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Reportaje:BABIA | LUGARES SIN TIEMPO

Un país encantado

Juan Cruz

Te vas de Babia con la sensación de haber estado en un país encantado, en el que los habitantes que quedan -mil, en 24 pueblos- saben que ellos pueden ser los penúltimos en pisar, oler y vivir una de las regiones más bellas de España.

Esa sensación te la llevas tú, pero el que se queda, el que trabaja aquí y aún tiene memoria de glorias extraordinarias debidas a la generosidad de su tierra, no habla de ello, o al menos procura no hacerlo con el desdén con el que la desesperación contempla el futuro.

BABIA. Cuando entramos en este lugar de colinas sinuosas o escarpadas hacía un sol inclemente que aún no había podido dominar los restos de las nieves tremendas del invierno, y cuando nos íbamos a ir y bebíamos vino y comíamos chorizo en su último pueblo, La Cueta, cerca de la frontera con Asturias, una tormenta de truenos, relámpagos y granizo parecía reproducir los efectos especiales del invierno. Estábamos con Julio Llamazares, escritor leonés que tanto ha escrito de Babia -como Luis Mateo Díez, el autor de Relato de Babia, o como Guzmán Álvarez, que fue catedrático en Utrecht y escribió Estampas de Babia y El habla de Babia y Laciana: murió hace un año-, y él nos ayudó a imaginar que ese estruendo no es el fin del mundo, sino que forma parte habitual del paisaje alucinante que nos rodea.

Se sentó y nos contó parte de su historia; como maestra en Huergas, y antes, aquí mismo, llegó a tener 32 niños en clase; ahora hay uno, o dos, o sus nietos...
Ante las colinas que nos rodean -la peña Ubiña-, el recuerdo de las batallas de la Guerra Civil que aquí tuvieron lugar alcanza su nivel más escalofriante
Fue la capital mundial de la trashumancia... Desde Extremadura iban y venían decenas de miles de ovejas; ahora vienen en camiones o en trenes
Este invierno hubo en Babia temperaturas de hasta 35 grados bajo cero. La gente es dura, dicen, mucho más que la calefacción
El año pasado vino aquí a comer el presidente Zapatero, "¡y dijo que nos iba a poner cobertura en los móviles, y desde aquí se sigue sin poder hablar!"

Aquí, en La Cueta, donde la nieve puede alcanzar dos metros de altura, y donde este mismo año estuvieron incomunicados sus escasos habitantes -una de las heroínas solitarias de las que Mateo habla en su libro ha muerto hace poco-, hay un bar donde los montañeros discuten sobre las incidencias de su escarpadísima excursión; los escuchan unos ancianos con la mirada perdida, en silencio, el presente y el pasado mirándose sin decir palabra.

Poco antes hemos pasado por el puente desde el que en la Guerra Civil arrojaban a los rojos vivos, y en un repecho de la carretera que nos lleva a Somiedo, donde Babia pierde su nombre para ser ya Asturias, hemos visto los restos de las excavaciones que se hicieron para hallar las fosas comunes donde han reposado en un silencio ignominioso los republicanos asesinados aquí.

A un lado y a otro de esos paisajes que recuerdan lo peor de la historia, dos casas en ruinas parecen ofrecer con su fantasmagoría desolada una síntesis de aquel desastre. Sin embargo, cuando nos íbamos, por San Emiliano, una puesta de sol parecía una música para ponerse en pie. Ante las colinas que nos rodean -la peña Ubiña, una metáfora de Babia-, el recuerdo de las batallas de la Guerra Civil que aquí tuvieron lugar alcanza su nivel más escalofriante.

VACAS. Es una región de silencio interrumpido a veces por esos truenos y por el paso lento, majestuoso, casi simbólico de las vacas. Vacas, ovejas, cabras... Arriba, en las colinas de La Cueta, unas cabras pastan guardando un equilibrio que desde aquí parece insólito. Por la carretera, a veces sinuosa, a veces excesiva, las vacas imponen su ritmo de regreso melancólico a las cuadras donde aún quedan quienes las ordeñen.

