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LA VENTANA DE GUERRERO
Columna
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Litoral privado

Para que luego digan que la felicidad no existe. La mujer y los niños que se bautizan los pies ante el mar infinito y que son los alegres domingueros de esta playa privada son la imagen misma de la felicidad, tal vez porque no piensan ir más allá de la fotografía. Y es que hay un tópico que dice que el mar no tiene fondo. Por eso los personajes de este retrato de un momento radiante no parecen muy interesados en adentrarse mucho más en las aguas y salirse del encuadre, prefieren llevar una vida terrestre a orillas del mar profundo. Y es que hay un tópico que dice que el mar es la imagen del infinito y que uno, si lo ve por primera vez, tiene que ser prudente y asombrarse ante la infinitud y saber tener ante el mar una vista muy larga; pero, eso sí, saber verlo todo desde la orilla, contemplar el ancho mar y decir con felicidad, con afán de no escapar del tópico: "¡Cuánta agua!, ¡cuánta agua!". Y no avanzar, abrazarse y mirar a la cámara y delatar una ancha felicidad de orilla.

Los bienes materiales no dan la felicidad, sino la facultad de saber disfrutar de lo que uno tiene, aunque uno no tenga nada

Aunque es una posibilidad remota, no deja de ser una posibilidad. Esta familia ha viajado desde muy lejos a la desembocadura del río Besòs para ver por primera vez cómo es el mar y, de paso, la civilización industrial. Y la verdad es que unos, en primer plano, son felices remojándose en las aguas, y los otros tratan de comunicarse sus primeras impresiones sobre el mar. Felicidad -vamos a llamar así a la mujer que nos mira en primer plano- ya tiene, con la piel mojada, su opinión formada. Y se lo pasa bárbaro. ¿Así que el mar era esto? Silencio de fondo y un mutismo de chimeneas. Un discreto rumor de olas rompe contra los tres gigantes. Los gigantes son el poético horizonte. Y ya se sabe, un horizonte siempre tiene que ser poético si el momento retratado es feliz. Siempre ha querido el tópico que encontremos bellos los horizontes de la naturaleza (aunque aquí sean puras y duras chimeneas) y negros los de la política.

El mar, siempre la mar. Falta una política para el horizonte y para las chimeneas y para el país entero, y todo el mundo lo sabe, pero eso no malogra el momento, el retrato de Felicidad ahogándose de amor proletario en su entrañable litoral privado, con esas chimeneas que nos parecen de pronto las calladas trompetas de la revolución proletaria. Clarines callados, sí. Pero ya lo dijo Ibsen: "Buscar la felicidad en esta vida, ése es el verdadero espíritu de rebelión".

Aunque miles de veces hemos oído que la felicidad no existe, también es cierto que la felicidad es esa pequeña cosa que no existe y que, sin embargo, un buen día deja de estar. En esta foto de baño y trompetas calladas la felicidad no sólo todavía no se ha ido, sino que está llegando. Si la felicidad es la permanencia de lo efímero, ¿quién puede negarnos que la permanencia de esta fotografía de una escena tan efímera no es también una de las muchas formas de la felicidad? Le oí decir un día a un amigo que jamás somos tan felices como cuando nuestras bromas hacen reír a la criada. En fin. Contemplar este retrato de Joan Guerrero nos recuerda que no es la famosa posesión de bienes materiales lo que está ligado a la felicidad, sino la facultad de saber disfrutar de lo que uno tiene, aunque uno tal vez no tenga nada. ¿Y qué? En realidad, la felicidad no es más que una aptitud. La felicidad es un talento, una capacidad para hacerse en esta vida con un litoral privado. Después de todo -bien que lo sabe la familia desesperada del retrato- el bienestar nace de la desgracia, y la desgracia está escondida en el centro mismo de la dichosa felicidad.

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