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Reportaje:REPORTAJE

Mina cerrada, pisos baratos

Antonio Jiménez Barca

Hay una ciudad de más de 6.500 habitantes en la que el precio de los pisos no sube desde hace años y donde comprar una casa no constituye una tortura psicológica. Se llama Almadén, se encuentra en un esquinazo de Ciudad Real, y nació y ha vivido siempre abrazada a una vieja mina. De sus pozos salieron durante siglos fortunas en forma de vagonetas de mercurio. Ahora, los pozos están sellados, la ciudad lucha por no hundirse y el laberinto de tuberías oxidadas del tamaño de una factoría que rodea las bocaminas se ha convertido en el lugar ideal para que los vencejos construyan sus nidos.

Julián, el guardián del recinto de la mina, los ve volar y chillar y suelta: "Por aquí no, pero por la parte de Murcia los guisan". Y luego añade: "Y hay que ver la de viajes que se pegan los pájaros estos, pin-pan, para dar de comer a sus hijos ¿eh?". Hace 20 años, más de 1.000 hombres (dinamiteros, perforistas, vagoneros, carpinteros, entibadores, mecánicos...) daban de comer a sus hijos y a la comarca entera explotando aquí, en tres turnos, de día y de noche, pin-pan, el mayor filón de mercurio del planeta. Por entonces, la ciudad contaba con 12.000 habitantes. Y sus calles eran, según recuerda Pablo Marjarizo, de 64 años, vecino del casco viejo y minero jubilado, un jaleo de trabajadores entrando y saliendo, de camiones de mercancías transportando mineral a toda España, de bares llenos de clientes y de plazas llenas de niños...

Un piso céntrico de 110 metros cuadrados, con una terraza, en buen estado, se ofrece por 48.000 euros, y lleva seis años sin venderse
La mina, que llegó a tener 700 metros de profundidad, ha sido la madre, la vida, el origen y la asesina de esta ciudad
La generación que ahora ejerce el poder tiene dos caminos: emigrar o batirse en la superficie para evitar que la ciudad sucumba

Ahora, el barrio de Pablo es un conjunto de calles limpias y silenciosas. Esta mañana sólo pasa una señora mayor con una rebeca clara y un carrito de la compra. En la mayoría de las casas cuelga un cartel con un se vende y un teléfono. Cualquier foráneo inadvertido pensaría que una fiebre inmobiliaria se ha adueñado de la zona.

Todo lo contrario

Es todo lo contrario: de Almadén se ha apoderado un declive progresivo e imparable que comenzó a principios de los ochenta y que tocó fondo en 2003, cuando cesó por completo la explotación de mercurio. Y esto ha condenado a la ciudad a caminar a contracorriente de la galopante especulación urbanística. Un reciente estudio del Ministerio de la Vivienda asegura que, sin contar con las capitales de provincia, Ciudad Real es la provincia que cuenta con el metro cuadrado construido más barato de España: 848 euros. Y Almadén ha contribuido a bajar esta media.

Debido a la emigración, a la falta de oportunidades, a la sobreabundancia de oferta y a la escasa demanda, los pisos están (verdaderamente) baratos. En esta ciudad con autobús urbano y emisora propia de radio, un piso céntrico de 110 metros cuadrados, con una terraza en la planta superior de la misma superficie, en buen estado, se ofrece por 48.000 euros... desde hace seis años, sin venderse. Josefa Serrano Cercero, de 69 años, su propietaria, lo enseña de arriba abajo junto con su marido, Adrián Calderón, minero jubilado de 69 años, quien camina despacito ayudado de su bastón. "Nadie lo quiere", exclama Josefa, "o lo quieren más regalado aún, y eso no, que ha sido nuestra casa".

