La sabiduría de las habas
EN MI restaurante de cada día (apenas una modesta casa de comidas, en el cinturón industrial de la gran ciudad) me recomiendan hoy que pida habas con jamón, sabiamente aliñadas por el nuevo cocinero, que es andaluz. La oferta es tentadora y no puedo negarme. Busco mi mesa de siempre junto a la ventana enrejada y espero. Cinco minutos después se presenta el camarero con el plato de habas, trata de infundirme ánimo con una sonrisa (mi aspecto general, ciertamente, no es el de un hombre que goce de buen apetito) y regresa a la cocina en busca del gazpacho que le reclaman a gritos desde el otro lado del comedor.
-Buen provecho, me digo a mí mismo.
Pero cuando llega el momento no me atrevo a hundir el tenedor en el plato porque en este preciso instante acabo de recordar que los antiguos egipcios llamaban campos de habas al lugar donde reposaban sus muertos mientras esperaban la reencarnación. Ellos (me refiero a los egipcios de los faraones) jamás comían habas porque se arriesgaban a consumir la vida de los antepasados que descansaban en las leguminosas.
Pero ¿y Pitágoras, que prefirió correr el riesgo de morir a manos de sus crueles enemigos antes que ocultarse en un campo sembrado de habas?
-Tenga usted cuidado, me susurra al oído el viejo Cicerón. No importa que esas habas que acaban de servirle hayan sido aliñadas por la sabia mano de un andaluz. Piense usted que las habas impurifican la sangre, hinchan el vientre y excitan los malos deseos.
-Ese caballero tiene toda la razón del mundo, interviene Andrés Laguna, el sabio médico de Felipe II. Hágale caso, no importa ahora que su nariz parezca un garbanzo. Las habas engendran muchas ventosidades y estriñen el vientre.
La verdad es que no me sorprenden demasiado todas esas advertencias. Las flores de las habas son grandes, blancas y con una mancha negra a cada lado. Son, pues, flores enlutadas y fueron ellas las que más contribuyeron a la sombría reputación de esas leguminosas. Los pueblos antiguos, tras los funerales, servían banquetes de habas y todavía ahora, en la siciliana ciudad de Palermo, se reparten habas el día de Difuntos. Se pensó también que los que dormían una noche entera en un campo de habas se despertaban al día siguiente completamente locos.
Las habas, con su doble simbolismo fálico-funerario, aparecen también en las ofrendas campestres. Al fin y al cabo, son los primeros frutos que se recolectan en primavera y por eso se usaban en ciertos ritos matrimoniales. Por lo que respecta a su cultivo, la sabiduría popular nos muestra claramente el camino a seguir: deben sembrarse en otoño, dejando que pasen el invierno a la intemperie para que al llegar la primavera germinen pronto y resistan la agresividad de la mosca negra. Si esperamos a la primavera para sembrarlas, hay que hacerlo lo antes posible, "cuando las hojas del olmo tengan el tamaño de una moneda pequeña"...
Los refranes resisten el paso de los años. Las monedas, sin embargo, son más frívolas y van adaptándose a las circunstancias. ¿Qué debemos entender, pues, por "moneda pequeña"? ¿Eran pequeñas aquellas añoradas pesetas que se perdían en la costura de los bolsillos? ¿No deben superar las habas neonatas el tamaño de aquellas entrañables monedas?
Mientras yo me hago todas esas preguntas, el televisor del restaurante continúa dando consignas. "Hace cinco años lo entronizaron en una estantería pintada de verde y ahí continúa". "Esta tarde, sin embargo, no consigue distraerme".
-San Alberto Magno, recuerdo, decía también que el agua de habas, cuando se mezcla con cal y tierra roja, y usada en forma de emplasto, protege de las quemaduras, aunque le metan a uno en un horno
Pese a todo, me armo de valor y empiezo a comer. No quiero defraudar al nuevo cocinero que, con el ánimo suspenso, me está espiando a través de la ventanilla que comunica el comedor con la cocina.
-Comer solo, reconozco, no es recomendable porque la soledad nos expone a las más disparatadas elucubraciones...
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