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SEMANA GRANDE
Columna
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Artillero di qué fuego

¡Por fin han llegado las ansiadas fiestas de la Semana Grande! Llevábamos días con los dedos hormigueándonos de impaciencia, tanta que desde hora muy temprana, muy temprana para lo que es la hora, miles de donostiarras, ¡qué digo! millones de donostiarras íbamos reagrupándonos en los jardines de Alderdi Eder para ver cómo el famoso cañón señalaba con su estampido el inicio de las fiestas. Sin embargo, el desánimo empezó a cundir cuando nos enteramos de que las fiestas habían empezado antes de empezar.

Sí, como lo oyen. Disponemos de un consistorio tan ilusionista, digo ilusionante, que ha conseguido que haya fiesta antes de que la fiesta empiece. Los más resabiados le quitaban méritos a nuestro alcalde Odón, el rey de las fiestas, culpando al calendario. Claro, dicen, como las fiestas empiezan la víspera del día grande de las fiestas por una de esas casualidades cronológicas que se producen una vez cada siete años, resulta que partes señaladas del programa festivo, como la Salve, han tenido lugar antes de que el cañón de Mocoroa, el artillero mayor que le da nombre como un tal Navarone les dio a otros cañones más olvidados, digo que uno de los grandes eventos festivos se ha celebrado antes de que las fiestas fuesen oficialmente abiertas.

Por cierto, el cañón no apunta a nadie a fin de mantener las fiestas dentro del buen rollito
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En esta línea de originalidad, nuestro Odón decretó que quería una fiestas participativas, verdes y ecológicas. Hombre, el primero de sus propósitos le va a costar un poco cumplirlo porque la gente participará si quiere, no porque se lo impongan y eso, me refiero a lo de participar, por muy bajo que se coloque el listón (bueno, lo han puesto tan bajo que basta con poner la oreja, porque son unas fiestas de música para oír). Lo de la ecología le ha llevado a Odón a suprimir, bajo un pretexto como otro cualquiera, la horterada de los globos azules y blancos que ascendían por el cielo como un canto al niño cursi que todos llevamos dentro (de ahí que alguien haya sugerido que se hubieran debido soltar pompas blanquiazules de jabón, biodegradable, por supuesto), pero también a dotar al cañón de un preservativo sonoro para que el chupinazo prendido por el grupito de uniformados de época se mantuviera dentro de la normativa de los ruidos no molestos y, por qué no, saludables. Por cierto, el cañón no apunta a nadie a fin de mantener las fiestas dentro del buen rollito. A este fin, el de la buena conciencia a bajo coste, el coro de cantores del Artillero dale fuego estuvo compuesto por un grupo de inmigrantes que salió bien del aprieto pese al miedo escénico (y algún otro).

Aunque lo que más ensombreció el acto del cañonazo fue el estruendo que intentaron armar unos cientos de voluntariosos unidos en jocoso correcalles, que quiso atraer hacia sí las salvas de pelota de unos uniformados también de época -pero de la nuestra- con idea de que no se escatimase la pólvora el día de unas fiestas que empiezan a cañonazos. Echaron un pulso a la ciudadanía y el tiro, nunca mejor dicho, les salió por la culata. Una ciudad como Donosti, que no tiene encierros, vio sin embargo carreras de mucho mérito. Pero como bien está lo que bien acaba, Artillero dale fuego (¿ecológico?) que se casa el pastelero.

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