Almadén se encuentra a 100 kilómetros de Ciudad Real, encaramada en un collado desde el que se divisan tres hermosos valles de dehesas y robles, en el extremo suroeste de la provincia, a un paso de las fronteras con Córdoba y Badajoz. Actualmente es un ejemplo vivo de economía aplicada e ilustra lo que ocurre cuando a una localidad aislada se le cercena la única fuente de recursos: "Hace unos años", recuerda Mari Feli Núñez, de 50 años, en su tienda de ultramarinos-estanco-papelería, "mi padre, que era minero, pero que también tenía esta tienda, se levantaba por la noche para llenar saquitos con lentejas y garbanzos porque no daba abasto por la mañana a vender. Ahora yo me paso aquí horas sin que entre nadie". En una silla de la tienda descansa Julia, de más de 85 años, que se suma a la tertulia lamentándose tanto de la falta de suerte de su pueblo como de la falta de agallas de sus pobladores: "Los pusieron a todos a trabajar en la mina por una miseria, porque nunca quisieron poner aquí otra cosa, para tener a los mineros bien explotaditos... Y luego se cerró la mina, sin que tampoco hubieran puesto otra cosa. Pagaron jubilaciones y prejubilaciones, pero nadie defendió el puesto de trabajo de los hijos y de los nietos. Nos bajaron los pantalones y nos azotaron, y nos callamos".

Leles Rodríguez, de 45 años, que tras vivir en varias ciudades españolas ha regresado a su tierra, está de acuerdo: "Hemos sido siempre muy conformistas, hasta que, hace años, cuando la mina se estaba muriendo, para compensar, como ellos decían, quisieron poner aquí una incineradora. Y el pueblo se levantó. Fue la primera y única vez, pero aquello era demasiado".

La mina, que llegó a tener 700 metros de profundidad, ha sido la madre, la vida, el origen y la asesina de esta ciudad. Casi todo varón mayor de 55 años ha sido minero. Casi toda mujer mayor de esa edad está o ha estado casada con mineros.

Eulogio Guijar, de 73 años, y su primo Alejandro García, de 72, se estrenaron el mismo día, en el mismo turno, a las dos de la madrugada de una noche de 1958 en la que llovía a mares. Eulogio, con el tiempo, se hizo oficial de alarife, esto es, miembro de las brigadillas que, tras una voladura, entraban en primer lugar, a veces a rastras, a apuntalar las galerías con tablones.

Alejandro fue, al principio, zafrero-vagonero (el que cargaba la vagoneta repleta de cinabrio hasta el pozo) para convertirse después en perforista: el que armado de un compresor o martillo neumático trituraba la piedra en el frente, o lugar más adelantado de la explotación. Los dos acudieron hace días a una fiesta-homenaje que la Asociación Democrática de Pensionistas (un grupo determinante en esta ciudad envejecida) dio a algunos miembros en una plaza presidida por el monumento al minero. La estatua parece un ejemplo del realismo socialista soviético y muestra a tres mineros plateados y musculosos aplicándose contra un pedrusco de cinabrio del tamaño de una bañera.

Los hermanos Villalones

"Dicen que se inspiraron en los hermanos Villalones, que eran fuertes y grandes, pero a los que se acabó tragando la mina", comenta, alzando la voz por encima de la música de pasodoble de la fiesta, Tomás Alovero, de 82 años, también minero jubilado. "No me dio cuidado de bajar cuando pidieron voluntarios para el interior a principios de los cincuenta. Pero nunca quise ser perforista ni pegador (dinamitero) porque se respiraba veneno y ahora hay pocos que lo puedan contar", comenta. Alovero está como un toro, pero otros mineros jubilados no pueden evitar un temblor intermitente en las manos, síntoma de una enfermedad nerviosa llamada hidrargirismo, fruto de un contacto diario y excesivo con los tóxicos vapores del mercurio.

