Sonido multicolor
Los sonidos de los lugares más recónditos están ya al alcance de todos. Sus creadores venden cantidades de discos inimaginables hace 15 años y, en algunos casos, hasta compiten con las figuras del pop-rock. Es la 'world music': una ventana a otras culturas, un aire nuevo que enriquece Occidente, una lección de tolerancia. También un negocio. Repasamos a sus estrellas de más brillante actualidad, de Mariza y Carlinhos Brown a Youssou N'Dour y Salif Keita. Por Carlos Galilea.
Una etiqueta. Surgió durante una reunión en Londres en junio de 1987. Responsables de compañías independientes británicas, los directores del festival Womad y algún que otro periodista musical se citaron en un pub. Había que hacer algo con tantos discos que empezaban a llegar desde los lugares más insospechados del globo. Lo más perentorio: hallar un nombre útil para identificar todo aquel material. ¿Dónde colocarlo en las tiendas? Se barajaron varios términos y se decidieron por el de world music -traducido en España como música étnica o músicas del mundo-. Entre todos los allí presentes juntaron unos cuantos miles de libras con las que iniciar una campaña publicitaria. La estrategia comercial estaba en marcha.
No se trataba de distribuir las minoritarias grabaciones de campo recogidas en aquellos pesados magnetófonos NAGRA de Indiana Jones como Alain Gheerbrant, que viajó por el Orinoco en 1949 y se trajo las primeras muestras de ceremonias rituales de los indígenas amazónicos. Cantos georgianos o ceremonias sufíes en Anatolia, con destino a archivos sonoros, iban a ceder el paso a los discos que se estaban gestando en estudios de grandes urbes del Tercer Mundo. Había que venderlos en Occidente, y compañías como GlobeStyle, Stern's, World Circuit, Rogue o Earthworks se lanzaron a copar una parte del mercado.
A finales de los ochenta, el pop languidecía. Y décadas de explotar una misma fórmula habían llevado al rock a mostrar síntomas de agotamiento. Llegaban aires frescos desde paradisíacas islas polinesias, frondosas selvas tropicales, olvidadas aldeas balcánicas o históricas ciudades coloniales americanas. "Nuevos sonidos para una cultura aburrida", llegó a decir Joe Boyd, de Hannibal Records.
El fenómeno tuvo sus valedores: Peter Gabriel y David Byrne crearon sendos sellos discográficos para dar salida a producciones inéditas o recopilatorios de músicas ajenas -Real World (Gabriel) y Luaka Bop (Byrne)-. Aunque el primer festival Womad casi le arruina, Peter Gabriel no ha cejado en el empeño de compartir su entusiasmo por otros ritmos desde su centro de operaciones en la campiña inglesa.
Para algunos astros anémicos, la world music supuso una transfusión de glóbulos rojos. Paul Simon volvió a vender millones de copias con Graceland. Recibió reproches por romper el bloqueo al régimen del apartheid y aprovecharse de los músicos surafricanos, pero quienes le vieron entonces en concierto recuerdan el protagonismo que daba a la gran Miriam Makeba y al coro de Ladysmith Black Mambazo.
No era una novedad. Ya se habían producido antes encuentros entre Occidente y Oriente, entre América o Europa y África. George Harrison había descubierto las ragas indias y el sitar de Ravi Shankar; los Rolling Stones se habían dejado embelesar por los Master Musicians of Jajouka durante sus excursiones a Marruecos; Ginger Baker se había alejado de Jack Bruce y Eric Clapton para iniciarse en los ritmos de los tambores yorubas en Nigeria, y John McLaughlin reunía a músicos indios en su grupo Shakti. Por otra parte, muchos africanos querían ser James Brown y conocían a Chuck Berry, Otis Redding y Jimi Hendrix. Y media Europa había bailado con el Soul makossa del camerunés Manu Dibango o tarareado el estribillo de Pata pata, de Miriam Makeba.