Una región recia, silenciosa, ondulada, amable, bellísima. Con las puertas abiertas. Estuvimos buscando a uno de los pocos vaqueros jóvenes de la zona, y hallamos su casa, en La Riera; él, José Manuel Reguero, 37 años, no estaba, estaba a la yerba, recolectando hierba para el invierno ("julio es el mes de la yerba"), pero estaba su madre, Carmina Suárez, maestra, de unos 70 años; nos habló primero desde el ventanillo de su casa grande y aireada, y luego nos subió a su cocina, donde hizo lentamente café de puchero; pero nos ofreció de todo. Antes había cocinado, para su hijo, para su marido, berzas, verdura con patatas, carne de ternera, y también les había dado fruta... Se sentó a un lado de la mesa y nos contó parte de su historia; como maestra en Huergas y antes aquí mismo, llegó a tener 32 niños en clase; ahora hay un niño, o dos, o sus nietos... Oyéndola hablar pensamos en el tiempo: cómo se detiene en estos lugares, cómo debe ser, sin embargo, para los que los habitan, lento, implacable, repetido, misterioso...

A Carmina le gustaba dar escuela a los que empezaban. Sus dos nietos son de este hijo suyo que se ha quedado en el pueblo a cuidar una ganadería que subsistirá porque él la cuida.

TIEMPO. Unos pasos antes, en Riolago, estuvimos con César, un vaquero que está a punto de jubilarse, que tiene a su cargo 60 vacas. ¿Y después, qué va a pasar con las vacas? Él se encoge de hombros, como si estuviera marcando su sentido del tiempo. Su mujer, Victoria, nos hablaba desde el ventanillo y él salió del salón donde veía a Armstrong ganando de nuevo la batalla del ciclismo... Él se retirará, claro que sí; desgranó los problemas que hoy enfrentan los vaqueros: los precios de leche son los de hace veinte años... Nos lo dijeron también así en Villafeliz... Quién querrá seguir una vida tan sacrificada. Nos dice César que todo se diezma: hay menos médicos, menos boticarios, y en concreto había dos curas en la comarca, y uno de ellos acaba de casarse...

En cada uno de los sitios a los que fuimos nos dio la sensación de entrar en una casa cuya sala de estar encontráramos casualmente abierta y nosotros nos hubiéramos inmiscuido sin permiso.

LLEGAR. Tiene cuatro entradas Babia, y en las cuatro hay una ermita. Nosotros entramos por el río Luna, y dejamos a la derecha la ermita de Pruneda; es una manera metafórica de entrar en este territorio, pues en seguida adviertes que éste es un lugar encantado en el que el paisaje tiene su propia vida, habla por sí mismo; se quedará despoblada Babia, y ese curso está haciendo, pero el paisaje siempre dirá su lenguaje y dirá su historia. Allá arriba, en la Babia alta, ese paisaje hablará de los mineros, y aquí abajo está la Babia ganadera... Las dos fueron ricas, y de las dos persiste esa memoria en los caserones de piedra.

Llamazares nos habló de lo que supone para los babianos el tópico que los une al despiste. "Estar en Babia es tener la mente en un sitio y el cuerpo en otro". El tópico tiene una base real: los reyes de León venían aquí -a este montículo que vemos ahora, en Mena- a solazarse, a comer, a beber y a descansar, como nos dice en Villafeliz alguien que hace lo propio... De eso viene la expresión "estar en Babia"... Todo el mundo ahora la dice como una gracia; los babianos le encuentran poca, excepto cuando ellos mismos se burlan...

TIERRA DE PASTORES. Durante años, ésta fue la capital mundial de la trashumancia... Desde Extremadura iban y venían las ovejas, decenas de miles de ovejas; ahora vienen en camiones o en trenes, y aquí son cuidadas por pastores marroquíes o en todo caso extranjeros que han sustituido hasta las vísperas de la extinción del pastoreo a aquellos babianos que forman parte del cancionero: "Ya se van los pastores a la Extremadura. / Ya se queda la sierra triste y oscura... / Ya se van los pastores, ya se van marchando, / más de cuatro babianas quedan llorando...". Nosotros fuimos en busca de José Álvarez, uno de los grandes de la trashumancia actual; estaba precisamente en Extremadura, y su hermano Leoncio, que se ha jubilado de la banca, en Santander, está aquí, en Torre, ensillando su caballo para llevar la comida a los pastores que allá arriba cuidan las ovejas...

