¿Puede Europa dar un giro hacia la izquierda?
¿En qué punto se encuentra Europa tras el no de los franceses y de los holandeses, el aplazamiento a un futuro lejano de la ratificación del proyecto de Constitución por muchos países, la llegada de Blair al frente de Europa y hablando en nombre de una Gran Bretaña triunfante, y, por último, inmediatamente después de los atentados de Londres, que hacen pesar sobre todo el continente la amenaza de una acción terrorista realizada por unos kamikazes convertidos a un islamismo guerrero?
Ahora más que nunca, Europa parece una mezcla contradictoria de éxito económico relativo y fracaso político. No se ha creado una conciencia colectiva europea, como deseaba Habermas, cuya previsión no se ha cumplido. Los que votaron no y los que votaron sí en el referéndum francés tenían muchas ideas en común. Europa nació de la alianza entre los democristianos, cada vez más liberales, y los socialdemócratas, reforzados por su gran éxito: la creación, poco después de la guerra, de unos notables sistemas de seguridad social. Bajo la presidencia de Jacques Delors en Bruselas, todavía se podía hablar de un modelo social europeo. Pero éste se ve atacado y debilitado por todas partes: los gastos del Estado son excesivos y a menudo inútiles; no impiden que la gran pobreza se extienda y, en algunos países como Francia, un Estado "republicano" muy convencido de su superioridad, que se oponga a cierto pluralismo cultural que se corresponde con la situación de los emigrantes cada vez más numerosos que llegan de países diferentes. En un ámbito más directamente económico, el crecimiento de la zona euro es débil y la confianza en la moneda única se reduce. A nivel social, el paro provoca unas reacciones de fracaso y de repliegue en una parte de la población joven y, según una expresión muy conocida, el ascensor social está averiado.
Esta mala situación es visible en todos los grandes países de Europa Occidental, con la excepción ya señalada de Gran Bretaña, y también de España, que heredó del anterior régimen unas cargas sociales mucho más bajas que la media europea. En todos los países, muchos se preguntan si la ampliación no ha sido demasiado rápida y los nuevos países miembros están descontentos con un planteamiento que no aporta una solución a su difícil situación.
Por supuesto, la máquina sigue funcionando y son muy pocos los que quieren destruirla. Pero no es más que una máquina, y la política europea no parece tener ninguna finalidad salvo volver las naciones europeas compatibles con la organización de la economía mundial, a la vez que habla de la voluntad europea de resistir a la dominación estadounidense. Algunos países, sobre todo España, están tan contentos de haberse librado de su modelo nacional arcaico que funcionan de una manera muy abierta, muy favorable a la libre expresión de los sentimientos privados, la transformación de las costumbres y la mayoría de las demandas de la socialdemocracia. Pero los países más grandes están paralizados por la inadaptación de su sistema de gestión en el momento actual. Estos países no se han convencido todavía de que el liberalismo un poco social a lo Blair sea la solución que les conviene; lo hemos visto con la victoria del no francés que se ha basado en una reacción clásica de la izquierda de defensa de los salarios y del empleo. Reclama una unión de toda la izquierda, que no se sabe qué forma va a tomar. Del lado italiano, la capacidad de movilización popular sigue siendo muy grande, aunque Sergio Cofferati ya no es el líder carismático de la CGIL (Confederación General Italiana del Trabajo), sino el alcalde de Bolonia, ciudad que ha vuelto a su tradición comunista. Y si Alemania está sumida en la confusión, se cree que incluso en los medios obreros los democristianos realizan grandes avances.
En todos estos países se ve un cambio de tendencias, un parón que los pequeños asalariados dan a la degradación de su situación. Y la tercera vía de Blair, que tantos europeos han considerado demasiado a la derecha, ¿está lo más a la izquierda posible? El planteamiento de estas dudas proporciona en gran parte la respuesta a nuestros interrogantes. Un movimiento de opinión de izquierda socialista, como existe de hecho en Francia, sólo puede transformarse en fuerza política si un partido de tipo socialdemócrata toma un giro hacia la izquierda. Pero un giro así significaría la vuelta de la vieja izquierda (el Partido Comunista, la extrema izquierda o los Verdes fundamentalistas). Lo que muestra lo difícil que resulta mantener unidas a las clases medias socialdemócratas y a las categorías amenazadas, asalariadas o no, que tienen miedo a Europa, al futuro de la economía mundial y a las deslocalizaciones. Este renacimiento de un socialismo de izquierdas significaría la vuelta al mitterrandismo, es decir, al tema de todos juntos contra la dominación del capitalismo mundial y la hegemonía estadounidense. Lo que las dificultades de la construcción de la Europa política han demostrado es precisamente el agotamiento de las socialdemocracias que triunfaron en la segunda mitad del siglo XX. La presencia de un fuerte movimiento de izquierda socialista indica la desconfianza hacia esta Europa entre las categorías que son también las más débiles o las más amenazadas. Estas categorías no piden una revisión política e intelectual, como es el caso de la izquierda liberal; piden ante todo una mayor seguridad del trabajo y del empleo y un mejor nivel de vida.
¿Y cómo no realizar la comparación de estos países europeos con los de Suramérica, donde Chile y Uruguay han elegido el camino de una izquierda muy moderada, camino que va a retomar, al parecer, el Brasil de Lula tras el doble fracaso de la izquierda radical, incapaz de elaborar un programa de reformas y más tarde destruida por su propia corrupción? Desde luego, los vientos, cuando soplan a la derecha, lo hacen muy fuerte, como en el EE UU de Bush, mientras que, cuando el viento sopla hacia la izquierda, es tan débil que sólo puede dar fuerza a un centro más próximo a la derecha que a la izquierda, como es el caso del Partido Laborista de Tony Blair en Gran Bretaña.
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