En 1981, Brian Eno y David Byrne editan My life in the bush of ghosts, en el que insertaban cantos libaneses. Y los berlineses viajeros de Dissidenten graban en 1984 Sahara Elektrik con el marroquí Lem Chaheb. La fórmula de recorto-y-pego se generalizó en los noventa, por el abaratamiento de los samplers. Un ámbito definido por el trompetista Jon Hassell como música del cuarto mundo: híbrido de tecnología del primero y tradiciones sonoras del tercero. La línea entre intercambio de información y expolio de materias primas es frágil: la tecnología ha provisto de un arsenal a los corsarios, y algunos dj's saquean sin pudor los cantos sagrados de los indios navajos o los coros de los pigmeos. Las mezclas y los híbridos, gusten más o menos, funcionen o no, están a la orden del día.
Los medios de comunicación, con Internet en el papel estelar, han empequeñecido el planeta. Permiten que haya más información sobre más música para más gente de la que hubo jamás. Se pueden escuchar hoy con igual facilidad koras de Malí, didgeridoos australianos o tambores de Brasil. Se ha consolidado el World of Music Exhibition (Womex) -una feria anual de las músicas del mundo que nació en Berlín- y el número de festivales dedicados a esas músicas del mundo ha crecido de forma espectacular. La etiqueta ha permitido vender discos y alimentar un mercado cada vez más voraz. Aunque la búsqueda compulsiva de lo exótico -cuanto más raro y lejano, mejor- y la necesidad de vender hayan generado mucha confusión.
Ian Anderson, director de la revista Folk Roots, escribió en marzo de 2000: "La world music ha permitido a muchos músicos en países muy pobres ganarse el respeto (y casas, coches y comida para sus familias), y llevar audiencias masivas a festivales y conciertos". Cierto que el rótulo obedece a cierta visión etnocéntrica del mundo. Para británicos y norteamericanos, world music vendría a ser todo aquello que no hacen ellos. Se amontonan así en un baúl imposible un trovador cubano, un maestro del qawali, una cantante de fados y un guitarrista flamenco. Los Gipsy Kings y Yo-Yo Ma. Todo es world music.
"La inventaron los anglosajones para aquellas músicas creadas en los países que ellos consideran subdesarrollados", opina Carlinhos Brown. Colonialismo apenas disfrazado: un modo no demasiado sutil de reafirmar la hegemonía de la cultura pop occidental. David Byrne, que ha rescatado a artistas como la afroperuana Susana Baca o el brasileño Tom Zé, asegura que el propósito de su sello fue ayudar a contrarrestar el dominio aplastante de la música anglosajona. Escribió un sorprendente artículo para The New York Times: "Odio la world music". Daba sus razones: "De acuerdo con mi experiencia, el uso de la expresión es una forma de rechazar artistas o su música, calificándola de irrelevante para nuestra vida. Un medio de relegar esa cosa al reino de algo exótico ( ) Por definición, ellos no son como nosotros. Tal vez sea por eso por lo que odio el término. Agrupa cualquier cosa que no sea nosotros en un ellos".
Surgieron acusaciones de explotación de los músicos del Tercer Mundo por parte de productores y promotores. Y mil y un equívocos, ya que algunos pensaban que, por grabar en Occidente, se iban a pasear en limusina y poder comprar una mansión. Lo ilustra una anécdota del congoleño Lokua Kanza, al que le habían contado que en París existían unas cajas en la pared de las que salía dinero: "Lo que nadie nos había dicho es que, antes, había que depositarlo en un banco". Luego está la prueba del algodón: parece que un sintetizador no puede caer en manos de un malgache o un mongol. La autenticidad es asunto complejo y recurrente. Lo que hoy se considera puro, bien pudo iniciarse hace décadas como una mezcla bastarda. Por ejemplo, las bandas congoleñas copiaron al máximo las rumbas cubanas para dar pie al soukouss. El mestizaje es decisivo.