Él es consciente de que poco a poco este cultivo va a dejar de existir también, Babia se quedará sola... Su hijo se ha ido con él, a Santander, y así ocurre con muchas de las casas y caseríos que se nos van quedando atrás...

Leoncio es consciente de que eso está pasando, y mientras mira con melancolía el prado que parece su infancia, está cayendo sobre él y sobre nosotros una tormenta de granizo que es preludio de aquella tormenta de fuegos artificiales, escalofriantes, cercanos, que acabaría estallando en La Cueta... Al fin escampa y Leoncio termina de ensillar su caballo Tomillo, y sube con la comida para los pastores marroquíes...

PASADO. En ese pasado que él contempla está la razón de la prosperidad -pasada, pero aún tangible- de Babia... Muchas de las mantequerías -recuerden: Lorenzana, Mantequerías Leonesas...-, floristerías, perfumerías..., de este país venían de Babia, que pudo ser la Cantabria de León... Aparte de la tormenta que hoy padecemos, y aunque sea verano cuando recorremos Babia, es obvio que la sequía de la que se habla tiene aquí también su asiento, y ahí ves la antigua capital mundial de la trashumancia con un paisaje que en algunos recodos recuerda los terrales de Fuerteventura...

Esa prosperidad económica que hubo una vez y de la que quedan tantos símbolos se refleja en las orlas: muchos catedráticos, médicos, e incluso obispos, provienen de pueblos de Babia, y ahora mismo en varias audiencias -León, Valencia- dictan sentencia babianos ilustres hijos de ilustres ganaderos babianos... Ahora hemos visto algunos jóvenes que ya han hecho su viaje, o están a punto de hacerlo, en medio de un paisaje que conjuga con rabia el futuro. En toda la región hay una sola industria: una fábrica de embutidos que lleva adosado un bar que esta tarde está regentando el hijo de la familia...

GUERRA. Esta mujer que ahora nos abre la puerta se llama Josefina García Flores, tiene 92 años; vivió en México desde la Guerra Civil; mataron aquí, en el propio pajar, a un hermano republicano, y le avisaron a ella y a otros parientes que mejor se iban. Se encontró con su padre, en el frente de Asturias, y juntos siguieron caminando hasta Francia, y de ahí a México... El padre murió en 1943, y ella volvió aquí, para estar con su madre, en 1959... Ahora vive, estos veranos, en la casa que fue de sus abuelos y que ella ha restaurado en Truébano, veinte habitantes ahora, diez en invierno, "¡aquí no hay ni niños!"... Es un caserón de finales del siglo XVII en cuyo saloncito nos habla de su exilio y de la guerra, del miedo que pasó, de la nostalgia del paisaje, del regreso... Recuerda cuando le dijeron a su padre que empezaba la República: "Estaba en la cama, y le fueron gritando: 'don Mariano, don Mariano, que se proclamó la República!". Cuando volvió aquí, tantos años después, "la casa estaba triste"... Su padre puso la luz en Babia, ahí está aún el molino que atestigua aquel avance. "Y la guerra nos lo cambió todo".

En Villafeliz bromean con el nombre de este pueblo, "el de la dos mentiras, que ni es villa ni es feliz..."; estamos en Casa Luis, y allí nos sirve café Iván, un chico que trabaja en el Corté Inglés de León, y que está aquí porque está emparentando con el dueño... El bar vive de los escasos parroquianos y del turismo, de los trucheros asturianos ("hay más truchas que piedras en el río"), y del coto de caza, "uno de los mejores de León"... El año pasado vino a comer el presidente Zapatero, "¡y dijo que nos iba a poner cobertura en los móviles, y desde aquí se sigue sin poder hablar!"... El bar lo lleva Enrique Álvarez, y su padre, Luis, es el que nos habla del origen: "Vinimos de Villablino, y aquí fuimos haciendo, el ganado, las fincas... Hay que arrimarse al terruño, pero eso es muy duro. ¡Aunque aquí hambre no se conoce!".

