustro del edificio del Estudio General de la Universitat de València.

Juan G. Atienza, en la Guía judía de España, señala que en 1399, después de múltiples conversiones en masa provocadas por el dominico Ferrer, se constituyó una cofradía de conversos, bajo la advocación de San Cristóbal. Escribe, "Si revisamos hoy los nombres de aquellos cofrades podemos encontrar los apellidos más ilustres de la Valencia de los últimos siglos: los Vives, los March, los Valeriola, los Montcada, los Santángel, los Marrana; los Santa Fe...".

Mientras, Ávila, Barcelona, Cáceres, Córdoba, Girona, Hervás, Jaén, León, Oviedo, Palma, Ribadavia, Segovia, Toledo, Tortosa y Tudela, se unen en asociación pública en la Red de Juderías de España con el objetivo de la defensa del patrimonio urbanístico, arquitectónico, histórico, artístico y cultural del legado judío en España... Otras ciudades asociadas son Besalú, Calahorra, Estella, Monforte de Lemos, Plasencia y Tarazona. Valencia permanece ajena.

En cada momento de la historia se puede meditar como hace Tevie, el lechero, personaje del escritor Schólem Rabinovich cuando con un humor agridulce se enfrenta a los progroms y a la definitiva expulsión de su aldea en la Rusia zarista: "¡Caramba, caramba! ¡Cómo es posible que sucedan estas cosas! ¡En estos tiempos modernos! ¡En este mundo tan sabido! ¡Con tantos grandes hombres!...". En el acto de la inauguración, el vicepresidente del Consell, Víctor Campos, aseguró que "Valencia se ha convertido en la capital del saber". La sabiduría también está relacionada con la comprensión, el respeto y la prudencia.

Marilda Azulay es doctora en Arquitectura y Estrella Israel es doctora en Ciencias de la Comunicación.

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