También se plantea la música como escuela de tolerancia para un futuro menos xenófobo. Byrne admite que quizá sea un ingenuo, "pero me gustaría creer que, cuando pasamos a amar determinado aspecto de una cultura -su música, por ejemplo-, nunca más pensaremos en el pueblo de aquella cultura como algo inferior".
A nadie le extraña que Almodóvar utilice una canción del cantante senegalés Ismael Lô (Todo sobre mi madre) o una melodía del guitarrista caboverdiano Bau (Hable con ella). Brian Eno escribió que una de las razones del auge de las músicas del mundo era la ruptura de una visión del planeta que dice: "Nosotros y nuestros valores somos la norma, y el resto es una suerte de aberración". Lo explicaba Byrne en su artículo: "Cuando hablamos de world music, nos estamos refiriendo al 99% de la música de este planeta. En realidad, el pop occidental es el fast-food de la música".
En estas páginas damos 12 nombres básicos para entender todo este movimiento. Pero hay muchos más, en una lista casi inabarcable. Gente como Lhasa (canadiense-mexicana), con un estremecedor viaje interior en The living road, o Arto Tunçboyaciyan (Armenia), que crea música con una cacerola o una botella de cerveza. Además, hay argelinos (Rachid Taha), uzbekas (Sevara Nazarkhan), portugueses (Madredeus), napolitanos (Eugenio Bennato), cubanas (Omara Portuondo), indios (Zakir Hussain), malienses (Ali Farka Toure, Rokia Traore, Oumou Sangare, Amadou & Mariam), argentinos (Chango Spasiuk), serbobosnios (Goran Bregovic), etíopes (Gigi), irlandeses (Liam O'Flynn), escoceses (Capercaillie), rumanos (Taraf de Haïdouks, Fanfare Ciocarlia, Mahala Rai Banda), suecos (Hedningarna), malgaches (Tarika), colombianas (Totó la Momposina), senegaleses (Baaba Maal, Cheikh Lô), mauritanos (Daby Touré), griegas (Eleftheria Arvanitaki), turcos (Mercan Dede), nigerianos (Femi Kuti), angoleños (Waldemar Bastos), tuaregs (Tinariwen)
Mariza (Portugal), la voz del fado
La cantante con mayor proyección de ese fado renacido de sus cenizas. Mariza Brandão, de 28 años, asegura que para ella cantar fados es tan natural como respirar. Esta mujer de origen mozambiqueño, que creció en el tradicional barrio lisboeta de la Mouraria, tiene una presencia escénica impresionante. Entre sus admiradores están el actor Gérard Depardieu, el arquitecto Frank Gehry y el mismísimo Silvio Berlusconi. Mariza ha ocupado portadas de varias revistas europeas con su pelo decolorado y sus vestidos de alta costura. El fado de la mítica Severa y de la eterna Amália Rodrigues ya no es aquella música de sombras asociada a la dictadura de Salazar. Una serie de mujeres jóvenes lo han limpiado de las telarañas que tejió el antiguo régimen. Se llaman Mafalda Arnauth, Cristina Branco, Ana Sofía Varela, Katia Guerreiro, Joana Amendoeira, Ana Moura y suman sus voces a las de Mísia y hombres como Camané o Carlos do Carmo. l Discos recomendados: 'Fado em mim' (World Connection, 2001) y 'Transparente' (World Connection, 2005).
