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Columna
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Cuello de botella

El Gobierno de Rodríguez Zapatero ha anunciado, como es sabido, un vasto plan de infraestructuras y transporte, el llamado PEIT, con un presupuesto próximo a los 250.000 millones que se prolongará hasta 2020. Una iniciativa de gran calado financiero que, sumariamente dicho, mejora el enlace entre las capitales de provincia por autopista o autovía y multiplica por 10 la red ferroviaria. A la vez, garantiza la adhesión entusiasta del sector de la construcción de obra civil, a la que se le abre un tajo a largo plazo. En ese pródigo reparto de raíles y asfalto algo le ha tocado al País Valenciano, pero no lo que creíamos esencial y cuya ausencia es el objeto de estas líneas.

Nos referimos al llamado corredor mediterráneo y, más concretamente, el trazado entre Castellón y Tarragona, para el que no se prevé ninguna actuación y, en consecuencia, continuará siendo un cuello de botella cuando el resto del Estado sea un alarde de comunicaciones. Si nadie lo remedia, entre las citadas ciudades la doble vía actual tendrá que absorber los trenes de alta velocidad como los de mercancías, cuando lo que se pedía, especialmente por los gobiernos autonómicos de Cataluña y de Valencia, era la separación de ambos tráficos, sobre los que gravita la inminente saturación, según cualificados criterios.

Para comprender el calado de lo que, aparentemente, es un recorte menor en el referido PEIT hay que leer los artículos con los que nos viene ilustrando el profesor Gregorio Martín, incansable debelador de mentirosos y de mentiras acerca de las infraestructuras que nos importan como valencianos y, por su oportunidad, la pormenorizada reflexión que publicaron en estas páginas el pasado domingo los profesores Josep Vicent Boira, Joan Romero y Josep Sorribes. No procede -ni es posible en este espacio- reproducir sus tesis, pero resulta llamativo su carácter premonitorio. Tenemos la impresión de que fueron escritas para impedir in extremis el estrangulamiento ferroviario que glosamos y cuya importancia ponían de relieve los autores al cuantificar el volumen, importancia y deficiencias de los tráficos por este corredor mediterráneo.

Tratándose como se trata de observadores rigurosos, sus argumentos están cimentados en datos verificables, exponente del dinamismo de este eje litoral, que ya fue soslayado en la propuesta de proyectos transeuropeos de comunicaciones sometida a la Unión Europea. Quizá con la espina de ese precedente, los referidos profesores escribían que "algunas señales mueven a la desesperanza". O sea, que de nuevo se nos iba a dar el esquinazo, tal como ha sido, poniendo más distancia entre los valencianos y Europa, mediante el procedimiento de no completar este corredor ferroviario, a pesar de las ingentes inversiones previstas.

Ahora vendría probablemente al pelo referirnos a la endeblez de nuestro peso político en Madrid, lo que sigue siendo pertinente. Sin embargo, nos parece que, además de que a Madrid se la traemos floja, sea quien fuere el gobernante de La Moncloa, allí nos han encasillado definitivamente como paraíso del ocio y de las inmobiliarias, con lo cual -piensan- vamos bien servidos de ferrocarril. La realidad es muy otra, pero ésa es la imagen que proyectamos con la docilidad de costumbre. Resignarnos es marginarnos un poco más de la "pomada" europea. Pero, ¿qué hacer?

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