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Crítica:FESTIVAL DE TORROELLA DE MONTGRÍ | Piotr Anderszewski | CULTURA Y ESPECTÁCULOS
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

La intensidad de un pianista arriesgado

El segundo concierto anteanoche de la orquesta Philarmonia de Praga en el Festival de Músicas de Torroella de Montgrí (Girona) tuvo un signo muy diferente del día anterior. Si aquél fue de carácter misceláneo con Mendelssohn, Dvorák y Beethoven en el programa, éste fue monográfico con un único gran autor, Mozart, representado por una obertura operística, la de La clemenza di Tito, un concierto para piano, el Número 17 en sol mayor K.453 y una sinfonía de las más importantes, la Número 38 en re mayor K.504, llamada Sinfonía Praga en honor de la ciudad en donde se estrenó, una ciudad que amó a Mozart mucho más que la ingrata y altanera Viena.

La cancelación por enfermedad del pianista anunciado, Fazil Say, permitió debutar en el festival a uno de los pianistas que más poderosamente están llamando la atención en los últimos años, el polaco Piotr Anderszewski, un intérprete que con su personalísima manera de entender la música del compositor de Salzburgo ha alborotado y no poco el gallinero mozartiano tradicionalmente tan plácido.

Anderszewski empezó a ralentizar el 'tempo' entreteniéndose en el peso sonoro de cada nota hasta lograr detener el paso del tiempo

Tras una obertura de La clemenza di Tito algo anodina, que puso de relieve el grave problema que afecta a las oberturas y que consiste esencialmente en que nadie se las toma en serio, a veces ni el que las compone, le llegó el turno al concierto. En el primer movimiento, Anderszewski practicó un tocar muy articulado y un uso extremadamente comedido del pedal, que dieron lugar a un Mozart claro y transparente, liviano y fluido, pero equilibrado y en absoluto frívolo o superficial. Íbamos bien.

Este tocar valía para el primer movimiento y también iba a valer para el tercero, pero el segundo era otro asunto. Ese movimiento necesitaba un cambio total de registro interpretativo, ese Andante del Concierto número 17 es uno de los grandes lentos de Mozart y no se deja despachar haciendo juegos de manos. Anderszewski ahí arriesgó mucho, empezó a ralentizar el tempo más allá de lo que se considera prudente en los conservatorios, teniendo siempre muy claro el dibujo general de la frase, pero entreteniéndose también en el color y el peso sonoro de cada nota y dejando que los silencios hiciesen su parte en el trabajo expresivo y crearan frágiles atmósferas suspendidas hasta lograr detener el paso del tiempo.

Fueron unos pocos minutos de un Mozart casi insoportablemente bello, archiconcentrado, en soliloquio absoluto -la orquesta iba entonces por otra galaxia muy, muy lejana- y a un paso del exceso, pero protegido de él por la sólida coherencia interna de aquel tocar.

Un Mozart que habría sido imposible de tocar de aquella manera con un piano que no fuera el moderno y poderoso Steinway de concierto que aguanta el cuerpo del sonido y permite aquel fraseo estirado que, intentado en un pianoforte de época, habría quedado simplemente ridículo.

Un Mozart, en fin, de alto riesgo que provocará infartos entre los puristas, pero que es de una personalidad y una intensidad inusitadas.

Se siguió con una versión la Sinfonía Praga que quedó pasablemente arregladita y compuesta, pero que, comparada con lo que acabábamos de escuchar sonó, la pobre, estruendosa e indelicada.

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