Singapur
Hay que admitirlo sin ambages, lo de Singapur fue una gran decepción. Madrid había trabajado bien su candidatura para los Juegos del 2012 y todos los que viajamos a aquella remota isla teníamos la convicción de que nuestra capital se merecía salir elegida. Es más, estábamos absolutamente persuadidos de que Madrid, por su entusiasmo e implicación, hubiera dado a las olimpiadas una categoría y un nivel de satisfacción que ninguna otra candidata podría ofrecer. No me cabe duda de que quien más ha perdido en Singapur ha sido el movimiento olímpico, porque, con todos mis respetos para Londres, una ciudad que esconde sus sentimientos y emociones nunca podrá ponerle a los Juegos el corazón con el que Madrid estaba dispuesta a bombear. Dicho esto, y con el punto ya de frialdad que proporciona el paso de los días, creo que la experiencia ha sido sensacional para Madrid. Lo fue porque, lejos de lo que pueda parecer, los acontecimientos han revelado que la nuestra era la candidatura más poderosa, el rival más difícil de batir. Y el acierto de Londres fue precisamente entenderlo así desde un principio y diseñar una sofisticada estrategia para que cayéramos en la tercera votación. De haber llegado a la última habríamos ganado por goleada.
Tanto fue así, que, según los expertos, los ingleses se lo montaron para que algunos delegados prestaran a París sus votos en ese tercer corte con el objeto de eliminar a Madrid y luego votaran a Londres para derrotar a la capital francesa. Una jugada sibilina en la que contó con el apoyo inestimable de Nueva York, que se sabía sin posibilidad alguna. Con todo, y a pesar de la tremenda presión ejercida por Tony Blair, que recibió a 60 miembros del COI en una jornada frenética, Madrid se quedó a sólo dos votos de pasar el corte, uno perdido por la torpeza de un delegado y otro, según cuentan, procedente de un gran país de los llamados "hermanos", y dicen que adquirido a golpe de maletín. Nada de esto puede extrañarnos, allí había demasiados intereses en juego y con ese sistema de elección la ética dista mucho de estar garantizada. El gran mérito de Madrid fue llegar hasta donde llegó y exhibir la fortaleza que exhibió jugando limpio.
Algo de lo que París, la gran derrotada, tampoco puede presumir después de enviar a Alberto de Mónaco, todo un jefe de Estado disfrazado de submarino, para torpedear con sus preguntas las candidaturas rivales. Un bochorno histórico que ni a Francia ni a los Grimaldi les va a salir gratis. Y creo que esa imagen impecable y tal vez hasta ingenua que Madrid dejó a lo largo de su esforzada carrera hasta Singapur es un valor inapreciable que ha de ser debidamente administrado. Porque es posible que en la presentación final nos sobraran algunas tabernas y trajes de faralaes (sólo ahí de verdad nos superó Londres, que transmitió épica y emoción aunque fuera virtual y con un punto de demagogia), pero Madrid ha sabido mostrar vitalidad y unas capacidades que asombraron al mundo. En Singapur no ganamos, pero dejamos de ser la hermana pobre. Eso, de puertas afuera; internamente, la defensa del Madrid 2012 nos ha proporcionado réditos igualmente impagables. En esta España cuya clase política no pierde oportunidad de enfrentarse en el barro. Aquí, donde parece imperar la soberbia, la intransigencia y el hooliganismo y donde cualquier asunto es contemplado desde el sectarismo y el interés partidista, ver a los líderes de las distintas fuerzas empujando en una misma dirección ha resultado reconfortante. Es verdad que el encantamiento del emblemático Hotel Rufflles de Singapur con la reina doña Sofía, Zapatero, Rajoy, y hasta Gallardón y Esperanza Aguirre, departiendo amigablemente y unidos por el sueño olímpico se desvaneció en Barajas nada más descender del avión.
Los elementos de cohesión son especies en vías de extinción y es un error maltratarlas. Como lo sería no rentabilizar el patrimonio atesorado en esta liza. He llegado a la conclusión de que en esta carrera interesa estar incluso para perder porque, incluso perdiendo, se puede ganar. Pienso, en consecuencia, que nuestra mejor jugada es no dejar enfriar el trabajo realizado y competir para las olimpiadas del 2016. La tradicional alternancia de continentes lo hace difícil, pero, en el peor de los casos, ganaremos fuerza para el 2020. Hay que volver cuanto antes a la carrera.
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