EL PARAÍSO. Enrique ha estado recogiendo la yerba; cuando su tía dice que aquí se vive bien, "un paraíso", él le dice que espere un poco. "Aquí el trabajo no es rentable. ¿Cómo va a serlo? ¿Usted sabe lo que vale la leche? ¿Usted sabe las pegas que nos ponen en los laboratorios?". Un señor de Ponferrada, Germán Cosmen de Lama, viene aquí desde hace treinta años, y se muestra encantado de haberlo hecho primero con los hijos y ahora con los nietos..., y señala como un trofeo que mientras en Ponferrada se asan de calor a esa hora, él tiene que ponerse una mantita para dormir... Y Enrique insiste: "Tal como están las cosas, aquí ya no pueden vivir matrimonios jóvenes, se tienen que ir"... Pero él nunca tuvo la tentación de irse de Babia... Y su hijo Ángel, que estudia electromecánica en León, cree que quiere seguir en Babia. ¿Por qué? "Babia es Babia".

En Villacesino, cuando comemos el chorizo y la cecina, y el mediodía parece quemar, Ana Isabel nos sirve judías con pimentón y señala al cielo. Ella sabe que viene la tormenta. Un viajante de farmacia (Ramón Lamadrid, viene de León) tiene sobre la mesa, abierta, una revista que alerta contra el estrés, y él advierte que ese puede no ser el caso de la gente de Babia (Ana Isabel: "Yo sí, yo estoy muy estresada", y se ríe), pero no descarta que el tiempo, las dificultades, esta lejanía que a otros parece un paraíso, cause un número alto de depresiones. Las calles del almuerzo están vacías, y las mujeres que entran en el bar alertan contra el futuro: "No hablen mucho de esto. ¡Si la gente se entera de que éste es el paraíso es probable que lo llenen!".

Ana Isabel escucha resignada: ella sabe que el porvenir de su negocio -y el de Babia- es que se sepa que está aquí, accesible y hermosa, y tan lejana como el paraíso con que se la compara. Ahora sobre todo vienen asturianos, "a secarse los huesos, que tienen los huesos muy húmedos".

Este invierno hubo en Babia temperaturas de hasta 35 grados bajo cero. Cuando escuchas hablar del paraíso tiritan los babianos conscientes de la terrible experiencia de vivir en una tierra cuya hermosura también se despuebla. La gente es dura, dicen, mucho más que la calefacción.

En San Félix de Arce tomamos café en un bar largo como un garaje, al lado de la industria de embutidos. Manuel Martínez Castro está en la barra, tiene 21 años; no se piensa ir. Con él charla Ángel Robla, que viajó por medio mundo, y que halla que aquí se está como en ninguna parte. "Me di cuenta de lo que era Babia cuando estuve fuera. ¡Y es que Babia es Babia!".

En una de las columnas que sostienen el bar, una convocatoria para el campeonato de bolos. Los premios: un cordero más 100 euros; un cabrito más 80 euros; un jamón más tres botellas de rioja...

Doña Carmina nos dijo que el invierno es el tiempo más cruel de Babia; ella lo conoció en tiempos peores, cuando el invierno además era el miedo de la guerra. Nos señaló a los montes desde los que venían "aquellos hombres que se sintieron perseguidos" y que venían a comer de noche... Tiroteos y silencio. Muerte. Los montes que ahora señalan están marcados por la sombra de una tormenta que deja luego despejado el cielo más estrellado del mundo.

UN PAÍS ENCANTADO. Un lugar que se despuebla como si el paraíso quemara. Al irnos, Llamazares nos dijo: "Este sitio me inspira paz, lentitud... Y melancolía... Sus habitantes han vivido la grandeza y ahora ven la realidad babiana... Ellos mismos se han hecho trashumantes". Delante de nosotros, en la carretera, las vacas impertérritas marcan el paso. Detrás de ellas, la tormenta, una soledad iluminada por los relámpagos.

Parajes de La Cueta.
Parajes de La Cueta.CRISTÓBAL MANUEL

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