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Es tiempo de soluciones. Es tiempo de pacto

La Historia no aporta soluciones mecánicas a los conflictos políticos; pero previene acerca de que las soluciones simples, aunque políticamente parezcan atractivas, no suelen funcionar cuando el transcurrir del tiempo, en vez de alumbrar formulas de acuerdo, ha generado mitos históricos.

Por eso quiero alabar las virtudes del Estatuto vasco y, más en general, quiero poner en valor la enorme fecundidad de eso que hemos llamado Estado de las Autonomías. Esta práctica política debe continuar ahora hasta la reforma del Senado, una reforma esencial para que los diversos territorios participen en la configuración de una voluntad común, la de fortalecer España.

En cualquier caso, podemos afirmar que el Estado de las Autonomías en general y el Estatuto de Gernika en particular han sido una solución a problemas históricos que arrastramos, como mínimo, desde el siglo XIX y que la dictadura franquista no hizo sino agravar.

Al tiempo, también podemos decir con satisfacción que el Estatuto vasco, como todos los demás, se ha convertido en un formidable instrumento para responder a los desafíos que la dicotomía política plantea entre lo global y lo cercano, en las instituciones democráticas en este siglo XXI.

Y esa es precisamente la grandeza del Estatuto de Gernika, que permite transformar las inquietudes foralistas o independentistas heredadas del convulso siglo XIX español en una gran herramienta para afrontar el futuro político del siglo XXI. En la Europa de hoy, en el mundo global, en nuestra España diversa, no cabe empeñarse en construir nuevas patrias, banderas y símbolos que obedecen más a la política del siglo XIX que a los retos que afrontamos en este siglo. Es hora, por el contrario, de mirar al futuro: hoy, quien se sienta exclusivamente vasco o exclusivamente español no pierde identidad política compartiendo las instituciones con quienes entienden su identidad de otra manera.

De este modo, queda claro que el viaje del soberanismo no es hacia ningún futuro, es un viaje hacia atrás, un viaje en el tiempo hacia otro siglo, un regreso al pasado. Euskadi es un país con medios y posibilidades económicas; con gente trabajadora y emprendedora. Pero mientras sigue enfrascada en los debates sobre las patrias, otras Comunidades avanzan en los debates para resolver los problemas de los ciudadanos, adaptando sus sociedades a la nueva realidad, invirtiendo en formación y en I+D+i.

Creo honestamente que el nacionalismo vasco debe renovar su ideario político, y debe hacerlo dentro del Estatuto, la Constitución, España y Europa. En suma, dentro, y no fuera, de la realidad política moderna y globalizada. Y es que el Estatuto es y será la solución. Es el instrumento que permite el acomodo de los diferentes sentimientos de pertenencia, recogiendo la pluralidad de la sociedad vasca. Y esto se debe a que se fundamenta en su cuerpo de Ley y su alma de pacto.

El nacionalismo debe asumir, como lo hemos hecho otros, que la suma de los votos de los ciudadanos vascos sólo permite alcanzar una solución, el acuerdo transversal. Y el único terreno de consenso posible son las reglas del juego fijadas en la Constitución y el Estatuto. La sociedad vasca es plural y diversa, y necesita un cambio de rumbo en la política. Necesitamos representantes públicos que piensen en las personas, situando el interés general por encima de las estrategias políticas y partidarias.

Siempre he tenido muy presentes las palabras de un intelectual marroquí que me han ayudado a entender lo que sucede en Euskadi. Se refieren a la devastadora consecuencia que ha tenido para el nacionalismo árabe el conflicto entre tradición y modernidad que, al no resolverse, ha hecho degenerar el nacionalismo en fanatismo alimentado en delirios religiosos y en actitudes políticas basadas en la dinámica de que el discrepante, el distinto, es enemigo.

"La tradición -afirma Ben Jelloun- sólo es válida cuando exige tanta actividad y dinamismo como el progreso. Mantener una tradición viva supone conjugar valores ancestrales con una modernidad abierta y, sobre todo, inspirada en algo auténtico".

En Euskadi, por tanto, nuestra relación con el pasado debe pasar por un examen crítico de nuestro presente. De lo contrario, seguiremos sin saber aportar respuestas a los interrogantes difusos y a veces confusos de este momento. Quienes defendemos la Constitución y el Estatuto tenemos la plena convicción de que entroncamos con la historia real de los vascos, con una voluntad de tolerancia centenaria, con su más rica tradición.

Por ello, el lehendakari Ibarretxe debiera tener presente que en el País Vasco todavía hay falta de libertad. Que en Euskadi seguimos sufriendo, después de 27 años de democracia, graves problemas de convivencia. Porque la sociedad vasca nos ha dicho en las urnas, una vez más, que no es digno, ni lógico, aceptar que, por ser vascos, tengamos que seguir conviviendo indefinidamente con el terrorismo; que, por ser vascos, nos tengamos que seguir creyendo la doctrina de que aquí la violencia es parte del paisaje.

Yo no soy nacionalista, ni comparto el ideario ni el modo en el que el nacionalismo plasma su política. Pero no aspiro por ello a acabar con los nacionalistas ni deseo aniquilar sus propuestas y sus ideas. Antes bien, quiero garantizar su derecho a tenerlas, a expresarlas y difundirlas. En ese sentido, no acepto tampoco que determinadas fuerzas políticas vascas pretendan partir de cero y se sientan cómodas en la confrontación permanente, porque esa vía tampoco nos lleva a la solución.

En conclusión, creo que es el momento de asumir un pacto que renueve y fortalezca el Estatuto en función del cual, en último término, existe Euskadi como sujeto político. En la Europa del siglo XXI, una comunidad como la nuestra no puede pretender abordar el futuro sin asumir el derecho de los que piensan diferente a vivir en paz, en un entorno político que respete las reglas de juego que nos hemos dado. En la democracia moderna, en la compleja realidad española y europea, en la sociedad abierta del siglo XXI, ya no caben como solución mayorías del 51%. Es por lo que creo oportuno manifestar que hace falta un gran acuerdo de carácter incluyente, en el que quepan todos los demócratas, y que garantice para todos la oportunidad de hacer política en Euskadi.

Las elecciones del pasado 17 de abril han confirmado que la comunidad sigue siendo como siempre fue, plural y que, por tanto, la política de confrontación no resuelve ninguno de nuestros problemas. Como decía en el inicio, es tiempo de resolver situaciones difíciles con soluciones imperfectas. Pero con soluciones. Esto es lo que nos está exigiendo la sociedad vasca, cansada de tanto enfrentamiento. Es el tiempo de la política de los acuerdos, de las soluciones. Es la hora de mirar al futuro.

Javier Rojo es presidente del Senado.

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