Carlinhos Brown (Brasil), espíritu de Bahía
Con sus 40 conciertos y cinco carnavales, ha conseguido atraer este año a dos millones de personas. Antonio Carlos Santos de Freitas ha recorrido toda España convirtiéndose en estribillo veraniego y hasta en hombre anuncio. Es el instigador de movimientos percusivos como Vai Quem Vem o Timbalada en Salvador de Bahía, una de las ciudades más musicales del orbe. Caetano Veloso le reclutó como percusionista a finales de los años ochenta, cuando nadie le conocía; Bill Laswell recurrió a él en 1992, y Sergio Mendes ganó un Grammy gracias a varias de sus composiciones. Su primer disco, el titánico 'Alfagamabetizado', dejó la marca de un talento y una creatividad desbordantes, y con 'Tribalistas', en compañía de sus amigos Marisa Monte y Arnaldo Antunes, saboreó el éxito millonario. En cuanto al trabajo social -premiado por la Unesco- que lleva desarrollando hace veinte años en la favela en la que nació, Carlinhos Brown prefiere repartir el mérito entre toda la comunidad. l Discos recomendados: 'Alfagamabetizado' (Virgin, 1996) y 'Carlito Marrón' (BMG, 2003).
Caetano Veloso (Brasil), elegante seductor
Diez años después de 'Fina estampa', su disco en español de canciones hispanoamericanas, el brasileño (Santo Amaro da Purificação, 1942) grabó en inglés obras de Cole Porter, Gershswin o Bob Dylan en 'A foreign sound'. La canción popular más refinada en la seductora voz de un artista admirado por todos. Dice Trueba que es el mejor 'contador' de canciones y que él no entendió 'Help' hasta que se la oyó cantar a Caetano. Por fin se ha traducido al español su libro 'Verdad tropical' (Salamandra), esbozo de autobiografía subtitulada 'Música y revolución en Brasil', en la que cuenta el exuberante movimiento tropicalista, una subversión estética que lideró junto a Gilberto Gil a finales de los sesenta, y donde aporta su visión del poscolonialismo. Y está disponible en DVD 'Cinema falado', la película que dirigió en 1986; la única vez que se colocó tras las cámaras, aunque confiesa que le tienta volver a rodar. Su amigo Almodóvar ha usado sus canciones en 'Hable con ella' y 'La flor de mi secreto'. l Discos recomendados: 'Caetano Veloso' (Nonesuch, 1986), 'Livro' (Universal, 1997) y 'Noites do norte ao vivo' (Universal, 2001).
Marisa Monte (Brasil), una sirena empresaria
Tenía 20 años cuando se presentó una noche de septiembre en un club de Río de Janeiro. "Su rostro no es de esta época", escribió el cineasta Héctor Babenco, ante la evidencia de que parecía salir de un cuadro de Botticelli. Pasó un año dejándose cortejar -"no quiero convertirme en embutido de compañía de discos"- hasta imponer sus condiciones. Su primer especial televisivo, en la Navidad de 1988, lo dirigieron Walter Salles y Nelson Motta. El repertorio ecléctico era su marca: de sambistas y rockeros brasileños a Kurt Weill o Marvin Gaye. Marisa Monte ejerce un control absoluto de su carrera. En su sello (Phonomotor) editó grabaciones de veteranos sambistas de una ilustre escuela de carnaval (Portela). Aunque no piensa repetir la experiencia millonaria de 'Tribalistas' -la industria ya se ha resignado-, cinco años después de su último disco se vislumbra por fin un nuevo CD. l Discos recomendados: 'Mais' (EMI, 1991) y 'Verde amarelo cor de rosa e carvão' (EMI, 1994).
Bebo Valdés (Cuba), segunda juventud
Llevaba años jubilado en su casa de Estocolmo cuando llegó a las pantallas de la mano de Fernando Trueba ('Calle 54'). Vivió una de las mayores emociones de su vida en Salvador de Bahía ('El milagro de Candeal'), y 'Lágrimas negras', su disco a dúo con el cantaor flamenco Diego el Cigala y coplas o boleros como 'La bien pagá' y 'Corazón loco', siempre con Trueba como instigador y productor, se convirtió en un inesperado éxito. Con 86 años -nació en Quivicán (Cuba) en octubre de 1918-, Valdés ha grabado su primer disco de piano; nuevamente empujado por Trueba. Es el testimonio nostálgico y encantador de un tiempo que se fue y un mundo que ya no existe: el de Bola de Nieve, Benny Moré o Nat King Cole, con los que Bebo trabajó. El de una isla que dejó atrás para siempre, el 26 de octubre de 1960, este afable pianista y compositor. l Discos recomendados: 'Bebo de Cuba' (BMG, 2004) y 'Bebo' (BMG, 2005).
