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Columna
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Mear

Deben de ser nervios por liquidación fin de temporada, pero cada vez hay más cosas que no entiendo. Por ejemplo, la noticia leída hace unos días de que el distrito barcelonés de Ciutat Vella (el histórico: comprende la marinera Barceloneta, el medieval Casc Antic, el señero Gótic y mi Raval, ex Chino, tan múltiple y complejo) ha puesto en marcha un plan como para mearse encima. Si no fuera porque trata, precisamente, de eso: de orinar. O, para ser más concreta, de que nadie orine en la vía pública.

Hacía décadas que no revivía la expresión: prohibido orinar en la vía pública. Repentinamente vino a mí un tufo insoportable a evacuaciones líquidas y rancias, sobrepuestas, pegadas a los adoquines, agriando las aceras. El meo de los años cincuenta y sesenta, graciosamente concedido por los señoritos que bajaban al Chino a aliviarse de sus ardores, y cuyas emanaciones se mezclaban con los orines y vómitos de los borrachos del barrio.

Pero, detente. ¿He dicho prohibir? No. Ésta es una ciudad civilizada, en un país civilizado, que pertenece a un mundo civilizado. El Primer Mundo, coño. Y no se va a prohibir bruscamente a la clientela que mee hacia fuera los mojitos, caipiriñas, cañas, quintos, tercios, cubatas y etcétera de los que viven los propietarios de los bares y de sus chillonas terrazas, mientras los vecinos intentan dormir o intentan abrirse paso hacia su portal, bajo un excitante despliegue de lluvia amarilla, gratis total.

Nada de prohibir, pues. Lo que Ciutat Vella ha hecho es elaborar un plan (la de mangantes que viven de elaborar planes con cargo a nuestros impuestos). Y van a repartir 10.000 posavasos "con un mensaje que invitará a los clientes" a preferir el lavabo del local a la puta y pobre calle. Yo, que recojo las cacas de mi perro, a ver, les haría fregar el suelo con la lengua. Pero debe de ser por lo antigua: imaginen, soy de la época en que la proteína animal, como la venerábamos por parca, la cocinábamos e ingeríamos en casa, no se fuera a escapar, y al campo nos íbamos con una tortilla de patatas o una ensaladilla rusa o unos bocatas.

Y, en el barrio, meábamos en el váter, antes comuna; para distinguirnos de los borrachos y de los señoritos.

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