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Columna
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Moneo, en su edificio

En la Sala Kubo del Kursaal donostiarra se puede ver la exposición Rafael Moneo: museos, auditorios, bibliotecas. Se trata de 16 proyectos del arquitecto navarro (Tudela, 1937) desarrollados en diversos lugares de Europa y Estados Unidos. Nada más entrar en la sala nos vemos metidos de hoz y de coz en un espacio de corte arquitectónico debido al despliegue de las 25 maquetas presentadas, junto a los paneles con fotografías de los edificios a la manera de un mural continuo, además de los croquis de plantas y alzados; todo ello dentro del marco más adecuado como es el Kursaal, edificio creado hace cinco años por el propio Rafael Moneo.

Tras el recorrido a través de los proyectos, se saca la impresión de que Moneo se mueve arquitecturalmente equidistante entre lo camaleónico y la ambivalencia. Cuando uno de sus proyectos va a ubicarse cercano a edificios ya construidos, es sumamente respetuoso con ellos. Sabe adaptarse al medio. No busca el grito detonante. Prefiere la sutileza de los susurros. El interés lo guarda para el interior. Ahí es donde imposta una mayor carga de fantasía creativa.

Cuando se trata de un museo, por ejemplo, donde se exhiben obras de arte clásico y otras de arte contemporáneo, los espacios arquitectónicos se tornan más convencionales o más avanzados, según los casos. A este propósito merece destacar el aire fresco que ha proyectado en la construcción de la Fundación Pilar i Joan Miró, de Palma de Mallorca. Parece como si los cuadros y las esculturas del artista catalán hubieran animado -puede decirse, inspirado- al arquitecto navarro a desparramar un espacialismo prefulgente, mágico y harto libérrimo.

Caso aparte merece el proyecto del Kursaal. Moneo no necesitó ser respetuoso con el entorno exterior, como la mayoría de las veces ha hecho. Ahora tenía frente a sí la complicada tarea de competir con el mar. Puso todo el ardor en la empresa. Los papeles se invertían. Cuanto había conseguido en lo proyectado en el interior, nada iba a valer si no estaba marcado por complicidad aquiescente que le otorgara el mar. Y hacia el agua salada se fue, por medio de unos envolventes prismas oteicianos, al modo de mascarones de proa dispuestos a adentrarse tan permanente como imaginariamente en ese mismo mar.

Otra de las ambivalencias en torno a Moneo refiere a que está lejos de querer ser un divo de la arquitectura, aunque tenga cualidades suficientes para serlo. Ya dijo Nietzsche que la falsa modestia es la más decente de las mentiras.

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