El defensor del sufridor
Yo, lector además de colaborador de este diario, soy uno de los habituales de la sección El defensor del lector. Claro que sí, que los lectores alcen la voz, que están ahí dejando su euro diario y tienen derecho a hacerse oír. También, cómo no, soy habitual de las cartas al director. Sin ir más lejos, el otro día un lector comentaba con ironía cómo había podido comprobar in situ el reciente descubrimiento de que humanos y simios comparten en casi su totalidad la secuencia genética. Ponía como ejemplo que había observado este verano un comportamiento al volante de algunos individuos de la raza humana que haría que los simios se avergonzasen de la semejanza.
Digo esto porque, acostumbrado a leer cómo los demás se quejan, se me hace raro que me vengan y me digan casi rogando: "Venga, tú que tienes voz, quéjate que esto es una vergüenza; que si no ha pasado nada ha sido porque Dios no ha querido. Hazlo por nosotros, que no tenemos quién nos escuche". Así que hoy me voy a quejar, y que conste que no lo hago sólo por solidaridad, que también, sino porque podía haber sido uno de los afectados. Por suerte nada ha pasado, pero es la misma historia de siempre, lo mismo que ha pasado ahora con el huracán en Nueva Orleans; que los lamentos llegan cuando ya nada se puede hacer, nunca antes.
Todo esto viene a cuento de las dos últimas llegadas con las que nos hemos encontrado en la carrera. Hace dos días, en Vinaròs, vimos cómo nos desviaron en los últimos 15 kilómetros a una carretera local en la que apenas cabía un coche de ancho. Luego, nos hicieron subir a una ermita, un sinuoso descenso -"gracias, muy bien hecho", gritaban los corredores en mitad del pelotón refiriéndose a los organizadores- y una serie de curvas y contracurvas en los últimos tres kilómetros para meternos en la estrecha avenida donde estaba situada la meta. Menuda emboscada, era el comentario al día siguiente. Y ayer, más de lo mismo. Perdí la cuenta de las rotondas que atravesamos en los últimos 10 kilómetros. Bueno, el cálculo será fácil, todas las que haya en Lloret de Mar. Después, una larga y peligrosa travesía por las calles del pueblo y más tarde un final aún más estrecho que el del día anterior.
Por suerte e inexplicablemente no ha habido caídas, pero meter por ahí a casi 200 corredores desbocados y que no se caigan es como ir a la playa y pretender no traerse ningún grano de arena en la zapatilla. Puede ser, pero pocas veces pasa.
Por cierto, ya sé que me responderán que bien que vamos a la París-Roubaix y allí nadie se queja, pero el que diga esto me parece que no ha entendido muy bien de qué va este circo.
Pedro Horrillo es corredor del equipo Rabobank
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