Cesaria Evora (Cabo Verde), la dama descalza
Dejó de cantar por unas monedas en los bares y barcos de Mindelo, el puerto de la isla de San Vicente, para viajar hasta los escenarios más prestigiosos. La historia de una cenicienta cuya vida cambió en 1988, cuando la descubrieron en Francia, y que ha colocado Cabo Verde en el mapa: más de la mitad de la población de esas islas barridas por los vientos tuvo que emigrar. Canta como nadie la melancolía de unas irresistibles 'mornas' -el 'blues' caboverdiano-, emparentadas con el fado lisboeta y la 'samba-canção' carioca. Hace un tiempo dijo estar cansada de tanto trajín y amenazó con la retirada. Últimamente, la salud le ha dado algún disgusto. Los meses de agosto y diciembre los pasa en su casa de Mindelo y el desfile es continuo. Siempre hay comida para las visitas -'cachupa' de judías, maíz y carne- y 'grog', el temible aguardiente local que ella ya no prueba porque dejó la bebida. A sus 64 años, 'Cize' es embajadora del programa de alimentación infantil de Naciones Unidas. l Discos recomendados: 'Miss perfumado' (Lusafrica, 1992) y 'Voz d'amor' (BMG, 2003).
Khaled (Argelia), rey del 'rai'
A orillas del Mediterráneo, en la ciudad de Orán, surgió el rai (palabra que significa opinión), la poderosa y bailable música norteafricana. A mediados de los ochenta, los chebs y chabas (jóvenes) decidieron lanzarse a cantar al amor, el sexo y la libertad sobre unas hipnóticas melopeas envueltas en los sonidos de primitivos sintetizadores e impregnadas de rock, funk o reggae. Khaled Hadj Brahim (Orán, 1960) ha recorrido el tortuoso camino que separa el barrio portuario de Sidi el Houari, tradicionalmente habitado por pescadores españoles -de niño veía las películas de Joselito cuando lograban captar la señal de la televisión española-, de los mejores escenarios y estudios de grabación. Eso tras haber sido expulsado del colegio, padecer los contratos abusivos de Barbès -casetes grabadas en menos de 24 horas- y sobrevivir a las amenazas de los integristas argelinos. Con el éxito de Didi se convirtió en uno de los artistas más populares de las músicas del mundo. Y las millonarias ventas de Aïcha le confirmaron como una gran figura en Francia, país en el que reside. l Discos recomendados: 'Khaled' (Barclay, 1992) Y 'Sahra' (Barclay, 1996).
Nitin Sawhney (Reino Unido), un cerebro de origen indio
A los hijos de familias de origen indio les ha costado conseguir cierta visibilidad en el mercado musical británico. Nitin Sawhney, de 40 años, es el más creativo de su generación. Une con inteligencia, y sin que suene a pastiche, elementos de rhythm and blues, drum and bass, acid jazz o flamenco -afirma que las palmas en la bulería o la soleá se hacen igual que en la música clásica india- con los vertiginosos patrones hablados de la tradición asiática. Creció en un feudo dominado por el racista Frente Nacional -el primer día en el colegio le pegaron- y se presenta como un tipo de piel oscura que aún sufre los vestigios del pensamiento colonialista. Detesta la simplificación cultural que supone la etiqueta de Asian underground para definir el trabajo de gente como Talvin Singh, Asian Dub Foundation o él mismo. Estudió derecho en la Universidad de Liverpool, ha trabajado para Sinead O'Connor, Sting y Paul McCartney, y creado música para anuncios y documentales de televisión. Cada vez que se encuentran, su amigo Pepe Habichuela le suelta: "Tú y yo somos lo mismo". l Discos recomendados: 'Beyond skin' (Outcaste, 1999) y 'Human' (V2 Records, 2003).
