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Columna
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Pasiones eternas

Hay cosas que no cambian nunca, cosas que vienen recorridas por un poso envenenado y que concitan la adhesión inquebrantable o el colérico rechazo. Son cosas que nadie puede contemplar con ánimo imparcial. Una de ellas, quizás la más emblemática de todas, es la Guardia Civil, esa institución beneficiada y perjudicada a partes iguales por un retórica ampulosa, patriotera e intimidante, y cuyos mayores defensores, paradójicamente, no los hubieran elegido mejor ni sus peores enemigos.

Como con tantas otras herencias predemocráticas de este país, parece que sobre la Guardia Civil es imposible hablar de forma ponderada. Arrastra tras de sí una pesadísima leyenda, que ciega tanto a sus detractores como a sus incondicionales. Basta cualquier incidente vinculado con el cuerpo para que renazcan pasiones turbulentas e impetuosos sentimientos de odio o lealtad, impulsos que parecen surgir de la parte más negra de la más negra de todas las Españas.

Los recientes sucesos de Roquetas de Mar han traído a la memoria colectiva ese atroz imaginario que dificulta el desarrollo de las investigaciones y divide a toda la sociedad en desaforados apologistas y censores. Los hechos son conocidos. Un hombre muere en el cuartel de la población almeriense y el relato de lo sucedido resulta lo suficientemente confuso como para imponer una investigación rigurosa y detallada. Se trata de un suceso de gravedad incuestionable, pero uno sospecha que si se hubiera producido en las dependencias de cualquier otro cuerpo policial las cosas habrían transcurrido con mayor templanza y, desde luego, sin algunos de los elementos sainetescos que rodean al caso, pues son de sainete muchas de las cosas que rodean a la Benemérita, desde su sistema de acuartelamiento hasta el anecdotario de chistes sobre el cuerpo.

Lo que debería haber transcurrido en medio de una contenida expectación, mientras se realizan las investigaciones pertinentes y se deslindan responsabilidades penales, administrativas y políticas, ha pasado a convertirse en la enésima comedia cuartelera que protagoniza el decimonónico cuerpo, y que sería aún mucho más cómico de no haber venido acompañado por la muerte de un ciudadano. La Guardia Civil exige una urgente adecuación al sistema democrático, su conversión en un cuerpo policial de naturaleza civil, y la extinción de ese modelo convivencial y disciplinar que supone la Casa-Cuartel, de claras connotaciones mercenarias. Pero los sucesos de Roquetas de Mar tampoco deberían dar lugar a juicios sumarios sobre una institución con muchos rasgos criticables, pero integrada por personas de muy variada condición moral, algo que conviene remarcar cuando se están deslindando responsabilidades penales por hechos muy concretos.

Claro que es imposible sustraerse a los elementos sainetescos del asunto, como ocurre siempre que el honor de la Benemérita parece estar en juego. El Partido Popular se dedica a hacer piruetas dialécticas para responsabilizar de lo ocurrido al ministro del Interior pero sin el concurso práctico de ningún miembro de la Guardia Civil (lo cual entra en los terrenos de la magia jurídica). Mientras tanto, las turbas almerienses se reúnen al grito de "¡Asesinos!" sin dar tiempo a los jueces para dictaminar si es que los hay y quiénes lo son. Al mismo tiempo, en un alarmante ejercicio de incultura constitucional (cosa que no sorprende, ya que ignoran que para ser inconstitucional no basta con ser vasco), familiares de guardias civiles no implicados en el caso se manifiestan al grito de "¡Viva la Guardia Civil!" y "¡Ánimo, tenéis la conciencia tranquila!", confundiendo la responsabilidad penal de ciertos individuos del cuerpo con el amor que les inspira el cuerpo en su conjunto.

Y en medio de todo esto, un jubilado con la camisa abierta, cara de pocos amigos y gesto chulesco, desenfunda una pistola de fogueo, amenazando a los que se manifiestan frente al juzgado donde declaran los guardias civiles imputados.

Urgen muchos cambios, pero, por favor, también un cambio estético.

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