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Los eslovenos Terrafolk llevan a Ortigueira su música libre de prejuicios

Provienen de un país ignoto en materia de sonidos tradicionales y aún les faltan un par de meses para ver publicados sus discos en las tiendas españolas, pero los eslovenos Terrafolk están llamados a ser una de las grandes sensaciones del circuito folclórico europeo. Salvo una breve aparición en el Mercat de la Música de Vic, su concierto del viernes en Ortigueira suponía el debú del cuarteto en tierras ibéricas. A juzgar por su técnica endiablada, musicalidad efervescente y sentido del humor a raudales, y por el entusiasmo que supieron transmitir a las más de 10.000 almas que se apretujaban frente al escenario principal, habrá muchas más oportunidades de volver a verlos por estos pagos.

El principal artífice del cotarro es el violinista Bojan Cvetreznik, una especie de Nigel Kennedy esloveno de rizos indómitos y mirada enfebrecida. Rodeado de otros tres músicos espléndidos -acordeón, contrabajo y guitarra-, se nutre de maravillosas influencias balcánicas, klezmer o norteñas, pero lo que más parece divertirle es despedazar la Tocata y fuga de Bach o convertir a Mozart en un músico gitano con probable querencia por los licores de alta graduación. Para concluir, y sin que sus rostros pudieran disimular que son unos chicos muy malos y traviesos, convirtieron el Jump, de Van Halen, himno del rock duro de los ochenta, en una bonita tonada para acordeón. El acabóse.

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