La música invita a algunos de los jubilados a marcarse un vals o un paquito-el-chocolatero. Cerca, cuatro chicas jóvenes los miran. Es el mundo al revés: los escasos jóvenes atienden al improvisado botellón de orquestita y latas de cerveza de los ancianos. A una de estas jóvenes, Sherezade Cabanillas, se le tuerce la sonrisa cuando se le pregunta por su futuro: "No quiero irme de aquí, de mi ciudad", protesta. "He vivido en Madrid y no me gusta. He nacido aquí y me gusta esto. Es verdad que las casas están baratas, que encuentras alquileres por 120 o 180 euros. Pero cualquier cosa es demasiado cara para mí, porque no tengo trabajo. Yo busco de lo que sea, pero aquí no hay". Al lado, Nazareth Solanilla, de 24 años, piensa ya en emigrar. "Estudio para ingeniera y sé que aquí no encontraré nada". Su madre, Marisa de la Cruz, de 48 años, asiente: "Aquí, de lo suyo, no hay nada. Y de lo que no es de lo suyo, pues tampoco".

Hace 300 millones de años, la acción de un volcán propició que grandes cantidades de vapor de mercurio se filtraran desde el interior de la tierra a esta zona, que por esa época navegaba bajo un océano. Desde entonces ha estado aquí el mayor filón de mercurio del mundo. Y ha marcado el destino de sus pobladores. Hasta su nombre, Almadén, significa en árabe precisamente, la mina, y su explotación se ha mezclado con la historia de España. Carlos V, por ejemplo, la utilizó de aval ante los banqueros alemanes que le prestaban el dinero para las guerras continentales, dada la riqueza que entonces encerraba la explotación.

Mateo Alemán, el autor del Guzmán de Alfarache, viajó hasta Almadén para elaborar un informe oficial sobre las deplorables condiciones de los mineros. Franco se sirvió de la explotación para agasajar a Hitler cuando el mercurio era utilizado como detonante de armas. Así hasta los años ochenta, en los que el precio del mercurio se precipitó debido a la ley de la oferta y la demanda y a las reticencias ecológicas y sanitarias ante la toxicidad del mineral. Por eso, a la generación de Eulogio o Alovero le ha correspondido explotar la vieja mina por última vez y recibir las últimas pensiones. También asistir estupefactos al vacío en el que se ha sumido su ciudad. Con la misma estupefacción y la misma pena que contemplaban una mañana de sol un hombre mayor y la señora de la rebeca clara y el carrito de la compra un solar abandonado en medio del pueblo.

-Aquí había un teatro precioso donde actuaron los mejores artistas de la época -comentaba la mujer-. Juanito Valderrama, Antonio Molina, la Niña Pastori...

-La Niña Pastori no, señora, que ésa es de ahora: Pastora Imperio querrá decir -replicó el anciano.

-Eso, eso. Y míralo ahora: todo convertido en un solar, sin que nadie lo quiera.

La generación que les sigue, la que ejerce ahora el poder, tiene sólo dos caminos: emigrar o batirse en la superficie -como antes lo hicieron sus padres y sus abuelos bajo tierra- para evitar que la ciudad sucumba.

El alcalde, Emilio García Guisado, del PSOE, tiene 45 años. El primer teniente de alcalde, Ismael Mansilla, 43. Están convencidos de que Almadén tiene futuro más allá de la mina, o con la mina misma. Un plan de la SEPI, el organismo público que regentó en los últimos años la explotación a través de la empresa Minas de Almadén, SA, y que ahora se ocupa del mantenimiento de los pozos y de las instalaciones, prevé transformar todo el recinto en un complejo turístico. Ya está trabajando en ello.

El proyecto tiene nombre, Parque Temático de la Mina, y Mansilla asegura que los primeros visitantes llegarán el año que viene. "Los turistas podrán bajar a la mina, que para eso se están rehabilitando determinados pozos, y contemplar fuera el proceso de destilación del mercurio".

Es una bella idea que necesita de mejores carreteras ("que las distintas administraciones han prometido"), de más hoteles ("que se harán") y un cambio de mentalidad de la ciudad, para olvidar de una vez un pasado ligado al mercurio. "Tenemos en marcha un polígono industrial, hay un solar donde se están construyendo viviendas de protección oficial, queremos rehabilitar buena parte del centro...".

Momento clave

Mansilla asegura que su ciudad se encuentra en un momento clave. "Más no podemos bajar", añade. De esta generación es también Luis Mansilla Plaza, de 45 años, nacido aquí, ingeniero de minas y director de la Escuela Politécnica de Almadén, que imparte las disciplinas de ingeniero técnico industrial e ingeniero técnico de minas y que cuenta con 300 estudiantes.

