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Columna
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Los 'panellets'

Los panellets van unidos a la fiesta de Todos los Santos, cuando la gente, la noche de difuntos, se reunía alrededor del hogar mientras las campanas de las iglesias tocaban para recordar a todos los ausentes. Antiguamente, ese día se hacía un alto en las guerras y los combatientes lo celebraban comiendo. Era una fiesta de cultos y rituales. Se preparaban comidas especiales: castañas tostadas y un tipo de panecillos que recibían distintos nombres según la zona, pero que han llegado hasta nuestros días con el vocablo panellet.

En Mallorca y Menorca en lugar de panellets se elaboraban buñuelos. Si el día de Pascua el padrino regalaba la mona a su ahijado, el día de Todos los Santos le ofrecía panellets. También era costumbre llevar cestos para bendecir a la iglesia y se comían allí como un acto litúrgico.

Se adornan con piñones, trozos de almendras o fruta confitada. La pastelería moderna ha introducido variedades como el café o la vainilla

Más tarde, en las poblaciones importantes era típico que en los cafés o centros sociales se organizaran rifas de panellets, que se servían en platos envueltos en papel de celofán de distintos colores y se exponían en una mesa. Raramente se compraban panellets, ya que la gente los adquiría pasando por estas rifas a lo largo de la mañana de Todos los Santos. En el siglo XVIII se organizó una feria de castañas y panellets en las calles del Call, de la Boqueria y del Hospital de Barcelona.

En Reus se elaboraban con la piel de la sandía, lo que provocaba que estos días los niños comieran este fruto en abundancia. Los panellets eran un producto de repostería casera y no fue hasta principios del siglo XX cuando empezaron a elaborarlos las pastelerías, que ahora, prácticamente, han tomado el relevo a la tradición casera.

Los panellets pueden tener forma redonda o alargada y están hechos esencialmente de mazapán. Se adornan con piñones, trozos de almendras o fruta confitada. La pastelería moderna ha introducido variedades como el café, el chocolate, la vainilla o la naranja. La receta clásica se compone de un kilo de almendra sin tostar por un kilo de azúcar, un cuarto de litro de agua, dos o tres huevos y la especialidad que cada cual quiera poner encima. Añadir un poco de patata cocida o de moniato puede parecer una aberración, pero algunas expertas en estos menesteres lo recomiendan porque da un toque más meloso a la masa.

La elaboración requiere tiempo. Se escaldan las almendras para pelarlas y se trituran. En un recipiente al fuego se pone el azúcar y el agua hasta conseguir un almíbar. Se le añade la masa de almendras y se mezcla con un utensilio de madera. A continuación se echan los huevos sin dejar de remover. Cuando se consigue una masa fina se tira sobre el mármol y se deja enfriar. Se divide en porciones y se le añade la peculiaridad final al gusto: piñones, canela, una almendra, coco, membrillo, etcétera. Finalmente, se pintan con clara de huevo y se meten en el horno a temperatura muy fuerte. En unos 10 minutos estarán listos. Se acompañan de vino dulce o rancio.

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