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Cuando soy buena soy mejor | CULTURA Y ESPECTÁCULOS
Columna
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Horror de fármacos

Efecto Mariposa, versión 2005. Un país de Oriente Medio productor de petróleo (adivinen cuál) se rompe por las costuras por un te pongo aquí unas democracias, y a miiiles de kilómetros o de millas de allí, en North Port, Florida, las asociaciones solidarias de ayuda a los menesterosos (que haberlos, haylos) se resienten desfavorablemente. ¿Y por qué? Porque el aumento del precio de la gasolina ha reducido a menos de una tercera parte el número de voluntarios que trabajan para dichos centros aportando su propio coche y pagando el combustible de su bolsillo, trasladando a ancianos a los hospitales o yendo a sus casas a limpiarles y darles de comer. Oh, la la, quel surprise! C'est la petite globalization du bon dieu, queridos. Ofrece aspectos insospechables, la dicha mundialización. Convierte el paso del huracán Katrina (lindo nombre, ¿viste?) por las tierras del hombre de los Increíbles Provechos (Brother Bush), en algo pelín más puñetero, aunque sólo para los pobres.

África ocupa inmuebles decrépitos en París y se desarrolla también en Londondistán, por no hablar de otros desagües urbanos de Europa y la piel de toro

Siguiendo la misma Schwepes, un laboratorio (o dos, o tres: hay beneficios para todos) se hace rico en el Primer Mundo, y, simultáneamente, en África crecen los niveles de tuberculosis (sobre todo en afectados de SIDA, ésa epidemia para la que tampoco disponen de tratamiento), hasta el punto de que la OMS está dispuesta a anunciar emergencia regional acerca del asunto. The Constant Gardiner (la novela de Le Carré: me niego a llamar sólo fiel a su jardinero; es mucho más que eso, es un constante y leal perseguidor de la integridad), escrita hace cuatro años, continúa en vigencia ahora, quizá más que nunca, en vísperas del estreno mundial de su versión cinematográfica. Trata, precisamente, de cómo los laboratorios prueban en los enfermos africanos un remedio contra la TB, de cómo se les engaña, de cómo mueren. Y todo eso ¡con Ralph Fiennes y Rachel Weisz! Se me desgarraría el corazón si me propusieran tener un malentendido únicamente con una de tan singulares criaturas.

El Efecto Mariposa de África, se me ocurre ahora mismo, es la propia África: que ya no empieza en los Pirineos. No, señores, África ocupa inmuebles decrépitos en París y se desarrolla también en Londondistán, por no hablar de otros desagües urbanos de Europa y de esta pequeña piel de toro. Cómo sobrevivan a los exterminios a que están siendo sometidos, a fe mía que les queda Venganza por un Tubo.

Pero he de admitir que la primera idea de revalorar, o poner al día, el Efecto Mariposa, me ha golpeado mientras me deleitaba con el último ¡Hola! Nunca me cansaré de repetir lo mucho que el citado semanario orienta e instruye. Yo no entendí lo que significaba la caída de la URSS y la subida del Estraperlo Ruso hasta que admiré en un ¡Hola! la mansión de un nuevo rico y antiguo comunista, con su señora, sus cibelinas y su caviar. Del mismo modo, sé que no comprenderé lo que está ocurriendo en China hasta que la revista me muestre las doradas moradas pertenecientes a los actuales beneficiarios del Milagro Amarillo. Cielos, pensar que pasé mi infancia llenando huchas con pesetas para los chinitos. Cuánto mejor me hubiera ido llenándome de chinitos y poniéndolos a trabajar veinte horas diarias con la excusa de la socialización de los medios de producción, para vender luego el fruto de sus esfuerzos al Capitalismo Vil.

Mientras aguardo ese reportaje esclarecedor (Pagodas y Diamantes), tengo ante mis narices, de nuevo por gentileza de ¡Hola!, un pequeño atisbo de la Forma de Vida en Florida del heredero de un imperio farmacéutico, el Merck, que estos días ofrece gran actualidad, acusado como está el laboratorio de matar por infarto con sus antiinflamatorios, y de inducir al suicidio con sus antidepresivos. Realmente, en plan Terminator son como el cerdo, no tienen desperdicio. Resulta que el señor Laddie Merck y su esposa, Dede, aparecen posando, apoyados con habilidad (típicamente farmacéutica) en la barandilla de su propio yate, que tienen aparcado frente a su propia casa que está junto a su casi propio lago. Ello sucede en Palm Beach, paraíso de multimillonarios (otra Forma de Vida, ya saben), en donde los jóvenes leen insaciablemente las etiquetas de las tablas de surf, las muchachas retozan en el césped sin importarles que les entren hormigas en los Gucci, y do poseen mansiones legendarias magnates y zampabollos no menos acrisolados. Algunos, como George Hamilton (sigue vivo, pero él no lo sabe), pasan allí el crepúsculo de sus existencias.

Me horroriza pensar que Merck, a causa de este avatar del Destino, tendrá que pagar unas indemnizaciones millonarias, que ya han sido reclamadas, y está sufriendo además una respetable caída de bolsa. ¿Obligará ello a su heredero a vender el yate? En mi humilde opinión, ello sería una canallada. Los hijos no tienen la culpa de lo que se decide en sus consejos de administración.

Por si acaso, como no soy ajena al Efecto Mariposa, yo seguiré tomando Fosamax (la mujer madura en brazos del Calcio semanal extrafuerte), que es de Merck. Y si tiene consecuencias secundarias tan alarmantes como para llamarlas principales, por favor, no me lo cuenten. Que mi aportación sirva, al menos, para que lord Laddie y su Dede conserven la barandilla.

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