"De la mina de Almadén ha salido un tercio del mercurio utilizado en el mundo a lo largo de la historia. Y esto ha significado billones de euros para el Estado español desde el siglo XVI. Y ahora que Almadén se debate entre remontar o hundirse definitivamente, el Estado nos debería devolver, en forma de infraestructuras, parte de la riqueza que sacó de aquí", sostiene el director de la escuela.

Mansilla Plaza confía además en algo intangible que, a su juicio, impedirá que la ciudad se hunda: "El orgullo. Éste es un pueblo orgulloso. El orgullo propio del carácter minero, forjado con generaciones de seres que se han jugado la vida para extraer mercurio. Han sido como titanes. Por eso, esto no va a morir".

La mujer de la rebeca clarita que se confundió hace unos minutos con la Niña Pastori sale del mercado y empuja su carrito de la compra lleno por las calles de Almadén. Se llama Romana Puebla, tiene 69 años y se acerca decidida a contar su historia, que cabe en cuatro frases, y que resume la historia entera de su ciudad y del siglo pasado: "Mi padre era minero y murió silicoso; mi tío también era minero y murió abajo, aplastado en un derrumbe. Mi marido era minero y está en casa, jubilado, enfermo de los pulmones. Mis dos hijos emigraron, porque cerraron la mina, uno a Madrid y otro a Castellón. Y yo pido que alguien se acuerde de nosotros, porque ya lo hemos dado todo".

Vista general de Almadén. A la izquierda se aprecia el pozo cerrado de la mina de mercurio.
Vista general de Almadén. A la izquierda se aprecia el pozo cerrado de la mina de mercurio.U. M.

De los fenicios a la UE, pasando por Carlos III

LOS FENICIOS FUNDARON hace más de 2.000 años la mina de Almadén. Los romanos extrajeron de ella cinabrio, compuesto de azufre y mercurio también denominado bermellón, para usarlo como colorante. De él se sirvieron para teñir telas, decorar paredes o adornarse la cara. En el siglo XVI se descubrió que el mercurio era capaz de amalgamarse con la plata y de esta manera facilitar su extracción. La producción de Almadén se multiplicó. Y el mercurio de esta mina viajó a las explotaciones de plata de México y Bolivia. Fue la primera de las múltiples edades de oro de Almadén. La segunda coincidió con las grandes guerras, debido al uso del mercurio como detonante. En 1970, este mineral se utilizaba sobre todo en la industria del cloro y la sosa, en diversos componentes para las pilas, en fluorescentes, baterías y amalgamas dentales.

A partir de esa década empezó el desplome de este mineral en el mercado. Las causas de esta caída son varias, asegura Eduardo Martínez, presidente de Minas de Almadén, SA, que recuerda "la invención de nuevos materiales que sustituyeron al mercurio y las denuncias sobre contaminación". Actualmente, gracias al reciclaje y al descenso de su uso, no hace falta extraer ni un solo gramo más de este elemento. "Ya no hay minas de mercurio en ningún sitio", cuenta Luis Mansilla Plaza, director de la Escuela de Ingenieros Técnicos de Minas fundada en 1777 en Almadén por un decreto de Carlos III. "Tal vez quede alguna perdida en Rusia o China". Es más, la UE va a aprobar en breve una normativa, a petición de la comisión de Medio Ambiente, que prohibirá, a partir de 2011, la exportación de mercurio desde cualquier país de Europa.

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Sobre la firma

Antonio Jiménez Barca
Es reportero de EL PAÍS y escritor. Fue corresponsal en París, Lisboa y São Paulo. También subdirector de Fin de semana. Ha escrito dos novelas, 'Deudas pendientes' (Premio Novela Negra de Gijón), y 'La botella del náufrago', y un libro de no ficción ('Así fue la dictadura'), firmado junto a su compañero y amigo Pablo Ordaz.

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