Un baño de historia y agua pura
Tres pasos del siglo XVIII aguardan al caminante en las vecindades de El Paular, entre pinares sombríos y hondas pozas
Además de para cruzar los ríos a pie llano y nalga enjuta, los puentes se han utilizado, a lo largo de la historia, para muchas otras cosas: para construir casas encima, para cobrar pontazgo, para defender castillos y ciudades, para contar ovejas, para canjear prisioneros, para pescar, para hacer puenting, para suicidarse...
De todos estos usos hay infinitos ejemplos. Sin embargo, que nosotros sepamos, sólo existe un puente que haya servido para perdonar. El puente del Perdón, que así se llama, evoca una curiosa costumbre que había en el valle del Lozoya allá por el siglo XIV. Y era que los reos que eran llevados a la casa de la Horca (y no precisamente de visita) podían solicitar, al llegar a este puente, que se revisara su caso.
La traza del puente del Perdón es barroca, y su autoría se atribuye a Pedro de Ribera
Cuando tal sucedía, se reunían cuatro caballeros -uno por cada quiñón del valle: Rascafría, Oteruelo, Alameda y Pinilla-, y allí mismo, asomados al río, trasunto de la vida que a todos nos arrastra, incluso a las mayores locuras, deliberaban de esta guisa: "O lo colgamos, señores, o nos quedamos pescando truchas".
Situado frente al monasterio de El Paular, el puente ha sufrido, como aquél, importantes reformas, la última en el siglo XVIII; de ahí que su traza sea barroca, similar a la del madrileño puente de Toledo -en particular, sus tambores cilíndricos rematados por balconcillos en voladizo-, razón por la que se atribuye a Pedro de Ribera. De la misma época, aunque de muy diversa factura, son los puentes de la Angostura y de los Hoyones, en busca de los cuales vamos a remontar hoy el alto Lozoya, gozando de pinares y pozas, donde, en pleno verano, se nos quedarán las carnes frías como a los condenados de marras a los que -¡ay!- les era denegado el indulto.
Comenzaremos nuestra andadura por la carretera, vedada al tráfico, que cruza el puente del Perdón, para llegar, en 20 minutos, al área recreativa Las Presillas. En otro tanto, por la pista de tierra que es prolongación de aquélla, alcanzaremos el arroyo del Aguilón. Y, nada más cruzar este afluente del Lozoya, deberemos dejar el camino más trillado, que sube hacia la cascadas del Purgatorio, y tirar a la derecha por una senda balizada con postes de madera con las siglas RV-1, los cuales nos guiarán durante el resto de la jornada.
Como a una hora y media del inicio, arribaremos a la presa del Pradillo, cuyas aguas quietas espejan con pasmosa nitidez las primeras cumbres de Cuerda Larga, así como la orla ribereña de sauces, rebollos, pinos albares y álamos temblones. Este paraje, y el bosque que atravesaremos a continuación -contraluz de pinos, radiantes helechos, lustrosos acebos y la cinta de plata del arroyo Barondillo- son tan fotogénicos que les cuadra la broma de Enrique Herreros: "Usted aprieta el botón y el paisaje hace el resto".
Una hora más y nos plantaremos en el segundo puente histórico, el de la Angostura. Encajado como está en la apretura granítica que le da nombre, entre abedules barbudos y una maraña de brezos y rosales silvestres, más que una foto, que tampoco es fácil, pide un grabado a la manera de Doré. Este arco de seis metros de luz, de mampostería sin labrar, que Felipe V mandó construir para poder viajar en coche de La Granja a El Paular, yace, desde hace más de un siglo, en un romántico abandono, que le favorece mucho.
Sin dejar la margen derecha del río, por la que venimos subiendo desde el principio, llegaremos al cumplirse tres horas de marcha al puente de los Hoyones, que es de madera con estribos de piedra, como debió de ser el primer puente del mundo.
Poco antes habremos visto un tramo empedrado del viejo camino regio. Y también un rosario de cascadas y profundas pozas, piscinas prehistóricas donde las posibilidades de tropezarse con un bípedo implume, a diez kilómetros de El Paular, son computables en cero. Bueno, sí, el sábado pasado había una nutria parada sobre dos patas, guipándonos con mayúscula sorpresa. Pero ésa no cuenta.
Cinco horas por camino señalizado
- Cómo ir. El Paular dista 96 kilómetros de Madrid yendo por la A-1 y desviándose en la salida 69 hacia Rascafría por la M-604.
- Datos de la ruta. Duración: cinco horas (tres de subida y dos de bajada por el mismo camino). Longitud: 20 kilómetros. Desnivel: 340 metros. Dificultad: media-baja. Camino: pistas y sendas señalizadas con postes de madera con las siglas RV-1. Cartografía: mapa Sierra Norte, editado por La Tienda Verde (teléfono 91 534 32 57).
- Alrededores. Junto al puente del Perdón está el Arboreto Giner de los Ríos (abierto de 10.30 a 17.30; entrada gratuita).
Dos rutas alternativas, también recomendables para el verano, son la senda de los Batanes, bajando por la margen derecha del río hasta Rascafría (una hora y media, ida y vuelta), y las cascadas del Purgatorio, siguiendo los postes con las siglas RV-6 (tres horas y media).
- Comer. Muy cerca del camino hallaremos dos buenos restaurantes. En el área recreativa La Isla, junto al embalse del Pradillo, abre Los Claveles (Tel. 91 869 16 01): hojaldre de boletus con foie, parrillada de verduras gratinadas y cochinillo asado; 30 euros. Y en El Paular, el Mesón Trastamara (Tel. 91 869 10 11): judiones, carnes del Guadarrama y asados en horno de leña; 40 euros.
- Dormir. Hotel Santa María de El Paular (Tel. 91 869 10 11): en el antiguo palacio de los Trastamara, anejo al monasterio, 44 habitaciones con muebles de época; doble, 118-157 euros. El Tuerto Pirón (Rascafría; Tel. 660 47 41 71): suites rurales de capricho, con sauna e hidromasaje; 130-165 euros. Casa Granero (Rascafría; Tel. 606 36 25 61): ambiente familiar, cuidado interiorismo y desayunos pantagruélicos; 75 euros.
- Más información. Centro de Educación Ambiental Puente del Perdón (Tel. 91 869 17 57): folletos de sendas autoguiadas por el valle del Lozoya; los fines de semana, previa reserva, rutas con monitor.
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