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Columna
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Crisis a la vista

¿Se imaginan lo que sería la convivencia en España si no existieran las 17 comunidades autónomas? ¿Se imaginan lo que sería la vida política si todos los conflictos que surgen en todos los rincones del país tuvieran que ser abordados en una sola instancia? ¿Hubiera sido posible estabilizar un régimen constitucional con un Estado unitario y centralizado?

A lo largo de este año me he hecho varias veces esta pregunta. Y especialmente estos últimos días tras el incendio en la provincia de Guadalajara y las reacciones que tras el mismo se han producido. ¿Sería manejable un sistema político en el que únicamente el Ministerio de Medio Ambiente tuviera que gestionar la política frente a los incendios forestales y únicamente el Congreso de los Diputados fuera la instancia en la que se tuviera que debatir dicha gestión? ¿Habría sido manejable el incendio de Guadalajara si la competencia no hubiera sido de la comunidad autónoma, y sin la asunción de responsabilidad por la consejera de Medio Ambiente de Castilla-La Mancha? ¿A qué nivel de enfrentamiento se habría llegado en el sistema político español?

Los demás partidos son más bien pandillas, cuyos dirigentes carecen de reconocimiento como potenciales dirigentes políticos

Quiero decir con ello, que el Estado de las Autonomías no es una opción para la sociedad española, sino una necesidad. Que no sería posible una convivencia pacífica y democráticamente normalizada si no dispusiéramos de 17 subsistemas políticos con los que hacer frente a los problemas que se plantean y en los que se puedan sustanciar las responsabilidades que de la gestión de dichos problemas derivan. Si así no fuera, la suma de los diferentes conflictos resultaría políticamente inmanejable. La tensión política que se genera en el país no sería manejable con una fórmula de gobierno unitaria y centralizada.

Los subsistemas políticos autonómicos también son Estado, pero lo son de otra manera. Y cada uno con su calendario y urgencias propias. En el momento en el que la situación puede ser muy conflictiva en un territorio, es sumamente pacífica en otro. Y a la inversa. Ello conduce a que los problemas se vayan presentando de manera escalonada y puedan ser, en consecuencia, resueltos o, al menos, controlados.

Ahora bien, precisamente por eso, la salud de cada uno de los subsistemas autonómicos es importante para el funcionamiento del conjunto. Y cuanto más peso tiene en el Estado un determinado subsistema, tanto más importante es su estado de salud para la operatividad del sistema político español en su conjunto. De ahí la trascendencia que le estamos dando a los problemas que están surgiendo con ocasión del proceso de reforma estatutaria en Cataluña. Y de ahí, también, que tengamos que reflexionar muy seriamente sobre el estado de salud del subsistema político andaluz, que está funcionando de manera alarmantemente anómala desde hace ya bastante tiempo, pero de manera particularmente intensa desde que empezó esta legislatura.

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En la legislatura en la que tenemos que enfrentarnos con el problema de la reforma estatutaria, esto es, con la operación de más calado que puede ponerse en marcha en cualquier sistema político democrático y en el que el protagonismo de la institución parlamentaria es más visible, en Andalucía nos encontramos con un Parlamento que no es representativo de la sociedad andaluza.

No quiero decir, con ello, que las elecciones autonómicas de 2004 no fueran unas elecciones limpias y que se manipulara la manifestación de voluntad de los ciudadanos, sino que tres de los cuatro partidos parlamentarios andaluces no están presentes en el Parlamento de esta legislatura de la forma en que deberían estarlo, esto es, con las personas que son reconocidas por la sociedad como dirigentes de los mismos. Y sin que ni siquiera esté despejada la incógnita de si esta anómala situación será corregida en la próxima legislatura.

La sociedad andaluza está representada parlamentariamente en su 50% de manera razonable. Pero el otro 50% apenas si puede considerarse que esté representada. De ahí el carácter espectral que tiene el debate parlamentario andaluz. Cuando habla el presidente de la Junta de Andalucía se sabe quién es y qué es lo que representa, pero cuando toman la palabra los demás no se sabe muy bien qué es lo que hacen allí. Es prácticamente irrelevante lo que dicen.

Así no se puede seguir mucho tiempo. Y sin embargo, no parece que estemos viendo la luz al final del túnel. La crisis en la que se encuentran inmersos tanto el PP como Izquierda Unida y Partido Andalucista no da la impresión de que esté en vías de solución, sino más bien todo lo contrario. La soledad del PSOE cada vez resulta más visible. El subsistema político andaluz no es un sistema de partido único, pero si es un subsistema en el que únicamente un partido se está presentando ante la sociedad como lo que un partido debe ser. Es el único que es portador de un programa de gobierno reconocido como tal por la sociedad andaluza y que dispone de una organización interna lo suficientemente sólida y estructurada como para darle credibilidad a dicho programa de gobierno. Los demás partidos son más bien pandillas, cuyos dirigentes carecen de reconocimiento por los ciudadanos como potenciales dirigentes políticos de la sociedad y que parecen más preocupados por su situación personal, que por cualquier otra cosa.

Y así, insisto, no se puede seguir mucho tiempo. O los partidos políticos que están en la oposición corrigen el rumbo y son capaces de presentarse en sociedad como lo que deberían ser, o vamos a una crisis sistémica de envergadura. Un solo partido no puede garantizar la estabilidad de una fórmula de gobierno.

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