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Panorámicas inventadas

Eduardo Laborde expone en San Sebastián su interpretación artística de paisajes urbanos y arquitectónicos

Maribel Marín Yarza

Eduardo Laborde (San Sebastián, 1968), biznieto del pintor vasco Ignacio Zuloaga, estudió publicidad y aunque su trayectoria profesional haya discurrido por otro derrotero, el de las artes plásticas, éste no es ajeno a su influencia. "El arte es comunicación. Si no logras comunicarte, tu arte está muerto", afirma el artista. La publicidad está en la filosofía que se esconde tras su obra, pero también en lo que se ve. Sus cuadros, realizados con pintura, fotografía y otras técnicas, tratan de emular en algunos casos la sensación que producen las concentraciones de carteles luminosos de las grandes ciudades. El resultado puede verse en la galería Ekain de San Sebastián (Iñigo, 4).

"Hay que saber ajustarse un poco a los gustos del público. Por lo menos si quieres vender"

El artista, que expuso en esta sala en 2002, regresa ahora con 24 obras, fundamentalmente paisajes urbanos de San Sebastián, realizadas a través de esta técnica, la mixed media. "Se conoce poco y no es fácil. Pero te permite poner sobre un mismo soporte técnicas como la pintura, la fotografía, el diseño gráfico o el collage de una manera muy profesional", dice. Las creaciones de Laborde -cada una construida con entre 30 o 50 fotografías- se han ido tornando cada vez más pictóricas, como se aprecia en la muestra. Basta comparar su serie de panorámicas de la Bahía de la Concha de 2005 -tomadas desde distintos puntos de la ciudad- con la pieza más antigua que presenta en Ekain: una vista de la ciudad desde la torre de Atocha cuando el antiguo campo de fútbol de la Real Sociedad aún seguía en pie. En ambos casos se trata de espacios reconocibles, pero no reales. "Es una ficción desde la figuración, con técnicas del siglo XXI".

Laborde no tiene miedo de que su obra, ya vista en ciudades como Nueva York, se reciba en San Sebastián con recelo. "En la medida en que sorprendes a la gente ofreciéndole cosas nuevas con las que se identifique, las va a aceptar", afirma. Y para muestra ofrece un botón: ya ha vendido seis de sus diez panorámicas de San Sebastián.

En esta exposición, muestra también su Nueva York y distintos interiores, algunos de ellos palaciegos, en los que sitúa objetos de la cultura popular que hacen referencia a algunos de sus artistas más admirados; desde Liechenstein a Rauchsenberg, Canaletto u Oteiza.

El artista crea su universo con la mirada puesta en el público, pero sin obsesionarse con él. "Antes quería cambiar la mentalidad de la gente", confiesa, "pero he comprobado que las ideas avanzan muy lentamente y me he dicho: 'Que cada uno piense lo que quiera".

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Acostumbrado a hacer murales para empresas y otras obras por encargo, no olvida cuando trabaja

que "hay que saber ajustarse un poco a los gustos del público". "Por lo menos si quieres vender", sentencia. "Hablando claro: la mayoría de los cuadros que están en los museos contemporáneos son una mierda. Se inventan el arte conceptual, las instalaciones, el vídeoarte... ¿Quién va a comprar eso?Lo que quiere la gente es sentirse a gusto con la obra que cuelga en su casa". Y lo que quiere él como artista es que las instituciones se comprometan con el arte, un mundo ya de por sí difícil y "corrupto" para sus propios protagonistas.

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