The Chieftains (Irlanda), los jefes del clan
Toda una institución en Irlanda; referencia inevitable para una música tradicional que empezó a recuperarse del descrédito allá por los años cincuenta. A mediados de los setenta, su Women of Ireland se escuchó en medio mundo con la película Barry Lindon. El avispado gaitero Paddy Moloney dirige la carrera de los Jefes, que han tocado ante el papa Juan Pablo II, en la Gran Muralla de China o el Capitolio de Washington. En sus discos suelen contar con nombres rutilantes: Rolling Stones, Van Morrison, Elvis Costello, Marianne Faithfull, Mark Knopfler, Joni Mitchell, Diana Krall Ganadores de seis Grammy, han abierto camino a bandas como Altan, Dervish, Clannad, Capercaillie o Lúnasa. Moloney (Dublín, 1938), doctor honorario en música por el Trinity College, intentó sin éxito sacar adelante el sello Wicklow con grabaciones como la banda sonora de Long journey home, un documental sobre la masiva emigración irlandesa a EE UU tras la terrible hambruna de 1846. En octubre de 2002 perdieron a su arpista Derek Bell. l Discos recomendados: 'The Chieftains' (Claddagh, 1964) y 'The long black veil' (BMG, 1995).
Youssou n'Dour (Senegal), la estrella de Dakar
Lo descubrió Peter Gabriel, que definió su voz como plata líquida. En 1988 participó en la gira de Amnistía Internacional junto a Springsteen, Sting, Tracy Chapman y el propio Gabriel. Hace diez años obtuvo un gran éxito al grabar Seven seconds con Neneh Cherry. Youssou N'Dour (Dakar, 1959), más popular en Senegal que el presidente, fue uno de los primeros músicos africanos que decidieron invertir sus ganancias en su país para no tener que vivir en el extranjero y para crear empleo y dar ejemplo. Ha montado una compañía de discos (Jololi), un estudio de grabación (Xippi), una emisora de radio, una planta para fabricar discos y un club nocturno. Más de 100 personas trabajan para él. Canceló una extensa gira por EE UU cuando Bush invadió Irak; su último disco, Egypt, habla de su fe musulmana y de la paz y la tolerancia. Un artista cada vez más africano y universal. l Discos recomendados: 'Immigrés' (Earthworks, 1983) y 'Nothing's in vain' (Nonesuch, 2003).
Rubén Blades (Panamá), latino comprometido
García Márquez dijo que le hubiera gustado escribir Pedro Navaja. Este panameño de 57 años asegura que sus canciones tienen pretensiones de cuento corto en el que cada uno rellena la trama con su imaginación. Rubén Blades llevó al mundo conservador de la salsa las letras concienciadas de canciones como Desapariciones, El padre Antonio y el monaguillo Andrés -en memoria del asesinado monseñor Arnulfo Romero- o Sicarios. Además de su faceta musical, el creador de Juan Pachanga o Pablo pueblo tiene una carrera de actor con casi 30 películas junto a Jeremy Irons, Joe Pesci, Jack Nicholson, Danny Glover o Anthony Hopkins, y dirigido por gente como Robert Redford, Sidney Lumet o Tim Robbins. Ha estudiado derecho internacional en Harvard, y se presentó hace ya 11 años a las elecciones presidenciales de Panamá; meses atrás aceptó la cartera de Turismo en el Gobierno de Martín Torrijos. l Discos recomendados: 'Siembra' (Fania, 1978), 'Maestra vida' (Fania, 1980) y 'Tiempos' (Sony, 1999).
