_
_
_
_
Reportaje:LUCHA CONTRA EL TERRORISMO | La situación en Londres

El miedo se apodera de los viajeros

El sindicato de transportes amenaza con un paro en el metro si se producen nuevos incidentes

Guillermo Altares

Un cartel recibía ayer a los viajeros en la estación Victoria, la más transitada de Londres: "¡Estén alerta!" Con ocho millones de desplazamientos cada día -tres en el metro y cinco en los característicos autobuses rojos-, el transporte público es la columna vertebral de la capital británica, pero tras la segunda oleada de ataques del jueves, pese a que no hubo víctimas, tardará mucho en volver a la normalidad. "Empezamos a tener la sensación de que estamos en guerra", dice Akin, de 40 años, conductor de autobuses desde hace dos. "Nunca pensamos que algo así iba a ocurrir en nuestra ciudad. Se nota mucho que la actitud de los viajeros ha cambiado: están nerviosos cuando suben, se miran los unos a los otros y permanecen alerta".

Más información
El sector del turismo teme la huida de los visitantes
El hombre abatido ayer por la policía británica en el metro no está relacionado con los atentados

Junto a otros conductores, Akin se encuentra parado ante una cinta policial, a unos cientos de metros de la estación de Stockwell, en el sur de Londres, donde ayer la policía abatió de cinco disparos a un sospechoso. Desde los atentados del 7 de julio, que provocaron 52 muertos más los cuatros suicidas, este paisaje de barreras policiales en medio de enormes despliegues de fuerzas de seguridad, calles y líneas de metro cortadas y personas caminando a sus destinos se ha convertido casi en habitual.

Por ahora, los conductores de autobús no han amenazado con dejar de trabajar por motivos de seguridad, pero sí los de metro. "El jueves tuvimos maquinistas que rechazaron trabajar porque tenían miedo y cientos dijeron que si la situación se repetía, secundarían el paro. Si vuelve a ocurrir un incidente en el metro, todo el sistema se paralizará", dijo ayer Bobby Law, portavoz del Sindicato de Transportes a la cadena Sky News.

Londres, con siete millones de habitantes, es una ciudad muy extensa, en la que los taxis son un lujo: como en cualquier otra gran urbe, quizás peor, sin metro cientos de miles de personas tendrían enormes problemas para llegar a sus puestos de trabajos.

"Entre los conductores de autobús no he oído que nadie haya rechazado conducir por miedo, pero quizás porque nuestro sindicato es menos poderoso que el del metro", señala Akin. "Es una situación que comienza a ser terrorífica, pero tienes que seguir adelante. Alguien tiene que hacer este trabajo", agrega Danny, de 33 años, que lleva desde los 20 al volante de un autobús de dos pisos. En la parte superior -donde se produjo la explosión el 7-J en la línea 30 que mató a 14 personas y el intento de ataque del jueves-, cada vez se sube menos gente, relata este veterano conductor, que asegura que los viajeros tienden en los últimos tiempos a apelotonarse en el primer piso.

Conocer lo que pasa fuera, es entender lo que pasará dentro, no te pierdas nada.
SIGUE LEYENDO

Actitud vigilante

"La gente viaja más en silencio, mirando a su alrededor, pero cuando hay un problema los viajeros son muy comprensivos: se bajan sin protestar y buscan otra forma de llegar a sus destinos o simplemente se vuelven a casa", afirma un tercer conductor, Peter, de 42 años. Sus autobuses, ya vacíos, llevan dos horas parados en mitad de la calle, con el servicio suspendido. La línea de metro más cercana también está cortada y, cada cierto tiempo, aparece un viajero agobiado que pregunta a los funcionarios qué medio de transporte público puede utilizar en la zona.

"No creo que haya muchas soluciones. ¿Vamos a prohibir a la gente subir con mochilas o con bultos? ¿Vamos a poner detectores de metales en cada autobús o en cada parada? ¿Vamos a registrar a los viajeros? ¿Vamos a impedir que alguien se monte en nuestro vehículo sólo porque su aspecto nos parezca sospechoso?", afirma Akin.

Preguntado el jueves sobre la posibilidad de aumentar drásticamente los sistemas de seguridad en el transporte público, el alcalde de Londres, Ken Livingstone, hizo una reflexión similar: "Si pusiésemos detectores de metales y escáneres como los de los aeropuertos en cada estación de metro, el sistema no funcionaría. Es imposible". Livingstone se reunió ayer con los sindicatos del transporte público para tranquilizarles y estudiar posibles medidas.

Por lo pronto, la presencia policial visible ha aumentado en las principales estaciones de metro y desde hace dos semanas se utilizan perros para detectar explosivos. Ahora, además, las fuerzas de seguridad realizarán registros aleatorios de mochilas. Pero el metro, el más antiguo del mundo, tiene 287 estaciones, 12 líneas, 400 kilómetros de raíles y tres millones de viajeros. El control total es imposible.

Un empleado municipal londinense sostiene un cartel que dice: "Londres permanece unido y no se rinde".
Un empleado municipal londinense sostiene un cartel que dice: "Londres permanece unido y no se rinde".REUTERS

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Sobre la firma

Guillermo Altares
Es redactor jefe de Cultura en EL PAÍS. Ha pasado por las secciones de Internacional, Reportajes e Ideas, viajado como enviado especial a numerosos países –entre ellos Afganistán, Irak y Líbano– y formado parte del equipo de editorialistas. Es autor de ‘Una lección olvidada’, que recibió el premio al mejor ensayo de las librerías de Madrid.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_