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El futuro está en los nuevos viejos

Antón Costas

Algo sin precedentes e irreversible le está ocurriendo a la humanidad. Se trata de una verdadera revolución que afectará a todos los aspectos de nuestras sociedades y que tendrá un impacto brutal en nuestras vidas y experiencias cotidianas. En el año 2004 por vez primera el número de personas de 65 años superó al número de niños menores de cinco años. De ahora en adelante, para el resto de los tiempos, es impensable que de nuevo alguna vez el número de niños sea mayor que el de cabezas grises. Además, el número de personas de 65 años o más, que a lo largo de la historia conocida raramente llegó a ser el 2% o 3% de la población en la mayoría de los países, representa ya el 15% de la población de los países ricos, y en el año 2050 superará el 30%. Esto es el comienzo de lo que los japoneses (que tendrán un millón de personas centenarias a mediados de este siglo) llaman la Silver Century, el Siglo de Plata, por el color plateado del pelo de las personas mayores. El poder gris.

Así, con este diagnóstico, comenzaba un número monográfico publicado hace poco más de un año por la revista The Economist sobre el tema del envejecimiento de nuestras sociedades (Forever young. A survey of retirement, marzo, 2004). Lo he recordado estos días al leer en la prensa el resumen del informe Las personas mayores en España, realizado por el Imserso y presentado la semana pasada. Los datos españoles confirman al detalle las tendencias generales. En la actualidad hay en España 7,2 millones de personas de la tercera edad, más que niños, y el 6% más que en 2002. Y esta cifra, de acuerdo con las proyecciones del informe, se elevará a más de 16 millones de ancianos en 2050, es decir, más del 30% del total.

Pero quizá lo más significativo y problemático es que se está produciendo un claro envejecimiento de la población ya vieja. Las personas de 80 años o más, los octogenarios, son el colectivo que más ha crecido en la última década, un 53% que contrasta con el 9% de incremento de la población total. Su número se ha multiplicado por 13 en la última década, y se prevé que siga creciendo de forma rápida en las siguientes. En tan sólo 45 años nuestro país se convertirá en el más envejecido del mundo, sólo superado por Japón.

Éstos son los datos. ¿Cuáles son sus causas? Y ante todo, ¿cuáles serán las consecuencias de este giro inevitable hacia sociedades envejecidas?

Tres tendencias están actuando en paralelo llevando al envejecimiento de nuestras sociedades, cada una con una pauta de comportamiento determinada. La primera es el aumento de las personas jubiladas, que se acentuará hacia el final de esta década cuando comiencen a jubilarse los integrantes de la llamada generación del baby boom, los nacidos después de la II Guerra Mundial, entre finales de los cuarenta y 1970. En España, los años que registraron un mayor número de nacimientos fueron los comprendidos entre 1970 y 1975, por lo que el año clave en que pasaremos del baby boom al anciano boom será 2030. Este impacto será acentuado por una segunda tendencia: la caída de la fertilidad y el nacimiento de un menor número de mujeres, tendencia sólo compensada parcialmente por el aumento de la inmigración. Por si no fuese suficiente para preocuparse, hay una tercera tendencia explosiva: los viejos viven más años jubilados de lo que nunca ha ocurrido hasta ahora. De hecho, nuestras vidas se repartirán en tres etapas: juventud, trabajo y jubilación. La causa de fondo es el espectacular aumento que desde hace un siglo está experimentando la esperanza de vida en los países desarrollados, que se incrementa tres meses cada año que pasa; esperanza de vida que aumentará de forma acelerada en los próximos años como consecuencia de los avances que se esperan en la medicina y las biociencias.

¿Cuáles serán las consecuencias de esta tendencia inexorable hacia el envejecimiento de nuestras sociedades? Para algunos, incluido los autores del informe, el panorama es desolador y casi apocalíptico. Ven las sociedades envejecidas como organizaciones sociales a las que el poder gris hará más conservadoras, asustadizas y temerosas del cambio. El ejemplo podría ser Alemania y Francia, dos de las naciones más envejecidas y más resistentes a los cambios, frente al mayor dinamismo que muestran los países más jóvenes, como es el caso de EE UU. Se teme que los mayores, con el poder político que les dará el hecho de ser la parte de la población con más votos, utilicen ese poder para explotar a los más jóvenes; afecten a las tasas de crecimiento económico, dado que es probable que los países envejecidos tengan tasas de crecimiento per cápita más bajas que aquellos con poblaciones más jóvenes; hagan quebrar los actuales sistemas de pensiones basados en el modelo de reparto -en los que quienes trabajan pagan las pensiones de los que están jubilados-; hagan insostenibles los sistemas públicos de salud, dado que las personas mayores provocan el crecimiento del gasto público, y cambien las prioridades del gasto social, disminuyendo la formación de los jóvenes y la inversión en infraestructuras hacia un mayor gasto en los mayores. El resultado de esta visión pesimista es el estancamiento económico, la quiebra del actual Estado de bienestar y el aumento de la pobreza de los mayores, especialmente de las mujeres.

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¿Es éste un diagnóstico acertado? A mi juicio no. O al menos, no necesariamente. Pero para ello hemos de emprender una nueva revolución social que consiga romper muchos tabúes sobre el envejecimiento que tienen su raíz en una ideología que discrimina a las personas en función de la edad, obliga a prejubilarnos y mina la confianza y seguridad en nosotros mismos para seguir activos. El futuro está en los nuevos viejos. Para comprobarlo les recomiendo la lectura veraniega de dos libros: El complot de Matusalén, de F. Schirrmacher, publicado por Taurus; y El poder gris, de V. Gil Calvo, por Mondadori. Buen verano.

Antón Costas es catedrático de Política Económica de la Universidad de Barcelona.

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