Salif Keita (Malí), el albino de oro
Una de las voces más estremecedoras de África. Nació albino en una sociedad en la que los albinos inspiran temor y repulsión. Su padre pensó que su mujer le había engañado y los echó de casa, aunque les permitió regresar a los pocos días. Salif Keita (Djoliba, Malí, 1949) quizá hubiera terminado de maestro a no ser por sus problemas de visión que le cerraron las puertas de los estudios de magisterio. Dormía sobre un cartón en el viejo mercado hasta que entró en la Rail Band, una formación fundada en 1970 bajo la protección del Ministerio de Obras Públicas y que tocaba en el restaurante de una estación de trenes. Tres años después se pasó a los Ambassadeurs, del Ministerio del Interior, otra banda de referencia. Con el extraordinario 'Soro' logró una asombrosa mezcla de las raíces mandingas y los sintetizadores. l Discos recomendados: 'Soro' (Syllart, 1987) y 'Moffou' (Universal, 2002).
Los más cercanos
Radio Tarifa abrió puertas gracias a la publicación en el Reino Unido de su disco Rumba argelina, igual que la unión de Ketama con Toumani Diabate en Songhai. Vascos, gallegos y asturianos como Kepa Junkera, Carlos Núñez o Xosé Manuel Budiño, y los grupos Berrogüetto, Luar na Lubre, Alboka y Tejedor, o los valencianos de L'Ham de Foc, siguiendo los pasos de formaciones veteranas como Oskorri o Milladoiro, han ido ocupando un espacio en la world music. La industria nacional ha explotado el filón de la gaita con fenómenos comerciales como Hevia, y la filiación celta de Galicia ha ayudado a las cantareiras o pandereteiras de Faltriqueira, la gaitera Susana Seivane o la cantante y etnógrafa Mercedes Peón a ser portada de revistas europeas -también la granadina Amparanoia-, que dedican generosos artículos a Javier Ruibal o a Estrella Morente. El flamenco sigue siendo la gran baza española. El virtuoso José Antonio Ramos ha llegado a juntar su timple al banjo de Béla Fleck, el orfebre vallisoletano Eliseo Parra renueva el legado popular, y el joven Germán Díaz, sobrino del folclorista Joaquín Díaz, envuelve en magia una inesperada zanfona. Y no hay que olvidar al nómada Manu Chao, cuyo Clandestino (1998) inspiró todo un estilo de música (y a grupos como Dusminguet). La última sensación exportable es la rumba-salsa-hip-hop de Ojos de Brujo.
Los que ya no están
Bob Marley fue la primera estrella musical del Tercer Mundo. El jamaicano demostró a la industria que desde los países periféricos podía llegar un ritmo como el reggae, capaz de agradar a los críticos más reacios y, mucho más importante, a millones de potenciales consumidores.
En los últimos lustros se han ido también otros artistas que dejaron la huella de su talento descomunal. Gigantes como el creador del contagioso afrobeat, el saxofonista nigeriano Fela Kuti; el maestro argentino Ástor Piazzolla, que revolucionó el tango desde su bandoneón y cuyas obras suenan hoy en los programas de música erudita de las más reputadas salas de conciertos; Amália Rodrigues, que llevó por el mundo el fado lisboeta; el paquistaní Nusrat Fateh Ali Khan, un camarón de la isla asiático, cuya voz prodigiosa se pudo oír en películas como La última tentación de Cristo; Celia Cruz, la reina de la salsa, que no pudo volver a pisar una última vez su Cuba querida, o el compositor brasileño Antonio Carlos Jobim, que nos legó un cancionero del valor de los de Cole Porter o George Gershwin. Tampoco están ya entre nosotros Ibrahim Ferrer, Compay Segundo, Rubén González, Tito Puente, Francis Bebey, Chico Science, Brenda Fassie, Hukwe Zawose Aunque su arte viva para siempre en sus grabaciones.
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